MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Antorcha sí respeta el Estado de derecho

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La libertad de asociación es un derecho humano inalienable consagrado en el artículo noveno de la actual Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Es el derecho que tenemos todas las personas a organizar reuniones pacíficas y/o a crear organizaciones con otras personas, o integrarnos a las ya existentes, para trabajar en favor de nuestros intereses y el ejercicio de nuestros derechos.

Según el artículo en comento, nadie puede obligar a alguien más a pertenecer a un grupo o asociación mediante represalias o por el temor a ser amedrentado, hostigado, lesionado, sexualmente agredido, golpeado, detenido o recluido de manera arbitraria, torturado, asesinado u objeto de desaparición.

Antorcha es una organización social que está por cumplir 50 años de lucha y de trabajo organizativo y, desde su fundación en 1974, se ha ceñido a nuestra carta magna. Siempre trabajando dentro del Estado de derecho y, a pesar que a lo largo de su vida ha sido atacada por sus detractores, sobre todo por los gobiernos en sus tres niveles, siempre ha salido avante, insisto, respetando el Estado de derecho. 

Antorcha es una organización que a lo largo de su vida ha organizado a millones de mexicanos y, junto con ellos, lucha para conseguir mejores condiciones para sus familias. Los dirigentes de Antorcha son activistas de tiempo completo que están en preparación continua a fin de ir teniendo las armas teóricas necesarias para guiar al pueblo, en su lucha, a un puerto seguro. 

Una de las razones fundamentales por lo que Antorcha no ha desaparecido como muchas otras organizaciones que sólo se forman por intereses políticos o económicos de algunos grupos de poder o que son formadas por el mismo gobierno para “controlar” a ciertos grupos sociales, es que, Antorcha es una organización política y económicamente independiente de las autoridades. Antorcha financia su lucha con la aportación de todos sus agremiados y de pequeños negocios que ha ido formando con mucho esfuerzo a lo largo de su existencia. 

Considero conveniente que hagamos el contraste entre Antorcha y otras organizaciones que existen o con algunas que existían y que en el sexenio de López Obrador prácticamente desaparecieron, esta comparación es sólo para demostrar o comprobar porqué Antorcha sigue de pie a pesar de los ataques que ha sido objeto.

Ejemplos son varios, en la historia reciente de nuestro país, de organizaciones que se auto definen y caracterizan como defensoras de los intereses de las clases populares, como "frentes de lucha" que buscan la justicia social y la elevación de los niveles de vida de los menos favorecidos por el sistema económico en que vivimos y que expresamente reconocen como límite, como marco normativo de su actividad, es el Estado de derecho que rige la vida de los mexicanos.

Sin embargo, esas mismas organizaciones y “frentes”, aunque siempre echan por delante la afirmación de que lo hacen pacíficamente, vemos que a cada paso transgreden flagrantemente ese Estado de derecho que dicen respetar; retan al Gobierno, a las instituciones y a las fuerzas encargadas de la salvaguarda de ambos con acciones como toma de edificios públicos, secuestro de funcionarios, bloqueo intencional de calles y carreteras, quema de patrullas y otro tipo de transporte y, en casos extremos, llegan al enfrentamiento directo con policías y otras fuerzas del orden.

El gran filósofo, politólogo, economista y luchador social Federico Engels escribió alguna vez que no hay que jugar a la insurrección. Sabía por experiencia propia, y también porque era un profundo conocedor de las luchas sociales de su época, que provocar la ira de las fuerzas conservadoras de la sociedad, es decir, el contraataque del status quo, sin estar debidamente preparado para enfrentarlo, para responder eficazmente a cada uno de sus golpes y, finalmente, para derrotarlo, es un error gravísimo que los luchadores sociales serios y responsables no pueden darse el lujo de cometer, en virtud de que el mismo, casi siempre, termina en un baño de sangre del que las principales víctimas suelen ser los más débiles y desprotegidos.

Es cierto que en la época actual ya no es tan fácil una represión sangrienta como pudo serlo en los tiempos de Engels. El desarrollo y perfeccionamiento del derecho a escala nacional e internacional, la mayor educación y politización de la opinión pública, el extraordinario avance de los medios masivos de difusión e información que en segundos llegan a los más alejados rincones del planeta, el surgimiento de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y las comisiones encargadas de vigilar y asegurar el respeto de los derechos humanos, son otras tantas ligaduras que atan las manos de los Gobiernos, a sus cuerpos represivos y los obligan a irse con más tiento y cuidado a la hora de enfrentar a sus “enemigos” o disidentes. 

De cualquier forma hay que decir que: un movimiento inoportunamente radicalizado provoca que, al desprestigiarse y aislarse de la simpatía ciudadana, tal desprestigio y aislamiento tiendan a extenderse a todos los movimientos de protesta, sin importar si son legítimos o no; la opinión pública, inducida por los voceros oficiales, tiende a juzgar con el mismo rasero a todos los grupos y organizaciones que recurren a la movilización de masas para hacerse oír y para lograr soluciones satisfactorias a las demandas de sus agremiados.

De todo esto se deduce que los luchadores sociales, al planear y ejecutar sus acciones, no deben tener en cuenta sólo los intereses particulares de su grupo, sino los de toda la lucha social de los marginados en general. Deben estar claramente conscientes que su deber no es sólo salvar la integridad propia, sino la de todos aquellos que, como ellos y con el mismo derecho que ellos, están dando la batalla, a su modo y desde su propia trinchera, por la justicia social, así como por el respeto irrestricto a los derechos económicos, políticos, sociales, educativos, de salud, culturales, etcétera, de la mayoría más débil y desprotegida de nuestra patria.

Antorcha se mantiene como la organización más grande y mejor estructurada del país y, su experiencia, su continua preparación política y el estudio de la historia de la lucha de clases le ha enseñado que: todo verdadero luchador social debe saber que su deber insoslayable es mantener incólume el prestigio de las formas de la lucha de masas, que son patrimonio de todos y no sólo de él; que el Estado de derecho sólo puede ser violado por los poderosos, pues si lo hacen los débiles, éste les puede caer encima con todo su peso, razón por la cual su mejor defensa es mantenerse siempre, estrictamente, dentro de los límites del mismo. 

En algún momento se podrá enfrentar al sistema para derrocarlo, pero mientras tanto, no jugar a la insurrección sino sólo cuando se tenga verdadero poder para hacerlo. 
 

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