MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

¿Dependencia o subdesarrollo?

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La falta de memoria histórica, en muchas ocasiones, nos lleva a aceptar argumentos que justifican la situación de subdesarrollo de los países latinoamericanos, los cuales se basan en carencias de capital o la brecha o atraso en cuanto a desarrollo tecnológico de los países desarrollados, cuando la causa de fondo es fruto de su dependencia respecto a los países que se desarrollaron antes.

El desarrollo histórico del capitalismo dio lugar al estado hegemónico en el que se convirtió Estados Unidos (EE. UU.) a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. En dicho proceso, el desarrollo de las fuerzas productivas fue convenientemente apoyado por las ideas como la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, basadas en la supremacía racial de los primeros habitantes blancos pertenecientes a las sectas protestantes, que se creían con el derecho divino de apropiarse de territorios y ser ejemplo al resto de la humanidad como faro de la libertad, justificando así su intervención en los asuntos políticos de diferentes países del mundo.

A partir de los procesos de descolonización, se hicieron notables las desigualdades existentes entre las naciones que emergían de su independencia respecto a otras naciones. Los conflictos políticos internos, la deuda postrevolución y una economía basada en la producción de productos primarios fueron premisa para que Estados Unidos decidiera implementar un programa de ayuda basada en otorgar prestamos a proyectos de industrialización y desarrollo.

Para algunos países se volvió cuestión de vida o muerte la obtención de préstamos, se le llamó ayuda a una forma en que los países desarrollados pudieron colocar el excedente de capital después de la Segunda Guerra Mundial por medio de la inversión extranjera, dándonos como resultado deudas impagables y que muy probablemente sean ilegítimas por los elevados intereses.

Culpar a los gobiernos latinoamericanos por haberse endeudado hasta el cuello no es ni de cerca la solución, en primer lugar, deberíamos cuestionarnos por qué existen países que pueden prestar y otros tienen que pedir prestado.

La ambición de las élites capitalistas (no solo las norteamericanas) no tiene límite; su necesidad de generar y acumular riquezas ha llevado a continentes enteros a niveles extremos de desigualdad y pobreza.

Es evidente, hoy más que nunca, el fracaso histórico del capital. Las constantes crisis económicas nos dicen claramente que la aplicación de la teoría del libre mercado es ineficaz para resolver los problemas estructurales que aquejan tanto a México como a toda la clase desposeída del mundo. La creciente desigualdad es, por mucho, la señal más clara de ello.

El hecho de que el capital que se reproduce en el mundo se concentre en unas cuantas manos no es un accidente, si no la expresión de la forma natural del sistema que tiene como fundamento la apropiación privada de la riqueza que se produce socialmente.

La situación actual del mundo nos exige un sistema nuevo, uno en el que no se promueva a explotación del hombre por el hombre, en el que la miseria y la desigualdad no sean parte de la vida diaria, en el que no impere simplemente la necesidad de obtener ganancias.

El querer cambiar nuestra realidad nos exige seguir concientizando a las masas, y cito a Martha Harnecker: “las revoluciones sociales no las hacen los individuos, las personalidades, por muy brillantes o heroicas que ellas sean. Sin la participación de las grandes masas no hay revolución” y la creación de una vanguardia estudiantil que las dirija se hace cada vez más necesaria.

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