MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Sospecha frente al progreso

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El planeta se nos cae a pedazos. La contingencia sanitaria que paralizó más de un año buena parte de las actividades comerciales, culturales, educativas o políticas surgió en el seno de una sociedad polarizada económicamente, con enormes desigualdades. Pero la cosa es mucho, muchísimo más grave, las olas de calor y las sequías en nuestro país han puesto en el centro de mira el cambio climático y la crisis ecológica que ya está acá, respirándonos en la nuca. La crisis del agua, que parecía un problema muy a futuro está arribando como un jinete del apocalipsis silencioso.

El sistema de producción capitalista ha vuelto el mundo un páramo, aunque los heraldos del libre mercado anunciaban con cornetas de oro que el futuro sería resplandeciente. Mediante el desarrollo, la modernidad y el progreso, lo que ayer se anunciaba como bienestar, enriquecimiento y felicidad hoy se nos presenta como contingencia sanitaria, crisis migratoria, crisis económica y crisis ambiental. 

Esta visión del progreso como un constante ascenso fue elevado a concepción filosófica por la burguesía próspera en el siglo XIX. Sin embargo, desde su génesis hubo señales de alarma, sospechas y crítica. Ya en el Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels advertían: “donde quiera que se instauró, la burguesía echó por tierra todas las relaciones idílicas, echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el agua helada de sus cálculos egoístas. Enterró la dignidad personal bajo el dinero. Sustituyó un régimen de explotación velado por las ilusiones políticas y religiosos por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación”. A pesar de los beneficios que traía consigo el capitalismo industrial, el desarrollo de las fuerzas productivas, los autores alertaron sobre los peligros inmanentes a este sistema.  

Porque el espíritu de la época de la burguesía se caracteriza fundamentalmente por la necesidad de producción constante y dinámica, incesante y perpetua, en esta crítica ya encontramos implícita la problemática de lo perecedero de los recursos naturales frente a una necesidad de explotación recurrente, la carrera sin límites por la producción y reproducción de mercancías ha sido el sello distintivo de la forma de producir (y de apropiarse) la riqueza social. En este sentido el progreso aparece como “esa odiosa ídola pagana que se niega a beber el néctar si no es en el cráneo de los sacrificados”.

Sin embargo, dentro de la tradición marxista existe una fuerte reserva sobre la teoría del progreso, sobre todo cuando observamos que tal progreso exacerba las desigualdades y centraliza el capital. Uno de los pensadores que más se preocupó por esta cuestión fue el filósofo judío alemán Walter Benjamin, pionero sin duda en cuestionar la ideología del progreso, de la modernidad, del avance incansable hacia el futuro como un rinoceronte metálico embistiendo a su paso ciegamente a diestra y siniestra y destruyendo todo a su alrededor. “No hay progreso si no hay dicha para las almas”. Sólo redistribuyendo todo y paliando las desigualdades el progreso alcanza su punto más revolucionario.

De la misma manera el filósofo francés Henri Lefevre fue taxativo en su condena a la sobreproducción anárquica y potencialmente ecocida del capitalismo durante la segunda mitad del siglo XX, en su célebre obra La producción del espacio escribió: “Junto con Dios, la naturaleza muere: el hombre los mata y quizá se suicida en la misma operación.” Esta frase que se ha convertido en una premonición de la modernidad encierra una crítica terrible. 

A pesar de que no hay otro planeta y los recursos son limitados, la necesidad de maximizar las ganancias es tal que nos termina por consumir a nosotros mismos. Es preciso actuar en consecuencia. La prevalencia de este sistema rapaz con los recursos naturales y la expoliación de los trabajadores es una garantía de la continuidad de la crisis y quizá, como lo anunciaba Lefevre, el fin de la especie. 

Al fin y al cabo, como recuperaba Marx del historiador conservador Thomas Carlyle: “Si los hombres perdieron la creencia en un dios, su único recurso contra un No-Dios ciego, de Necesidad y de Mecanismo, contra una terrible Máquina de Vapor Mundial que los aprisione en su vientre de hierro como un monstruoso toro Faloris, sería, con o sin esperanza, la rebelión”.

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