MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Centro Universitario Tlacaélel: 13 años de luz y esperanza en marcha

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“Ya no hay hombres en Tenochtitlan. Moctezuma tiene razón. Si los hubiera, si de verdad existiesen, hace tiempo que Maxtla y su corte de sanguijuelas habrían dejado de enriquecerse a costa del trabajo de los aztecas”, exclamó Citlalmina, la lideresa tenochca, a un grupo de mujeres aztecas enardecidas por el cobarde asesinato del rey Chimalpopoca. 

El pueblo azteca estaba gobernado por una clase parasitaria enquistada en el poder. Fueron las palabras encendidas de la heroica Citlalmina las que detonaron el levantamiento de un grupo de jóvenes mujeres y después de cientos de varones que formaron un cauce juvenil guiado por las antorchas que atravesaban la intensa oscuridad. Fue la rebelión juvenil de los tenochcas el inicio de la restauración del imperio azteca con Tlacaélel a la cabeza.

Hace algunos días vi una imagen similar a aquella que Antonio Velasco Piña dibujaba en su obra, “Tlacaélel, el azteca entre los aztecas”, eran cientos de jóvenes, hombres y mujeres, unidos codo a codo, recorriendo las principales avenidas del municipio de Ixtapaluca. Era una marcha francamente sorprendente, colorida y animada, un ánimo excepcional en un país que se cae a pedazos mientras la mayoría de la población prefiere quedarse en silencio y mira desangelado cómo le arrebatan el bocado de la mano.

La juventud del Centro Universitario Tlacaélel, que desfiló por las avenidas de Ixtapaluca, llegó a las instalaciones de su campus, un edificio que guarda en cada centímetro la memoria y la lucha de un pueblo que entre sus múltiples intereses nunca perdió de vista que no basta tener el estómago lleno si se tiene el cerebro vacío de razón. 

Trece años han pasado desde que los ixtapaluquenses, encabezados por Maricela Hernández, abrieron las puertas de la universidad del occidente mexiquense con un edificio que al horizonte apunta a la grandeza de los volcanes, y debajo tiene en los cimientos los ideales de la educación liberadora.

El Centro Universitario pertenece al proyecto estudiantil impulsado por el Movimiento Antorchista Nacional; y no hay ningún temor al referirnos a eso, todo lo contrario, es un orgullo, no hay labor más noble que educar en un país con un gobierno que decidió dejar a la juventud a su suerte.

Hace unos días, el diario Reforma publicó una nota titulada “Causan malestar universidades del Bienestar” en la que se enumera una serie de datos catastróficos: “en la sede de Juan. R. Escudero, en Guerrero, la más grande de los 145 planteles, los alumnos de nuevo ingreso de Medicina Integral y Salud Comunitaria no han podido estudiar desde el 15 agosto por falta de maestros”. 

“Los del plantel Tlalpan, en la CDMX, no solo no tienen clases, sino tampoco salones. Dicha sede ha recibido 12 millones 468 mil pesos desde 2019”; “En Tlahuililo, Durango, 204 alumnos estudian la carrera de Ingeniería en Administración Agropecuaria, sin embargo, su plantel solo es un terreno baldío, aunque ahí se han asignado 6 millones de pesos”; “El Gobierno federal reporta 23 sedes universitarias aún sin terreno para sus planteles y al menos 14 en obra negra”.

Pero eso sí, las Universidades para el Bienestar Benito Juárez (UBBJ), creadas por el presidente Andrés Manuel López Obrador, son las únicas que garantizan una beca de 2 mil 400 pesos mensuales. ¿Clases?, ¿Cómo para qué? La lógica del gobierno en turno ha sido la de repartir dinero para comprar conciencias, no la de educar al pueblo para, ya no hablemos de una liberación, sino de brindarles oportunidades laborales en un ambiente cada vez más injusto.

México está entre los 20 países con más riquezas en el mundo, pero también tiene una de las economías más desiguales. El Reporte Mundial de la Desigualdad 2022 muestra que solo el 10 por ciento de la población mexicana acapara el 79 por ciento de la riqueza, mientras el 50 por ciento continúa en su lucha cotidiana contra la pobreza. Algo absurdo.

Por eso, he de destacar que el proyecto universitario del gobierno que juró en campaña estar del lado de los pobres es, en los hechos, un fracaso y una mentira no está de más.

Pero en el Centro Universitario Tlacaélel no hay duda de que ha honrado el compromiso con la creación de profesionistas competentes, a quienes también ha inculcado valores humanos. Se hace justicia, así mismo, con su lema “Liberar educando”.

Antonio Velasco Piña, autor del libro mencionado al inicio de este escrito, refirió que Tlacaélel, aquel personaje al que este centro universitario pidió prestado el nombre, fue una gran personalidad del imperio azteca porque, precisamente, creó al Imperio buscando objetivos específicos: garantizar la paz y la unidad que por siglos no existió entre los pueblos, promover un renacimiento cultural e incluir en el pueblo un sentido de responsabilidad social. Es ahí donde los valores del Centro Universitario Tlacaélel deben refrendar –y lo están haciendo– su compromiso con aquel guerrero azteca.

El emblema de Quetzalcóatl era aquella pieza con que a Tlacaélel se concedió la autoridad de guía del pueblo, una pieza que llevaba en sí responsabilidad y esperanza. Así, es más que simbólico que el CUT asuma este aniversario como un rescate de aquel emblema, eso en un momento tan necesario para nuestro país. Está de sobra decir que a México le falta un liderazgo fuerte y un cuerpo capaz de sostener la promesa de un pueblo al que le urge renacer.

Felicito y agradezco la labor del Centro Universitario Tlacaélel, por tan noble, y gigantesca labor. Que siga la marcha, dentro y fuera de las aulas.

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