MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Educación y sociedad (I/III)

image

Al referirnos a la educación solemos normalmente partir de presupuestos ideológicos, subjetivos, y muchas veces deformados por nuestra forma de comprender el mundo y la vida. Comúnmente son dos las interpretaciones dominantes en la concepción de este fenómeno: una, producto de un idealismo puro, abstracto y la mayoría de las veces utópico; otra, como efecto de un positivismo absurdo. La primera de ellas confiere a la educación, en sí misma, un papel liberador; es la herramienta transformadora por definición; educar es liberar, romper cadenas y redimirse humana y socialmente, de tal forma que, desarraigando el espíritu de su base material y atrayéndolo al terreno del saber, los hombres alcanzan su realización en el puro y prístino terreno de la idea. Este inconsciente platonismo, el profundo idealismo de esta concepción, es el que la mayoría de las veces encontramos agazapado tras la conciencia del profesor de cualquier nivel educativo.

Por su parte, el materialismo positivista, también inconsciente en la mayoría de sus apologetas, pretende que el hombre se educa solo con la experiencia, que es la “escuela de la vida” la única “verdadera maestra” y que, por lo tanto, todo pensamiento que no haya sido probado en la experiencia personal, véase bien, ¡personal!, es, por lo tanto, inválido y no real. A su vez, dicha interpretación, ideológicamente utilitarista, es poseedora de un cedazo por el que hace pasar todo conocimiento, en el que se depura lo útil, lo positivo, material y, por lo tanto, real, de todo razonamiento abstracto y espiritual. ¿De qué se forman las fibras que componen esta criba utilitarista? De la idea de la ganancia y el dinero. Todo aprendizaje que signifique obtener y ganar dinero es válido, y todo aquel que refiera al crecimiento espiritual, humano y social es obsoleto, y no sólo eso, es un estorbo del que hay que deshacerse. ¿Pueden la poesía y el arte venderse? No, entonces son inútiles. Así, la interpretación de un fenómeno social de trascendencia universal y cuyo desarrollo ha determinado el porvenir de pueblos y naciones enteras, es concebida, la mayoría de las veces, bajo el lente deformado de alguna de estas dos interpretaciones que, por lo demás, son ambas incorrectas.

Vivir es primero, no se puede pensar con el estómago vacío. Esta es una máxima inapelable. No se puede educar a un hombre si antes no ha comido y satisfecho sus necesidades primarias. ¿Queréis educar y transformar el alma y el pensamiento? Entonces comenzad por alimentar el cuerpo. Todos los proyectos, reformas y panfletos sobre educación tendrán necesariamente que fracasar si no se preocupan primero por la base material requerida para implementarlos. Así como el escultor que concibe una Galatea no podrá hacer nada con tan bella idea si no cuenta con los materiales para darle forma material a su genio. De esta misma manera cualquier llamado a la moral, a la civilidad y a la libertad humana es inútil si antes no nos hemos preocupado porque estén al alcance del hombre todas las condiciones materiales que le permitan acceder al terreno del pensamiento. Para que los grandes filósofos de la antigüedad fueran posibles, para que sus ideas forjaran los magnos espíritus a los que dieron luz, fue necesario que existieran, a su vez, cientos de miles de esclavos que trabajaban incansablemente para que los filósofos no tuvieran que preocuparse por esas “prácticas impuras” que consisten en sostener al cuerpo. Así también, al estudiar el pecado, resultó que muchas veces su causa no se hallaba en el pensamiento, sino en la vulgar, prosaica pero irrefutable necesidad. No conozco a nadie que nos absuelva de la miseria. De esta manera, cuando valoramos la educación del hombre, cuando nos acercamos a los males sociales y buscamos comprender sus causas, antes de comenzar a juzgar será preciso comprender. “No hay virtud absoluta, sino circunstancias”, decía Enrique II, por ello no es de extrañar que los crímenes y los criminales juzgados se encuentren en una base social determinada. Nadie robará jamás un pan cuando su mesa está llena de ellos; nadie se verá obligado a cometer un delito si tiene a su alcance todas las facilidades para no “necesitar” cometerlo, la virtud de los ricos es “la virtud de un Aquiles sin talón”. De esta manera, antes de buscar en una filosofía de la moral, atengámonos al primer principio de la ética de Mack the Knife: “Señores que enseñáis a ser honrados y a no pecar ni practicar el mal, mejor es que nos deis buenos bocados y habléis luego: eso es lo esencial”.

Una vez satisfecha esta necesidad, que obligaría al Estado a encargarse, antes de las reformas académicas de las reformas materiales, será posible trasladarnos al terreno de las ideas. En la práctica esto significa garantizar en las escuelas el desayuno y la comida para todos; aulas y salones acondicionados para la realidad específica en la que se encuentre cada escuela; vestimenta, zapatos, transporte y todos los medios de enseñanza en condiciones suficientes que impidan que el educando se preocupe, mientras “aprende” de si va o no a comer hoy. Sólo así podremos pensar que la educación es un derecho y no un privilegio para quienes pueden pagarla.

Una vez trascendido el reino de la necesidad, podemos, entonces sí, enfocarnos en el reino de la libertad. ¿Qué enseñar?, ¿cómo enseñar? y ¿para qué enseñar? Son algunas de las preguntas fundamentales que debemos plantearnos al acercarnos al fenómeno. Estas preguntas serán, sin embargo, el terreno sobre el cual centrar la segunda parte de este análisis.

0 Comentarios:

Dejar un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

TRABAJOS ESPECIALES

Ver más