MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La concentración del poder

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Después de las conmociones causadas por los movimientos de 1968 y 1971, el sistema político mexicano se vio en la necesidad de cambiar, cuando menos en apariencia, para recuperar una legitimidad muy cuestionada. A este periodo se le conoce comúnmente como “apertura democrática”.

Si bien es cierto que las reformas impulsadas por los gobiernos de José López Portillo y Luis Echeverría fueron, por un lado, con el fin de mantenerse en el poder y, por el otro, como una política de contrainsurgencia conocida como la Guerra Sucia, presentaron la posibilidad de implementar nuevas formas de lucha para mejorar la situación de los más desprotegidos. Ahora la oposición tuvo la oportunidad de lanzarse a la lucha electoral.

La lucha por la democracia sólo puede venir de las clases subalternas, y la clase dominante hará lo necesario para mantenerse en el poder, incluso adoptando posturas que en apariencia son izquierdistas. 

Este tipo de lucha, la electoral, fue solo una forma más, una oportunidad para que las organizaciones de izquierda se pudieran acercar a las masas. Con todas sus limitaciones, significaron un paso adelante.

Ahora bien, un paso adelante no es sino una base sobre la que se deben construir nuevas relaciones de fuerza, en la que poco a poco se comenzaría a arrebatar el poder del Estado a la clase política que lo venía dominando.

Pero algo que quedó claro fue el hecho de que las fuerzas de izquierda no lograron aglutinar a las masas y, por otro lado, que la clase dominante contaba con diferentes mecanismos para mantenerse en el poder.

Por eso, la apertura sólo significó en los hechos un cambio de partido en el poder. La forma política surgida fue un juego entre los partidos políticos dominantes, a lo que se le llama partidocracia, en el que se pasan el poder de uno a otro sin que quede fuera de la misma clase social.

El sexenio 2012-2018 presentó el agotamiento de esta forma, y nuevamente la clase dominante mexicana demostró la flexibilidad para beneficiarse del poder del Estado.

Lo que Morena ha hecho en este sexenio ha sido darle relativa estabilidad a un sistema que parecía llegar a su fin; el obradorismo ha contenido el descontento social, por eso, al final de este primer sexenio, incluso los banqueros están felices.

Lo anteriormente dicho confirma que la lucha por la democracia sólo puede venir de las clases subalternas, y que la clase dominante hará lo necesario para mantenerse en el poder, incluso adoptando posturas que en apariencia son izquierdistas. Es en este sentido que podemos entender la situación política actual.

Uno de los temas que se ha debatido en diferentes foros y medios tiene que ver con las reformas impulsadas por la 4T, en particular la que tiene que ver con el Poder Judicial, y no es para menos.

Esta reforma significaría en los hechos la eliminación de la división de poderes, ya débil de por sí.

A primera vista, pareciera que esta reforma es en beneficio de la población, ya que se argumenta la necesidad de la aplicación de la justicia de manera efectiva; sin embargo, la forma que proponen no garantiza que eso cambie. Lo que sí asegura es que el partido con mayor poder, es decir, Morena, controle los tres poderes de la Unión.

Este retroceso no significa otra cosa sino que la clase dominante en México se siente tan empoderada como para regresar al sistema de partido único, en el que lo que se hace se decide en la presidencia.

Es necesario que la población caiga en cuenta de que las propuestas de la 4T no son sino una forma de quitarle poder al pueblo.

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