Hace ya más de cien años, la socialdemocracia revolucionaria rusa había advertido el peligro que representaba para la lucha del proletariado la interpretación tergiversada de la teoría marxista, su adaptación para acoplarla a los intereses y aspiraciones de esa capa en transición, producto de la descomposición de la sociedad feudal que pretendía, en el fondo, mantener sus privilegios económicos y políticos.
Una teoría de esta magnitud, revolucionaria hasta la médula, no puede ser modificada para satisfacer los anhelos de los explotadores ni de sus cómplices. Lenin, el maestro del proletariado internacional, nos señala y nos previene del peligro que corren los movimientos sociales por la actuación de elementos que buscan confundir, desviar y, finalmente, detener la lucha de los humildes.
El daño que ocasiona este fenómeno al movimiento social es de gran consideración evidenciando a quién sirve realmente: a los miles de desposeídos o al selecto grupo que acapara la riqueza y que se ve obligado a disfrazarse de izquierda para mantener bajo su control la compleja situación de miseria creciente que amenaza con estallar y poner en serio peligro a los intereses económicos de esta élite social.
Por supuesto que a quien menos beneficia es a los elementos de las clases populares, a aquellos cuya única riqueza es la energía para ganarse el pan de cada día y con la cual luchan para obtener mejores condiciones laborales y sociales.
El efecto nocivo que causa esta tendencia retrógrada es múltiple: por un lado, hace creer a la población que las condiciones miserables en las que vive, y que son la causa principal de todo movimiento social, se resolverán con las reformas sociales, sin tomar en consideración y no ser lo suficientemente claros en que, en una sociedad capitalista como la nuestra, las reformas solo son concesiones que hacen los grandes empresarios para continuar eternizando su dominio.
El ejemplo más claro por su sencillez es el que ocurre con el aumento al salario mínimo. Hemos observado que este incremento no ha tenido el efecto deseado en la economía de las clases trabajadoras ya que, aunque no quieran aceptarlo los partidarios del ilusionismo político, los precios de los productos básicos aumentaron un 5.2% en el primer trimestre del presente año, anulando el beneficio que dicho aumento salarial pudiera haber provocado en la población. Para terminar de desengañarse, basta averiguar qué ha sucedido con los precios de la tortilla o del gas, por ejemplo.
Es una traición a las masas trabajadoras seguir ilusionando a la población de que para acabar con todos sus males solo basta asistir a votar cada cierto periodo por tal o cual partido y que ya no es necesario que se organice y luche por la defensa de sus intereses porque la salvaguarda de las necesidades quedará en manos de un selecto grupo de elegidos que velarán por el bienestar de los más necesitados. Los procesos electorales, solo son una de las múltiples herramientas de la lucha social; sin embargo, no es la única.
Claro está que solo es posible hablar de traición a la clase trabajadora, siempre y cuando hubiera existido en algún momento un compromiso real con ella; sin embargo, el origen de lo que hoy se autodenomina “la esperanza de México” se encuentra en una fracción interna del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que al no conseguir la satisfacción de sus aspiraciones, en esa pugna con el grupo que ejercía el predominio partidario, optó por el rompimiento y la separación, creando diversos grupos de oposición con la unificación de otros ya existentes en el panorama político mexicano, como el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) y el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) para dar forma primero al Partido Mexicano Socialista (PMS), al Partido de la Revolución Democrática (PRD) y después de un nuevo fraccionamiento de este instituto político, finalmente al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
La separación de esta corriente al interior del PRI, cuyos artífices (Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, entre otros) la llamaron “corriente democrática”, se desarrolló en una fase de la sociedad mexicana caracterizada por una profunda crisis económica y un gran descontento social producto de esta agudización de las contradicciones de clase, que amenazaba directamente a los intereses económicos de los grandes empresarios defendidos férreamente por los grupos parlamentarios en las cámaras respectivas y por los diferentes órdenes de gobierno. La inconformidad interna surge de un problema de intereses económicos, en la cual, los genuinos representantes de esos grupos de poder, se disputan las candidaturas para la obtención de los cargos políticos desde los cuales podían favorecer a sus respectivas élites. Tenemos entonces a los representantes de los intereses de la burguesía internacional, de la nacional y de la pequeña burguesía en plena pugna por mejores oportunidades para aumentar sus ganancias.
Es evidente que la causa que provocó el descontento y el posterior rompimiento con su partido fue la defensa de sus intereses económicos en un momento en que estos se encontraban en riesgo por el crecimiento del descontento social; esta tendencia, educada e instruida en el reformismo parlamentario, principal propagadora del oportunismo de izquierda y beneficiaria directa de las desviaciones políticas de los movimientos revolucionarios, aplicó la conocida táctica de cambiar con la única finalidad de que todo se conserve. Cambiar de grupo, de partido, de color, de filosofía, con el único objetivo de mantener su dominio sobre la población y continuar beneficiando con esto, a los grupos empresariales que representan.
Nunca hubo un compromiso serio con el pueblo trabajador; fuera del discurso que aún intenta adormecer las conciencias, los únicos beneficiarios han sido los elementos del selecto grupo que, para continuar enriqueciéndose sin interrupciones, requiere de la estabilidad de las condiciones políticas. Son ellos y quienes, esperando obtener algunas migajas de estos distinguidos personajes, continúan con la escenificación de la farsa, los que se sienten ofendidos cuando el pobrerío, cansado de las promesas, tiene que salir a luchar por la satisfacción de sus necesidades, en pleno y justificado uso de sus derechos constitucionales.
Cuando se ha agotado el recurso de petición y lo único que se ha obtenido es la indiferencia encubierta bajo las promesas; cuando no se atienden realmente las necesidades de la población, entonces no queda más remedio que hacer uso de la movilización. Esto es lo que provoca la ira del sacrosanto grupo oportunista autoproclamado de izquierda y le obligue a acusar de herejía y condenar al infierno a quienes se atreven a luchar por mejores condiciones de vida, liberándose de los engaños de los falsos profetas, cómplices en el fondo, de un sistema social injusto para la mayoría.
Luchar es un derecho de los pueblos, la movilización es un recurso constitucional que no sería necesario ejercer si los gobiernos resolvieran las necesidades más apremiantes de la población; en la atención verdadera y oportuna, no en la simulación y en la irracional condena está la posibilidad de evitar estos recursos que la Constitución nos ofrece para hacernos escuchar por los gobernantes.
Del brazo del pueblo continuaremos nuestra lucha porque eso somos, un pueblo decidido a continuar siempre adelante, a pesar de las adversidades.
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