MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Desarrollo capitalista y sus consecuencias ambientales

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Cada vez es más común que el medio ambiente atmosférico del Área Metropolitana de Monterrey se tiña de gris. La contaminación convierte el aire, donde está contenido el oxígeno vital para todo ser viviente, en irrespirable, asfixiante y, como si aplicando leyes o reglas se pudiera solucionar, las autoridades decretan contingencia ambiental.

El desarrollo del modelo económico capitalista antepone la ganancia por encima de las condiciones sanas de la naturaleza y de la sociedad en su conjunto.

Los medios de comunicación al servicio de los acaudalados y las redes sociales manipuladas aconsejan a la población con frases como: “No salgas de casa”, “Usa menos el automóvil”, “Evita actividades al aire libre”. Como si la responsabilidad de que el aire se haya convertido en veneno recayera en la gente común y no en la industrialización de toda la sociedad, que día tras día envenena el ambiente sin ninguna consecuencia.

El discurso oficial hace parecer que la crisis medioambiental es consecuencia de nuestros comportamientos individuales; nos culpan de conducir el automóvil, de no reciclar o de no ser “conscientes” con el medio ambiente, pero la realidad es otra.

El aire de Monterrey está lleno de partículas contaminantes porque las grandes empresas han hecho de la ciudad su basurero. Mientras nos exigen reducir la contaminación minimizando así el impacto ambiental negativo, industrias como la acerera, la cementera y la petroquímica siguen operando sin restricciones reales, arrojando desechos al aire, al agua y al suelo con total impunidad.

Además, no solamente el aire se ve afectado en perjuicio de la humanidad, también la explotación despiadada del agua ha provocado su contaminación y se ha convertido la disponibilidad de este recurso, igual de valioso para todos los seres vivos y los humanos por supuesto, en un recurso para privilegiados.

Mientras tanto, el pueblo va padeciendo escasez del recurso para su uso diario. Para el consumidor común y corriente aplican cortes irregulares de servicio, en tanto las corporaciones siguen extrayendo millones de litros por día sin mayores impedimentos, contaminando el manto freático.

La sobreexplotación de los acuíferos ha provocado la contaminación del agua que muchos mexicanos emplean para su consumo, y no sólo se encuentra contaminada por fluoruros, sino también por otros elementos y compuestos químicos nocivos para la salud.

El desarrollo del modelo económico capitalista antepone la ganancia por encima de las condiciones sanas de la naturaleza y de la sociedad en su conjunto.

La crisis de la contaminación en el Área Metropolitana de Monterrey no es casualidad ni mucho menos un accidente. Es el resultado directo de un sistema económico que basa su existencia en la extracción de mayor ganancia, de mayor plusvalía en una explotación sin control.

El mismo sistema que precariza al obrero y le obliga a vivir con sueldos precarios y vergonzantes es el mismo que arrasa con el entorno. ¿Cómo esperar que las corporaciones protejan el aire si no respetan los derechos de los obreros? 

Para el capitalismo, el agua, el suelo y el aire son solo insumos para seguir generando ganancias, sin importar cuántas vidas cobren en el proceso. Los obreros que trabajan en todo el complejo industrial regional, nacional e internacional no solo son explotados con bajos salarios y condiciones laborales precarias, sino que también son los primeros en sufrir las consecuencias de la despiadada contaminación. 

Respirar aire tóxico, trabajar en condiciones insalubres y vivir en zonas con escaso acceso a servicios básicos es parte del precio que el sistema les impone para que unos cuantos acumulen riqueza de manera inaudita y a manos llenas.

Como las industrias contaminan sin límites, es la gente la que paga el precio. Las condiciones respiratorias precarias han aumentado exponencialmente en Monterrey, y los más afectados por el mal aire son los niños y los ancianos, pero los hospitales públicos no cuentan con el equipo y los medicamentos necesarios para aminorar el problema, siendo mal atendidos.

Eso sí, mientras tanto, los empresarios se refugian en enclaves lujosos y con aire filtrado, lejos del desastre que ellos mismos han provocado.

La crisis también se apodera de la salud, deteriorándola. El desabasto del recurso hídrico, el aumento de la temperatura por la deforestación y la destrucción de espacios naturales atenazan la calidad de vida de todos.

Pero, como siempre, los más perjudicados son los sectores populares. Mientras que en las colonias de trabajadores el agua llega a cuentagotas y es insoportable el calor por falta de árboles, las áreas residenciales siguen siendo verdes y abastecidas en exceso.

La complicidad y conveniencia de los gobiernos con las grandes corporaciones raya en la desfachatez. Existen las leyes ambientales, pero tristemente son letra muerta: se hacen estudios, se publican cifras, pero nunca se actúa con contundencia contra los verdaderos culpables.

Sí, se criminaliza a la población con medidas superficiales como restricciones en el uso de automotores que utilizan combustibles fósiles, combustibles que producen las grandes corporaciones petrolíferas, dentro de las cuales se encuentra el mismo Estado (Pemex).

Es claro que la solución no está en disminuir la cantidad de autos en la calle. Pudiera atenuarse la contaminación con regulaciones responsables tanto en la producción como en la distribución de todo tipo de mercancías producto de la industria fabril.

Para colmo de males, cuando la población protesta, el resultado es la represión. Se ignora o persigue a cualquier movimiento que exija justicia ambiental, y a los que destruyen el medio ambiente se les respalda; a los que lo defienden, se les castiga.

Porque al final no se trata tan solo de contaminación, sino de todo lo que conlleva el fenómeno nacido de una sobreexplotación de la naturaleza y de la clase laboral. La clase adinerada busca mantener el poder a costa de lo que sea y como sea, sin importar quién se vea perjudicado en el proceso. Mientras ellos (los capitalistas) queden al margen de esta destrucción masiva.

No podemos esperar que quienes se benefician de la degradación económica y ambiental cambien por su propia voluntad. El cambio real tiene que lograrse a través de la acción colectiva de la gente, insistiendo en controles estrictos, justos y equitativos y, si es necesario, castigos ejemplares para las industrias que devasten el medio ambiente.

Monterrey no tiene por qué ser un páramo ambiental, pero para que las cosas cambien, se tienen que señalar a los culpables responsables y pedir soluciones efectivas. No es la gente del pueblo la que poluciona el aire ni el agua; son las multinacionales, las grandes industrias, empeñadas en generar un plusvalor cada vez mayor. Y mientras tanto, tengamos en cuenta que seguiremos respirando e ingiriendo veneno.

El pasado ha enseñado que los derechos y la justicia se alcanzan no pidiendo favores, sino con resistencia y organización al exigir un mundo justo donde podamos vivir todos en armonía con la sociedad en su conjunto y nuestra madre naturaleza.

Si buscamos un mundo, un Monterrey con aire puro para todos y agua, no es cumpliendo recomendaciones individuales lo que hace falta. Hay que alzar la voz, conscientes de nuestra posición como clase trabajadora, educarse, organizarse y cambiar el sistema, gran productor de riqueza, sí, pero a cambio de la devastación natural y de la mayoría de la humanidad.

Hay que cambiar a los culpables. Basta: mientras ellos enriquecen, el pueblo trabajador se ahoga, se asfixia, se envenena.

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