Texto íntegro de la carta de un amigo, al que invité a la Feria Tecomatlán 2025
Pues fíjate, hermano, yo no había asistido a esa feria a la que cada año me has invitado, pues solo de pensar en la distancia (son más de tres horas desde Chimalhuacán), sólo de pensar en pasarme todo ese tiempo en la carretera, nomás de ida, no me animaba.
Además, como sabes, yo tengo un puesto de frutas y verduras, de eso vivo y vendo casi todos los días en varios tianguis del municipio, lo que sería perder hasta dos días de trabajo; luego los líderes de los tianguis se portan gachos si uno llega a faltar. Cobran multa o te niegan el espacio un día o dos, y hasta quieren correrlo a uno. Así de difícil es dejar el puesto sin abrir.
Uno piensa que se va a encontrar un pueblito tierroso como montones que existen en las orillas de las carreteras, pero la verdad es que me apantalló.
Pero lo bueno es que tengo algunos sobrinos que aceptaron atender mi puesto y me lancé a la aventura, nomás para que algún día no me eches en cara que nunca voy a las fiestas de la organización o a los mítines políticos. De una cosa debes estar seguro, hermano: no participo, pero soy fiel seguidor de Antorcha.
A toda la gente con la que algunas veces platico de política (ya sabes que me defiendo un poco), siempre les digo que soy de Antorcha y que tengo familiares que están de lleno en la organización.
Como te iba diciendo, me lancé a la aventura el miércoles. Yo nunca había estado en Tecomatlán. Cuando he ido a Oaxaca por la carretera federal, antes de llegar a Acatlán siempre había visto la desviación hacia Tecomatlán, pero nunca me desviaba para allá. Esta vez lo hice.
Uno piensa que se va a encontrar un pueblito tierroso como montones que existen en las orillas de las carreteras, pero la verdad es que me apantalló.
Tecomatlán es una ciudad, muy pequeña, pero ciudad. Lo digo porque todo está pavimentado y alumbrado (eso lo vi en la madrugada), y pasando el arco, que es enorme y muy bonito, vi varias escuelas. No me quedé con las ganas y me detuve para preguntar qué escuelas eran.
Los muchachos que me contestaron me dijeron: “Esta de enfrente es la secundaria, ahí por donde usted llegó está la Normal y más a la entrada, junto al arco, están el bachillerato y el Instituto Tecnológico, y adelante, por donde usted va a pasar, están la primaria y el preescolar”. Me dejaron sin palabras.
Ya me despedía de ellos, cuando una jovencita me dijo: “No pregunta usted por ese edificio” (¡y señalaba un edificio de varios pisos, como que cada piso va girando!). “Es la Casa de Cultura”. Es un edificio como de cristal, muy bonito, ¡un edificio de cristal en el pueblo!
Dejé mi camioneta en el estacionamiento y tuve tiempo de recorrer algunos lugares, aunque ya estaba anocheciendo. Vi unas canchas de basquetbol de primera, lo mismo las canchas de volibol y la de futbol con su pista de tartán. También vi la cancha de beisbol, mejor que la de los Guerreros de Oaxaca.
Vi de lejos una construcción nueva que parece sacada de un libro de historia de los romanos. También vi de lejos el hospital, donde alguien dijo que hasta en helicópteros han traído enfermos por ser muy buen hospital. ¡Qué bárbaros! Hay más progreso que en cualquiera de los municipios que conozco.
Y bueno, ya para no seguirte cansando con mi historia, llegó la hora de entrar a la plaza de toros. Me gustó, toda techada, muy grande (solo faltó que los asientos fueran de hule espuma, más cómodos, ja ja ja).
La plaza estaba llena viendo el jaripeo, con unos jinetes que se jugaban la vida en cada monta; a la gente parecía encantarle. A mí no me gusta tanto, pero de ver tanta valentía y fuerza de los jinetes, pues hasta yo me emocioné. Algarabía, gritos, porras, fotos.
Por fin empezó el baile con Espinoza Paz, uno de mis cantantes favoritos, que, por cierto, nunca había asistido a ninguno de sus conciertos. Ni qué decir, fue una gran velada coreando sus canciones. Ya por la madrugada salimos todos con ganas de comer algo. Ahí junto estaba el puesto de tlayudas; eso y una cervecita me dejaron listo para el regreso.
Sólo te platico una anécdota que viví: poco antes de terminar el jaripeo, salí rápido a dejar mi chamarra que andaba trayendo y no la necesitaba por tanto calor. Abrí la cajuela de mi camioneta, metí la chamarra y me regresé a la plaza. ¡Resulta que olvidé cerrar la cajuela!
Eso lo supe cuando regresé. De lejos la vi abierta; hasta el estómago se me revolvió, pensando que ya me habían robado todo lo que llevaba… ¡pero no, no se llevaron nada! Todo estaba intacto, a pesar de que había gente que iba y venía. Creo que la gente se contagia de tanta alegría, tanta paz y hermandad, que olvida por un momento las malas mañas. Lo agradezco de corazón.
Ahora sí puedo presumir que ya conocí Tecomatlán, que todo lo que se dice de que es un lugar de progreso es cierto. Voy a invitar a mis amigos, a ver cuántos se animan para la otra. Hasta aquí mi reporte. ¡Saludos, hermano!
0 Comentarios:
Dejar un Comentario