El título de esta reflexión es una expresión en latín, que significa: ¡Ay de los vencidos! (o que también se usa para decir “dolor al conquistado”). Según Tito Livio, fue pronunciada por el jefe galo, Breno, (en el año 390 a. C.), que había sitiado y vencido a la ciudad de Roma. Tras su victoria, Breno negoció su retirada de Roma, mediante un rescate convenido por ambos combatientes; dicho rescate consistiría en entregar un botín de mil libras romanas en oro.
Cuando los romanos percibieron, que los galos habían amañado la balanza en que se pesaba el oro, protestaron ante Breno; éste se limitó a arrojar su espada para añadirla al peso de la balanza, mientras decía: ¡ay de los vencidos!
La frase sobrevive hasta nuestros días, y se usa para hacer notar la impotencia del vencido ante el vencedor, sobre todo en las relaciones entre ambos.
Esta anécdota histórica viene a mi memoria, cuando leo o escucho que tal o cual suceso es injusto, ilegal, o inmoral, sobre todo en un país como el nuestro, que alardea de un avance notable y acelerado en estos aspectos. Tal es el caso de la secretaria de Educación Pública, Delfina Gómez Álvarez, a la que se le acusa, entre otras cosas, de haber obligado a más de 500 trabajadores de el municipio de Texcoco, Estado de México, de donde fue presidenta (de 2012 a 2015), a entregarle el 10% de su salario, para desviarlo a las campañas políticas de Morena, partido al cual pertenece.
O cuando se arguye la defensa a ultranza de la Secretaría de Educación Pública, por parte del presidente López Obrador, solo porque ha sido su correligionaria e integrante destacada del círculo más cercano al gobierno del presidente, o cuando se dice que el presidente no debe alentar, permitir, o tolerar que con la conducta de sus más cercanos colaboradores se violente el derecho, la justicia, o la moral, creyendo, no sé por qué causas, que es posible lograr que el presidente eche para atrás o decrete sanciones a conductas que él mismo alienta, porque no solo le parecen correctas, sino necesarias y benéficas para su propio quehacer político.
Nosotros pensamos firmemente que el presidente cree ser la personificación del derecho, de la justicia, de la moral, y a eso se debe, que en las conferencias mañaneras ejerza ese papel, el de la personificación de la moral, de la justicia y del derecho, y, por tanto, con el poder de decir y decidir quienes tienen el derecho, cómo se les debe hacer justicia, y por qué es moral lo que él decide y hace. Si a muchos les parece que no puede ser su conducta, la forma de ejercer la ley, la justicia, porque eso es inmoral; eso es punto y aparte.
O si no estamos de acuerdo con ello, y si nos proponemos corregir este estado de cosas, no debemos olvidar que la posibilidad de su corrección tiene que pasar a fortiori por la unidad, organización, y la lucha del pueblo concientizado.
Por lo pronto, debe quedarnos claro que, a todo aquel que el presidente exonere en sus mañaneras, queda por ese solo hecho tan inocente con un bebé recién nacido, libre de toda culpa, y de responsabilidades que puedan imputársele. Entonces, que aun cuando al protestar tengamos toda la razón del mundo, mientras no se tenga la fuerza para hacerla imperar, todo será en vano. Para no errar, no equivocarnos, sería conveniente tener siempre presente la sentencia de Breno: ¡Ay de los vencidos!
¡Educar, concientizar, organizar, es la tarea del momento!
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