Alguna vez escuche decir a los maestros de quienes nutro mi menguado entendimiento, algo que me ha servido como guía al momento de emitir mis modestas opiniones: “nada que sea cierto, será nunca demasiado teorizado”, así me dijeron un día. Es decir, que, nada que refleje fielmente la realidad en que vivimos, nunca será analizado suficientemente, como para sacar las experiencias oportunas necesarias al caso. Concluyo entonces, por lo mismo, y dado que los fenómenos todos suelen cambiar indefectiblemente con el tiempo, que éstos, deben ser siempre y de manera permanente, minuciosamente analizados con el rigor necesario, en tanto el entendimiento así nos lo permita.
Amparándome pues en esto, que es en lo que fielmente creo, es que ahora, nuevamente me ocupo de un tema que nos tiene a todos los mexicanos, y creo que también a casi todos los seres del planeta, al filo del suspenso y la preocupación continua; me refiero, al caso de la nueva variante del coronavirus, llamada Ómicron, por la OMS.
Pero confieso ahora, además, que me mueve también hablar nuevamente de este tema, la ingrata suerte que están sufriendo millones de mexicanos, entre los que se cuentan no pocos de mis compañeros cercanos, a manos de las secuelas o de las consecuencias inmediatas de este mal no visto en poco más de cien años, según consta en los registros históricos de que se tiene conocimiento.
Y no es que sean las mías, sólo ganas de causar alarma inútil. El 13 de mayo de 2020, cuando ya se informaba oficialmente en el país de la muerte de más de 200 mil personas por pandemia, el periódico El Universal publicó un informe de la Facultad de Medicina de la UNAM, que refleja fielmente la realidad que hoy vivimos los mexicanos más desamparados: 9 de cada 10 personas fallecidas oficialmente por covid-19, dijo el medio, se desempeñaban en trabajos esenciales que no permitían quedarse en casa. El informe especificó las características principales de los miles de fallecidos: la baja escolaridad, y el nivel socioeconómico precario de los trabajadores, como empleados, choferes, vendedores ambulantes, pequeños comerciantes, jornaleros agrícolas, amas de casa y jubilados y pensionados. He aquí la tragedia que está sufriendo el pueblo trabajador y sus familias.
Tal como hemos leído en casi todos los medios de comunicación, es cierto que la pandemia ha llegado hasta las puertas mismas de las “mejores familias”. Pero no nos engañemos, la suerte de los enfermos de covid-19 nunca ha sido la misma. Nunca será lo mismo sufrir la convalecencia de la pandemia en un palacio, que en un humilde jacal rodeado de pobreza y de miseria por todos lados.
A este respecto, llama sumamente la atención el segundo contagio por covid-19, de que nos informó recientemente que sufrió, el señor presidente de la República, quien se permitió, además, en plena convalecencia, minimizar y desdeñar la letalidad de Ómicron, recomendándonos para combatirlo, caricias familiares con VapoRub y remedios caseros. Nada más sorprendente, viniendo del primer mandatario de la nación.
Pero no desdeñemos totalmente las recomendaciones del presidente. Seguramente hay razón en lo que recomienda contra el Ómicron; lo que pasa, es que no todos los mexicanos tienen seguramente en sus casas, las condiciones de que goza el presidente para enfrentar la pandemia. Veamos un poco de lo que se sabe, acerca de la humilde vivienda del mandatario.
Para empezar, hay que decir que el presidente vive en un palacio, es decir, en el Palacio Nacional. El 11 de mayo de 2020, el periódico El Sol de México, informó que desde el día 22 de julio de 2019, López Obrador se mudó a este recinto, en un departamento que mandó construir el expresidente Felipe Calderón, que también ocupó ocasionalmente Enrique Peña Nieto durante su gestión, aunque ambos residían oficialmente en Los Pinos. Se dice en la publicación, que, en este departamento de 300 metros cuadrados, el cual consta de tres recámaras, salas, comedor, estudio, cocina y baños, estaría ocupado también por su esposa y su hijo menor.
El medio citado tituló así su nota: “Vivir en Palacio Nacional cuesta seis millones cada mes”, donde destacó con datos del año 2019, un gasto promedio de electricidad por 250 mil pesos mensuales, 174 mil pesos por concepto de agua potable, y 5.6 millones de pesos para el salario de 147 trabajadores de confianza, incluyendo al mandatario.
No es momento de juzgar aquí, dado que estamos hablando de la residencia oficial del presidente de la República, si el gasto necesario para el funcionamiento del Palacio Nacional es mucho o es poco. Ya los especialistas se encargarán del caso en su momento. Lo que yo rescato en este trabajo, es sólo para precisar bien a bien, desde donde fue, exactamente, que el presidente de la nación recomendó para todos los mexicanos, el uso de VapoRub y remedios caseros para combatir la nueva variante del coronavirus. Como podemos ver, y como ya lo supuse líneas arriba, seguramente que tales recomendaciones contra el Ómicron, bien pueden ser de mucha utilidad, para quienes gocen de iguales o parecidas condiciones de vida. Pero para las familias más pobres de la nación, sinceramente yo lo dudo.
Pero no sólo yo. El medio radioformula.com.mx, el día 17 de enero pasado lo dijo así: “Receta de AMLO contra covid-19 sólo sirve para que más gente se contagie: experto”, y luego citó la opinión de Xavier Tello, analista de políticas de salud: “Realmente no sirve de mucho, si acaso sirve para contagiar a la persona que se acerque a ellos. Todos los pacientes deberían tener cierto tipo de atención y de cuidado, sobre todo los que no tienen la capacidad de hacerlo por sí mismos […]”; y luego añadió que los consejos de López Obrador, sobre el tratamiento que empleó para enfrentar al coronavirus, es un tema personal, mismo que no debe tomarse como ejemplo por el resto de la población. Y hasta aquí dejo la opinión de un experto.
Finalizo ratificando aquí mi preocupación, y mi solidaridad con todos los mexicanos que están sufriendo las secuelas y el padecimiento de la pandemia, pero también de todo el resto de las enfermedades ya conocidas. Debemos exigir a las autoridades correspondientes, porque es un derecho humano, toda la atención médica necesaria para garantizar nuestra salud y nuestra vida. Pero hacerlo solos, siempre será poco menos que imposible. Llegó el momento de organizarnos para dar también esta nueva batalla. Después, puede ser ya demasiado tarde.
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