Hace algunos años, por azares del destino trabajé como despachadora en una gasolinera; ahí conocí a varias mujeres, la mayoría de ellas madres solteras, que trabajaban duramente para sacar adelante a sus familias (recuerdo que pedían horas extras cuando los niños regresaban a un nuevo ciclo escolar).
Digo esto, porque durante el tiempo que estuve ahí todas ellas llegaron a la misma conclusión: el salario que recibían no era suficiente para sostener a sus familias; para medio hacerlo, eran indispensables las propinas. Mujeres que estaban siempre dispuestas a trabajar más duro por sus familias, tenían que aguantar jornadas extenuantes para poder lograrlo. Percibían un salario no mayor a dos mil ochocientos pesos quincenales, cantidad que, poco o casi nada, les alcanzaba para cubrir todas sus necesidades.
De acuerdo con un registro alarmante que encontré, en 2006 la canasta básica estaba en mil 326 pesos, para lo cual era necesario que se trabajara 193 horas. Esta realidad, en vez de mejorar ha empeorado. Según datos estadísticos del Centro de Análisis Multidisciplinarios (CAM) de la UNAM, en 2006 para poder comprar la canasta básica era necesario que un trabajador laborara 13 horas con 17 minutos al día; en 2016, el dato más exacto que encontré, es que para poder adquirirla era necesario que se trabajara 23 horas con 53 minutos, es decir, ¡todo un día!
Los trabajadores mexicanos tienen jornadas laborales de tipo esclavista, pues a pesar de que trabajan prácticamente todo el día de manera extenuante, no les alcanza para cubrir sus necesidades básicas. Aquí solo me he referido a la canasta básica que, como sabemos, se reduce a unos cuantos productos, pero, ¿la salud?, ¿la educación?, ¿el transporte?, ¿los servicios, como el agua, la luz, el gas?, y ¿el esparcimiento? Todo ello se reduce, como le consta a millones de trabajadores, a obtenerlos de una bajísima calidad, a prescindir de algunos y a ni siquiera soñar con otros, como con el esparcimiento.
Agréguese a lo anterior, el hecho de que el poder adquisitivo del peso mexicano también ha caído; si antes con 10 pesos lográbamos comprar 10 tortillas, ahora, con esos mismos 10 pesos, ya solo podemos comprar ¡cuatro! Uno de los productos básicos en la mesa de las familias pobres, prácticamente está por desaparecer; ¿qué van, pues, a comer?
He querido hacer mención de estos pocos datos, porque me parece importante dar un panorama general sobre cómo está la situación en nuestro país y redirigir la vista al estado de Michoacán, donde el pasado 16 de marzo, los trabajadores del Hotel Virrey de Mendoza, uno de los hoteles más caros y prestigiados de la capital michoacana, decidieron realizar un paro de brazos caídos, es decir, que asisten, pero no trabajan.
Con las huelgas que actualmente ocurren en México, uno podría pensar que los trabajadores del hotel exigen mejores condiciones de trabajo, o un incremento salarial, lo cual sería justo. Pero no, en este caso iniciaron la huelga porque el dueño de la empresa, Ramón Toca Jr., amenazó con quitarles sus propinas. Líneas más arriba, mencioné que para las trabajadoras de la gasolinera las propinas eran indispensables para medio completar sus gastos, por lo que en este caso, podemos darnos cuenta de que lo que se les está quitando es un recurso clave para su economía personal y familiar.
Desde mi muy humilde tribuna, quiero dar mi apoyo a los trabajadores del Virrey de Mendoza y decirles que su lucha es justa, que el abuso del que ahora son víctimas debe cesar de manera inmediata y que, si se mantienen unidos, las probabilidades de que ganen serán mayores. ¡Ya es hora de que el pueblo, del que forman parte todos ustedes, se levante y exija lo que por ley le corresponde.
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