MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Butacas vacías y más niños en las calles de Chihuahua

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Cada mañana, mientras los timbres escolares suenan anunciando el inicio de clases, en las calles de Chihuahua también comienza otra jornada: la de los niños y jóvenes que no llegan al aula. Algunos venden dulces en los cruceros, otros limpian parabrisas o ayudan en los mercados. Son rostros pequeños enfrentando un mundo adulto, cargando mochilas invisibles llenas de responsabilidades que no les corresponden.

Cada niño en la calle representa un fracaso colectivo: del Estado, de la sociedad, de un país que no logra proteger a sus más jóvenes.

Esta triste realidad se ha convertido en una constante en todo el país; el abandono escolar, en todos los niveles, sigue en aumento. Cada día hay más niños, niñas y adolescentes que, en lugar de aprender a leer o resolver ecuaciones, aprenden a sobrevivir. La vida se ha vuelto más cara, los salarios no alcanzan y la canasta básica sube como si no existiera tope, y, cuando el dinero no da para todo, la educación suele ser lo primero que se sacrifica.

En el estado grande de México, los datos dejan frío a cualquiera que los lea, pues tan sólo en el último ciclo escolar, más de 39 mil estudiantes abandonaron sus estudios, principalmente de secundaria y preparatoria, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). El 20 % de los jóvenes en edad de cursar la educación media superior dejó la escuela. No porque no quieran aprender, sino porque no pueden hacerlo. Porque hay que trabajar, porque en casa hace falta comida, porque los padres, cansados de la precariedad, no pueden sostener los gastos que implica estudiar.

Las butacas vacías se acumulan en los salones, mientras las calles se llenan de menores que buscan unos cuantos pesos. En el centro de la ciudad, los semáforos se han vuelto salones improvisados. Allí, entre autos y ruido, muchos niños aprenden la dura lección de la desigualdad.

El problema es aún más grave en la Sierra Tarahumara, donde el abandono escolar tiene otro rostro, el de los niños rarámuri. Muchos caminan horas para llegar a una escuela sin maestros suficientes, sin agua potable y con techos de lámina. Otros ni siquiera intentan hacerlo. 

La pobreza, la falta de transporte y la necesidad de trabajar desde pequeños los empuja fuera del aula. Venden artesanías o ayudan a cargar leña. Su infancia se diluye entre el esfuerzo y la carencia.

Las políticas públicas parecen no dimensionar el tamaño del problema. Es verdad que las becas son un alivio temporal, pero no una solución estructural.

Lo más grave es que, con cada niño que deja la escuela, se pierde una oportunidad. El abandono escolar no sólo condena a los menores a una vida de pobreza, sino que perpetúa el ciclo que los llevó allí. Un niño que trabaja hoy, difícilmente podrá aspirar a un empleo digno mañana. La desigualdad se hereda, igual que las deudas y las carencias.

Los niños y niñas de Chihuahua deberían estar aprendiendo sobre historia, matemáticas o literatura, no sobre sobrevivir al hambre y al frío. Sin embargo, la realidad les enseña otras materias: el valor del trabajo, la incertidumbre del mañana, la indiferencia de un sistema que les dio la espalda.

Hablar de abandono escolar es hablar de pobreza, de desigualdad y de un modelo económico que no alcanza para todos. No es falta de interés ni de capacidad; es falta de oportunidades. Cada niño en la calle representa un fracaso colectivo: del Estado, de la sociedad, de un país que no logra proteger a sus más jóvenes.

Los gobiernos prometen estrategias, pero en las comunidades el cambio no llega; los niños rarámuri siguen caminando kilómetros para llegar a escuelas vacías; los adolescentes urbanos siguen dejando las clases por un empleo temporal. Y así, mientras los precios suben y la vida se encarece, el futuro de miles de jóvenes se va esfumando.

Hoy nos debemos cuestionar como sociedad si es correcto el destino que le dimos a nuestro país, con esos políticos que sólo usan el puesto para escándalos de corrupción, para darse la vida de millonarios, mientras millones de familias no tienen asegurado un plato de comida y los niños y niñas con un futuro incierto.

Entendamos que cada butaca vacía no es sólo un asiento sin ocupar, es un destino suspendido, una promesa rota, una infancia arrebatada por la pobreza. Y mientras las calles sigan llenándose de pequeños trabajadores, Chihuahua seguirá perdiendo algo más que estudiantes: estará perdiendo su futuro. Cambiemos el chip ciudadano, como sociedad debemos organizarnos y exigir un cambio de estrategia para que todos los niños, niñas y jóvenes puedan soñar con un título y no con un salario mínimo.

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