En México, a pesar de ser uno de los 20 países más ricos del mundo, existe una inmensa desigualdad y una enorme pobreza. Pero a pesar de que el pueblo sufre en carne propia esta miseria y esta desigualdad no tiene clara su problemática y menos aún la solución.
Se cuenta que la Zarina “Catalina la Grande” cuando quiso instruir a su ministro de educación para que enseñara a todo el pueblo a leer, este le aconsejo que no lo hiciera por que era muy peligroso educar al pueblo ya que se podría rebelar. Y así es, un pueblo culto no sólo es libre, como bien lo decía el poeta cubano, José Martí, pues ya no es fácil de engañar, este aprende a pensar y a cuestionar todos los acontecimientos de su entorno, no se conforma tan fácilmente con cualquier explicación y es capaz de ver más allá de sus necesidades.
Si el pueblo mexicano fuera culto, leyera, escuchara las noticias del mundo y del país, conociera lo que pasa en otras partes del mundo, se interesara por la historia y la geopolítica, de ninguna manera creería que el origen de todos nuestros males y la lacerante pobreza en la que vivimos es únicamente la “corrupción”, que aunque sí existe no se explica la pobreza en la que estamos sumidos la inmensa mayoría de mexicanos, y que por tanto el “combate de la corrupción” no es suficiente para cambiar las cosas (suponiendo que se pretenda atacar seriamente este mal) si nos empapáramos de nuestra realidad veríamos que es falso ese combate, que la corrupción sigue más viva de lo que se pretende reconocer.
La solución a nuestros males tampoco es la repartición de unos cuantos pesos mensuales o bimensuales a una parte de la población mediante la transferencia directa de dinero. Estos programas no son nuevos, existen desde varios sexenios pasados y no nos han sacado de la pobreza, pues con ello no se puede comprar mejor educación, o mejor salud, si eso se pudiera, México se hubiera podido evitar miles de muertes por causa de la pandemia; la transferencia directa menos alcanza para tener una vivienda digna, con servicios básicos, y no alcanza ni siquiera para adquirir la canasta básica, pues cuatro de cada diez mexicanos ya no pueden adquirirla.
El camino que deberíamos seguir para mejorar realmente nuestra vida sin necesidad de limosnas gubernamentales que sólo comprometen nuestra conciencia es la organización del pueblo en torno a un proyecto de nación, donde el gobierno implemente una política fiscal progresiva, es decir que paguen más impuestos los que más tienen, y se tenga el dinero suficiente para invertir en programas sociales que beneficien a las grandes mayorías en las ramas más importantes de nuestra vida como la salud, educación, alimentación, infraestructura y los servicios básicos; un gobierno que haga que se generen empleos dignos, suficientes y bien remunerados.
Los mexicanos somos un pueblo creativo y trabajador, mientras en otros países como los japoneses trabajan mil 598 horas al año, nosotros trabajamos 2 mil 124 horas, producimos mucha riqueza que coloca a México en el lugar número 15, de poco más de 200 países; y ni qué decir de los grandes y ricos recursos naturales con los que contamos en nuestro territorio. Hace falta solamente una distribución más equitativa de la riqueza y para lograrla, es indispensable la organización de todos los mexicanos, pero con claridad de objetivos y metas. No con mentiras al por mayor.
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