MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Nuestra nueva consigna

image

El Movimiento Antorchista, la organización de los pobres de México, tiene ya 48 años de existencia. Durante ese tiempo, el antorchismo como comunidad y organización ha aportado grandes progresos en diversos poblados, colonias, fraccionamientos. Cientos de miles de personas han visto cómo, gracias a la gestión han prosperado. 

Los que antes no tenían hogar, ahora tienen su patrimonio; los que habían abortado el sueño de terminar su educación, han concluido sus estudios universitarios; los que habían atestiguado el abandono de diversas autoridades en sus comunidades, han visto cómo, con el impulso de la politización y la organización del pobre, el avance ha llegado, paulatino, incipiente, pigmeo, pero, finalmente ha llegado, en alguna medida, la llama del progreso. 

No está en discusión, nadie lo puede refutar, el Movimiento Antorchista, que se ha ganado el respaldo y aprecio del pueblo, ha contribuido con su granito de arena para contrarrestar la pesada roca que cargan los humildes de México.

Los activistas antorchistas, distribuidos a los largo y ancho del país, se han vuelto especialistas en la gestoría social, como seguramente no ha habido ningún otro grupo en México. ¿Por qué la eficacia? Porque se han fundido con el pueblo, es más, han nacido del mismo pueblo, conviven con él, sienten sus pesares, sufren sus dolores y viven en carne propia lo apremiante de sus necesidades. Cual mirmidones, nuestros compañeros estudiantes, campesinos y demás miembros activos de nuestro movimiento, luchan, unas veces de manera frontal, otras de manera velada, contra el terrible flagelo de la carestía, contra el hambre, contra la indigencia, contra la ignorancia y la perversidad, todo ello producto de una fuente primigenia: la desigualdad y la pobreza.

Los hechos hablan más que las palabras, es cierto, pero a veces también es indispensable hablar, ¡hablar! Esa debería ser nuestra nueva consigna, porque ante los tiempos ominosos en los que vivimos, hablar se ha vuelto casi sinónimo de delito. ¿De qué hablar? De todo y de todos; de todo lo mal que va este gobierno y de todos sus desaciertos, de la traición de este gobierno que dijo defender a los pobres, pero hoy los desampara y los persigue. Y que nadie se avergüence, porque, ¿qué de malo tiene defender nuestros principios? ¿Qué hay de malo en denunciar la escandalosa desigualdad en que vivimos millones de mexicanos? Nada de malo hay en eso, pero hoy, buscan silenciarse todas las voces para dar paso única y exclusivamente a la voz todopoderosa de Palacio Nacional, como si de un credo o dogma se tratara.

Aun con todo lo eficaz de nuestro trabajo como peticionarios ante las diferentes autoridades, que desde cualquier ángulo por donde se le mire ha sido muy bueno, tenemos que reconocer, con profunda honradez, que nuestra labor se ha quedado muy corta.

La pobreza más que ir a la baja, crece y crece desmesuradamente, sin piedad, y se ahonda cada día más en los hogares mexicanos. Nuestra labor de gestión no ha servido de contención, porque no ha hecho más que maquillar en alguna medida la angustiante miseria entre la que se debate la vida de los humildes de la patria.

Nuestro discurso se he enfocado casi exclusivamente en la gestión. Hemos especializado nuestros términos en el sentido de las demandas prácticas, ahí nos hemos centrado los antorchistas casi exclusivamente, y por eso, quizá, no hemos enarbolado una demanda genérica que englobe ilusiones, que arrastre emociones y que haga único el grito colectivo.

López Obrador, con un discurso descaradamente hipócrita y demagogo, supo encausar toda la inconformidad social bajo una bandera: el combate contra la corrupción. Ya hemos invertido un sinfín de tinta explicando con los mejores argumentos, que la honestidad y la conciencia nos brinda, que ese argumento es, a todas luces, embustero y engañabobos. Pero, como todo fenómeno dialéctico engendra algo bueno, esto es, hace abstracción de la gama de múltiples posibilidades que pueden existir para brindar una tribuna estentórea al descontento colectivo.

Pues bien, va llegando la hora de que el antorchismo alce su bandera, enarbole sí, agua, luz y vivienda, pero también, que luche por el poder político, que le hable a la gente de sus intereses a largo plazo, de sus aspiraciones profundas, de la importancia de que los pobres gobiernen, de que se distribuya la riqueza entre todos, porque son justamente todos los que la han creado, en fin, que le expliquemos sobre la vigencia de la lucha de clases, sobre la urgencia de terminar con la dominación de unos hombres sobre otros y, que todas esas ideas abstractas se transformen en una única idea concreta, que los mueva a la lucha y los disponga a todo, porque parafraseando a Marx, como humildes que somos, no tenemos otra cosa que perder que no sean nuestras cadenas.

0 Comentarios:

Dejar un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

TRABAJOS ESPECIALES

Ver más