MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El blanquismo de la 4T o conocer la historia para no repetirla

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Es lugar común decir que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Pero es cierto. Esto es importante, sobre todo, para la clase obrera de la ciudad y del campo, la de los trabajadores, o sea, la clase social de los pobres, puesto que es indispensable que conozcan la historia para identificar su evolución, la dirección que lleva y las leyes a que está sometido este desarrollo, y que de esa manera se capacite para poder transformar la sociedad en la que vivimos, porque son ellos quienes pueden hacerlo, no sólo por su gran número, que es inmenso, sino sobre todo por su papel en la sociedad, que es el fundamental, pues son ellos, como clase, los pilares sobre los que se asienta toda la sociedad en su conjunto por ser los que producen con su trabajo, con sus manos, todos los bienes que ésta necesita para poder vivir, para poder existir.

Es indispensable que la clase trabajadora conozca la historia para identificar su evolución, la dirección que lleva y las leyes a que está sometida, de modo que pueda capacitarse para transformar la sociedad en la que vivimos.

El término blanquismo hace referencia al dizque “socialista” francés Louis Blanc que, bajo ese disfraz, llevó al movimiento obrero de su tiempo —en la Francia de la revolución de 1848, cuando ya el proletariado se había hecho un tanto consciente a fuerza de golpes represivos y engaños previos por parte de la clase de los patrones, que en realidad debía, como clase explotada, presentar sus propias reivindicaciones ante la gran burguesía, ya dueña de la situación y gobernante desde 1795 con la instauración del “Directorio” tras el derrocamiento de la convención y el aguillotinamiento del máximo representante del jacobinismo (pequeña burguesía radical que procuraba mejores condiciones al proletariado), Robespierre— con consignas supuestamente muy radicales como la creación de los Talleres Nacionales sostenidos por el Estado, que contrataban obreros en exceso, se sostenían con transferencias de dinero de las arcas públicas, pagaban salarios desproporcionados y producían cosas inútiles que no podían competir en el mercado, con lo cual se ocasionó no sólo el desprestigio, sino el rechazo social y hasta la división en las filas del proletariado, que abonó el terreno para un mayor y más cómodo dominio del Gobierno burgués, por el déficit en el gasto público; que se atribuyó, desde luego, a la operación de tales Talleres Nacionales.

Continuó el Gobierno burgués de la Segunda República por un breve periodo para ser derrocado después por el Segundo Imperio de Luis Bonaparte (conocido como Napoleón el Pequeño), hasta que el proletariado, más maduro, más consciente y mejor organizado, aunque no suficientemente preparado para sostenerse, se lanzó al asalto al cielo, como lo llamara Carlos Marx, a la toma del poder político como clase y a la instauración de un Gobierno de los trabajadores en 1871, período luminoso y estelar de tres meses conocido en la historia como “La comuna de París”, primer Estado proletario y antecedente de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, creadora del país de los Soviets (comités de obreros y campesinos), el otro asalto al cielo.

Precisamente Lenin, el genial dirigente político, maestro y guía de los pobres de Rusia y del mundo entero, teórico eminente y continuador consecuente de la ciencia del marxismo en la época contemporánea, al denunciar a los embaucadores, a los engañadores, mistificadores y mediatizadores del pueblo, les llamaba blanquistas para caracterizarlos y exhibir su apostasía, su traición a los verdaderos intereses de la clase trabajadora por acabar definitivamente con su pobreza. Y les reprochaba cruda y airadamente su interés por ocultar la verdad, por desviar la atención y la inmensa fuerza potencial de los pobres, haciéndoles creer que basta tener un Estado o Gobierno benefactor, del signo que sea, que mejore un poco su “vida”, es decir, las condiciones de explotación de su fuerza de trabajo, o que les dé un poco de “bienestar” a las masas para acabar con la pobreza de raíz.

Desde mi punto de vista, lo mismo sucede hoy, y es necesario denunciarlo, con quienes pretenden que basta con un pequeño aumento del salario a los trabajadores, mientras se les aumenta muchísimo más la inflación de los precios de lo que consumen; o con circos mediáticos de reformas y contrarreformas que dejan intocado el fondo del problema, que es la pobreza del pueblo trabajador; o con las transferencias directas de dinero a las familias de su contentillo con programas sociales como las tarjetitas, mientras con ello se desfondan las arcas públicas, lo que habrá de conducir, necesariamente, a una crisis, y otra vez se le echará la culpa de ello a las ansias de redención de los pobres para que gobierne a sus anchas la clase dominante, a pesar de que serán los pobres quienes carguen con el peso del pago de esa crisis.

Bueno, pues todo eso, en vez de permitir y alentar la organización política de la clase trabajadora para que defienda sus intereses; en vez de respetar su lucha y su derecho a una vida digna y humana, como clase productora de la riqueza social y de la riqueza a secas que es; en vez de dar soluciones efectivas y pertinentes a sus demandas reales y sentidas, como las medidas efectivas y necesarias para transformar, en primer lugar, el modelo económico neoliberal mediante el cobro de impuestos de manera progresiva para que los más ricos paguen el gasto público, que cuente con los fondos suficientes para promover el desarrollo y crecimiento de nuestra economía; con la reorientación del gasto público para que se invierta muchísimo más en salud, educación e infraestructura de calidad y en cantidad suficiente para todo el pueblo; en la creación de empleos para todos y el pago de salarios remuneradores para esos todos. Lo dicho no implica que los “anteriores” estuvieran obrando bien, sino que los actuales no están respondiendo a las necesidades reales de los mexicanos.

Por lo que respecta a una lucha más efectiva y definitiva para arribar al poder político como clase por la vía democrática, tendrá que realizarla el pueblo mismo cuando conozca y comprenda la necesidad de esta. Ni antes ni después.

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