En el transcurso de estos tres años de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, y de toda la corriente política agrupada en el partido que lo sustenta, hemos sido testigos de la utilización de un discurso que no corresponde a la realidad concreta de nuestro país y, por tanto, no nos permite entender correctamente nuestra situación actual. Todo lo contrario, esta retórica gubernamental obnubila nuestra comprensión con la utilización de un lenguaje que intenta disfrazar a los partidarios de esta corriente como genuinos representantes de la izquierda.
Este discurso oficial no es casual o producto de un descuido, a menos que quien lo utiliza sea extremadamente irresponsable y que en su intento de explicarse la compleja realidad social, cometa algunos errores que lo llevan a obtener resultados que no son verdaderos. Esta retórica gubernamental no es impensada; es una característica de una corriente política que, oculta bajo la apariencia de un grupo de izquierda, utiliza todos los recursos de que dispone para sus propósitos políticos y económicos bien delimitados; al confundir a las masas trabajadoras, presta un servicio invaluable, pero a la burguesía.
Las marcadas diferencias económicas que tiene la sociedad mexicana no son producto de los deseos de alguna fuerza sobrenatural; son la expresión real y concreta de la forma en la que se desarrolla la producción que, en nuestro caso, es la capitalista. Vivimos en una sociedad dividida en clases sociales y esta no es una característica exclusiva del capitalismo predominante en nuestro país, sino también de otras sociedades clasistas como la feudal o la esclavista. Somos el resultado de las relaciones de producción y no la consecuencia de los caprichos de ninguna divinidad.
Para el correcto análisis, que nos permita conocer con certeza la situación actual de nuestro país y nos posibilite ofrecer alternativas de solución, debemos considerar entre otros aspectos, la existencia de clases sociales. La realidad debe ser el punto de partida de nuestro estudio serio y detallado; no podemos basarnos en los productos de nuestra imaginación, sino lo que es concretamente, es decir las condiciones reales. Este examen debe estar sustentado en esas condiciones materiales objetivas y evitar, en la medida de lo posible la introducción de términos extremadamente abstractos que de tan abstractos se alejen demasiado de lo concreto.
Estos conceptos extremadamente abstractos pueden conducir a una peligrosa confusión que posteriormente se convertirá en una trampa para sostener el engaño y la manipulación por parte de los grupos oportunistas; no vincular nuestro análisis a las condiciones reales y concretas, nos conduce directamente a una retórica conocida como populista y ésta retórica populista tiene como característica principal, el que no está vinculada a un análisis de clase.
Debemos reconocer primero, que la producción capitalista es predominante en nuestro país, y aunque aún podamos encontrar algunos vestigios de relaciones con otras características en determinadas comunidades, sobre todo indígenas, en donde el tipo de propiedad de la tierra, por ejemplo, aún continúa teniendo un carácter colectivo, dichas relaciones no son el factor común ni en las comunidades urbanas ni en las rurales que se ubican en todo el territorio nacional.
Y para la existencia de las relaciones capitalistas de producción, es indispensable que la sociedad se encuentre dividida en clases sociales; una de ellas poseedoras de los medios de producción y del poder político y la otra, dueña únicamente de su capacidad física e intelectual para trabajar, energía que tiene que vender diariamente para poder tener algunos recursos económicos que les permitan adquirir los productos necesarios para vivir.
Esas clases características de toda sociedad capitalista como la nuestra, son la burguesía y el proletariado; al respecto, Lenin señala: “Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran frente a los medios de producción (relaciones que las leyes fijan y consagran), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, por consiguiente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen”.*
La existencia de esas clases sociales en una sociedad capitalista como la nuestra, no es un invento, es una condición necesaria para su permanencia. Podemos encontrar, en la situación concreta de nuestro país, algunos otros grupos que no reúnen exactamente estas condiciones señaladas, por ejemplo, los pequeños propietarios; es decir, los campesinos, los dueños de un pequeño negocio, los artesanos y aquellos grupos que están al servicio de las instituciones jurídico políticas de la superestructura social como los maestros, los abogados, los investigadores, etc., pero todos ellos, sin distinción alguna, están sometidos a la influencia de las relaciones de capitalistas.
La explotación de la fuerza de trabajo, la única relación que permite al capitalismo su existencia y desarrollo, no solamente afecta a los obreros, también tiene su influencia sobre los campesinos, los artesanos, los burócratas y demás trabajadores; solamente que, en algunos sectores, esta explotación no se puede observar de forma inmediata y genera una falsa interpretación, perjudicando con esto, la determinación de las causas que provocan todas las calamidades sociales.
Por lo tanto, de lo anteriormente expuesto, obtenemos dos consecuencias que son perjudiciales para la clara comprensión de nuestra realidad y para identificar con precisión las alternativas para resolver los problemas que nos aquejan. Primero: no hay clases sociales que se llamen “fifís” o “corruptos” o “intelectuales orgánicos”; hay clases sociales claramente delimitadas cuyos intereses son antagónicos y que esta divergencia de sus intereses respectivos no se resuelve con el discurso del presidente. No se puede continuar engañando a la población encubriendo la realidad en la que vivimos, ocultando la lucha de clases que se manifiesta diariamente, derivada de este antagonismo de intereses.
Segundo: Es la rapaz explotación capitalista la que ocasiona la desigualdad económica y la de oportunidades; la pobreza y todas sus consecuencias como la desnutrición, el hambre, educación deficiente, prostitución, discriminación y la violencia tienen su origen ahí y no en las causas atribuidas por el señor presidente y los seguidores de la 4T.
No son la corrupción y la deshonestidad los causantes de las desigualdades económicas; no lo es ni siquiera, la ineficiencia del gobierno. Continuar pregonando este erróneo descubrimiento lopezobradorista, ya no sólo en nuestro país, sino ahora hasta en el plano internacional como sucedió en la participación del presidente en la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas el pasado 9 de noviembre, es demostrar que se es cómplice de la burguesía, ya que no se hace un cuestionamiento profundo al capitalismo y, además, las medidas impulsadas para tratar de resolver la grave situación que padecemos, son acciones que eliminan los derechos que se han obtenido, como los programas sociales, evidenciando con esto a quién sirve realmente el proyecto político de los ideólogos de la 4T. La burguesía nacional e internacional debe estar satisfecha.
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