MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Contra los demagogos, los tribunos populares

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Durante los días que faltan para finalizar el presente año, y durante varios meses de 2024, por lo menos hasta que oficialmente termine el periodo de campaña de los candidatos a los diferentes puestos de elección popular en los distintos niveles de gobierno, el pueblo mexicano estará sometido a una catarata de discursos de las más diversas corrientes políticas. Prácticamente no habrá día en que no resuene en los oídos de los ciudadanos todo tipo de discursos, por eso vale la pena reflexionar acerca del tipo de oradores que buscan con sus palabras seducir a los votantes. 

No voy a realizar un tratado sobre oratoria, porque carezco del dominio de un tema tan vasto; sólo pretendo que quien lea este escrito conozca dos tipos de oradores, para que sepa distinguir cuál es el que le conviene escuchar, sobre todo porque su mensaje es verdadero y sus propuestas las que convienen a sus intereses legítimos. 

Empezaremos por un tipo de orador denominado demagogo, el cual la Real Academia de la Lengua Española (RAE) define así: “Que practica la demagogia”. La misma RAE define a la demagogia como: “Una degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”.

Para el diccionario Oxford Languages, la demagogia significa: “Empleo de halagos, falsas promesas que son populares pero difíciles de cumplir y otros procedimientos similares para convencer a los ciudadanos y convertirlo en instrumento de la propia ambición política”.

Dos importantes instituciones, que nada tienen de izquierdistas, coinciden en que un demagogo siempre va a apelar a los sentimientos y emociones de la población para ganarse su apoyo. A través de su oratoria  el demagogo busca motivar las pasiones, los deseos o los miedos de la gente para que le lleven al poder, o lo conserve, si ya lo tiene. 

Para el demagogo la verdad, lo racionalmente correcto, no importa; eso es un estorbo que no cabe en sus discursos. Es célebre el ejemplo de un político que andando en campaña le prometió a la población que construiría un puente sobre el río; cuando sus oyentes le dijeron que no había río, entonces él expresó “pues entonces construiré el río”. Así de absurdas son las palabras de un demagogo. 

Lo peligroso de la oratoria del demagogo es que evita a toda costa que sus oyentes razonen; evita demostrar con datos reales y comprobables si las causas de un problema son las verdaderas, y, por lo tanto, si las soluciones que propone son las correctas.

Ahí tenemos como ejemplo, la machacona afirmación de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, quien desgañitadamente afirma que los fideicomisos como el Fonden eran nido de corrupción. Con ese argumento, ordenó a los diputados y senadores de Morena desaparecer más de cien fideicomisos, incluido este fondo de emergencia ante desastres naturales.

Hoy vemos escenas desgarradoras de la gente humilde que perdió todo su patrimonio con el paso del huracán “Otis” en Guerrero. Desaparecido el Fonden, no hay recursos para ayudarlos; además, en el presupuesto de egresos 2024, ni un peso aprobaron los morenistas para los damnificados. De ese tamaño son las consecuencias de los discursos de los demagogos.

Mientras AMLO sostiene que el sistema neoliberal está muerto y enterrado, los gobernantes emanados de la 4T y sus líderes más rancios se codean con los empresarios más ricos del país.

El otro tipo de orador que busca llegar a los oídos del pueblo ha sido conocido como tribuno o tribuno popular, según la época de que se trate. En la RAE se encuentra el siguiente significado para la palabra tribuno: “Cada uno de los magistrados que elegía el pueblo romano reunido en tribus, y tenían facultad de poner el veto a las resoluciones del senado y de proponer plebiscitos”.

La responsabilidad del tribuno era la de proteger a los plebeyos que representaban de todo posible abuso de poder. Sus poderes no sólo le otorgaban prestigio, sino que podían cambiar las decisiones más relevantes del gobierno. En su obra ¿Qué hacer?, Vladimir Ilich Lenin, sostiene: “El militante socialista debe ser un ‘tribuno popular’, presentándose ante todas las clases y capas de la sociedad como defensor de los intereses del conjunto de los explotados y oprimidos, y como enemigo acérrimo del régimen político burgués (y del conjunto de sus instituciones). Debe ponerse siempre a la vanguardia de las diferentes expresiones de la lucha popular contra ese régimen, impulsándola y dirigiéndola desde el punto de vista socialista. El militante socialista ideal debe ser por lo tanto un líder político de las masas, capaz de brindarles un curso de acción”.

Aunque entre la época del tribuno romano y la del tribuno popular que describe Lenin en su obra distan muchos siglos, existe una coincidencia: ambos tienen como función defender a sus representados de los abusos de los poderosos, de los opresores; tiene influencia en población y pueden intervenir para cambiar las cosas a favor de sus defendidos. 

Pero tienen una diferencia sustancial, la cual consiste en las clases sociales a las que defienden, que son diametralmente opuestas. En el caso del tribuno romano, defendía a la plebe  como se le denominaba al pueblo, pero dentro del llamado pueblo, los esclavos no estaban incluidos, a pesar de ser la mayoría de la población y los que producían la riqueza con su trabajo. Es decir, el tribuno defendía a una parte de la clase de los opresores; a los oprimidos, que eran los esclavos, considerados animales parlantes, nadie los defendía.

En el caso del tribuno popular que describe Lenin en su obra, no queda la menor duda de que su función es defender “al conjunto de los explotados y oprimidos”, poniéndose a la vanguardia de su lucha; señalándole a la masa del pueblo trabajador el camino a seguir para acabar con la explotación que sufre, cambiando la sociedad capitalista por una que garantice una distribución equitativa de la riqueza producida por la clase obrera. 

En 1902, Lenin consideraba necesario formar verdaderos tribunos populares, ya que había una caterva de “socialistas” que pretendía convencer al pueblo de que ellos eran sus verdaderos representantes; buscando adormecerlo con su retórica demagógica, para obtener los votos que los llevaran al poder, en el mejor de los casos para impulsar algunas reformas, dejando intacta la raíz de los problemas económicos y sociales; en el peor, para tener riquezas y privilegios.

Actualmente en México, la situación política es parecida a la descrita por el autor mencionado: la corriente política de la 4T se autoproclama “representante de la izquierda en México”, defensora de las “ideas socialistas”; el gobierno de “primero los pobres”. Pero la realidad contradice su discurso, porque mientras AMLO sostiene que el sistema neoliberal está muerto y enterrado, los gobernantes emanados de la 4T y sus líderes más rancios se codean con los empresarios más ricos del país. Al mismo tiempo, la pobreza agobia a 46.8 millones de compatriotas, según cifras oficiales del Inegi; a más de 97 millones según datos de Julio Boltvinik, especialista en análisis de la pobreza.

121 años después del llamado urgente de Lenin a formar los tribunos populares, el Movimiento Antorchista no olvida esta importante tarea: el pueblo debe oponer a la oratoria de los demagogos la oratoria de los tribunos populares. Por eso, desde su fundación no ha dejado de promover e impulsar entre las distintas capas del pueblo trabajador la práctica del arte de la oratoria; sacando del olvido el uso del lenguaje de forma correcta, argumentativa y emotiva, logrando persuadir a los oyentes a actuar, a encaminar acciones a favor de sus intereses de clase.

Por eso se realizan, año con año, las Jornadas de Oratoria, como la realizada en días pasados en el estado de Quintana Roo. Enhorabuena a los participantes, porque con su esfuerzo contribuyen a formar a los tribunos populares, tan indispensables para derrotar a los demagogos, enemigos de la clase obrera mexicana. Vale.

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