Aguascalientes vive actualmente un clima de enfrentamiento político, entre personajes que hace algunos meses se decían ser compañeros de partido, amigos de muchos años, luchadores sociales, etc., etc. Lo cual me hace recordar una pequeña anécdota que nos han contado a algunos de nosotros, dentro de nuestra querida organización El Movimiento Antorchista Nacional. La anécdota, que por pasar de boca en boca ya ha de estar muy distorsionada, pero dicho enredo no ha cambiado para nada el sentido o mensaje de la misma es la siguiente: Había una vez, en un poblado de la sierra norte del estado de Puebla, dos personajes con las mismas intenciones políticas que nuestros amigos de Aguascalientes, aspiraban ser pues gobernantes de su pueblo y de la gente del mismo, antes de conocer las intenciones el uno del otro los dos personajes se decían ser, en primer lugar, muy amigos, compañeros de lucha, batallas, etc., y que ellos daban la vida por la gente humilde de su pueblo, la gran mayoría de extracción indígena, que se dedica a la siembra del café.
Los dos “amigos”, tenían algo de liderazgo dentro de la población, los seguían y apreciaban sus paisanos, los veían como dos personas respetables, que querían lo mejor para todos dentro del pueblo. Llegó el día en que las decisiones políticas debían tomarse en la población, iniciaba la competencia “sana”, como en todos lados, entre amigos, miembros del mismo partido, etc., y así dio inicio una serie de comentarios de un lado como del otro, comentarios nada buenos, empezaron a “resurgir” problemas de corrupción, mentira, traición, etc., toda una película y retrato a escala del escenario político en nuestro país. Los dos susodichos “amigos”, ahora contrincantes por el puesto político a la alcaldía del pueblo, fueron haciendo su pequeña campaña negra, sacando los trapitos al sol el uno como del otro, y la reputación con la que contaban antes del inicio de las aspiraciones políticas, se fue deteriorando hasta llegar casi a los suelos.
Cabe aclarar que estas personas de las que estoy narrando eran campesinos medianamente acomodados en la región, tenían sus buenas cantidades de tierras, la cosecha de las mismas les daban buena ganancia, además de tener hijos y demás familiares trabajando en el extranjero, o sea, tenían como se dice vulgarmente, “con queso las tortillas”, y como la fuerza más grande, políticamente hablando eran los campesinos y sus familias organizadas en el Movimiento Antorchista, se acercaron a ellos y les solicitaron se les candidateara para ganar el puesto de presidente unicipal. Los líderes Antorchistas, ya experimentados en recibir dichas propuestas, les preguntaron el por qué de su interés en dicho puesto, a lo que inmediatamente, como por inercia contestaron, cada uno en su momento, que su interés era “ayudar a la gente de su pueblo, a sus compañeros campesinos, hermanos de infortunio”. La respuesta fue casi tan similar la de uno como la del otro candidato, que los líderes antorchistas de dicho municipio decidieron sentarlos a los dos juntos.
Se llegó el día de la reunión y como todo buen candidato, llegaron los susodichos saludando de beso, abrazo y apapacho a los ahí presentes, y con toda la pompa de la que podían hacer gala, se ataviaron con sus mejores ropas, sombrero, cinto y botas vaqueras, claro está, tomando del brazo a la señora de sus quincenas, igualmente ataviada y perfumada, como debe andar una mujer de la categoría que aspira a ser gobernante. Pues bien, los dos suspirantes, diría alguien por ahí, se sentaron en una mesa, donde había alrededor de veinte campesinos de los más humildes, pero con la característica de ser reconocidos como gente de trabajo, o sea, honrados. Los campesinos eran líderes naturales de su pueblo, como toda comunidad indígena tiene a sus adultos mayores, jefes de familia, sabios, etc., pero la cualidad más importante de estos campesinos era que hace ya algunos años habían iniciado una pequeña organización llamada Antorcha Campesina, en la que aprendieron a leer, analizar y tomar decisiones políticas en conjunto y sin anteponer intereses personales, en una palabra, los campesinos estaban muy bien politizados.
Solamente una pregunta les hicieron a los suspirantes, que fue la que ya se dijo en la parte de arriba del relato, por lo que los campesinos les dijeron: viendo que los dos tienen las mismas intenciones de apoyarnos, sacar de la pobreza a nuestro pueblo y demás, les proponemos que cualquiera de los dos que desee ser el candidato, renuncie desde ahorita a enriquecerse del erario público, que ganen el mismo salario que ganaría cualquiera de nosotros trabajando en el campo o en alguna otra empresa, y que todo el dinero que llegue de prestaciones federales, estatales y municipales se invierta en la mejora de nuestro pueblo, que sea el pueblo el que maneje las finanzas municipales y que mes con mes se informe en qué se gastó o invirtió dicho recurso, fírmenle aquí si están de acuerdo, y tendrán todo nuestro apoyo. La firma nunca llegó y los dos suspirantes quedaron en eso.
Esta es la anécdota de los dos amigos que después se hicieron enemigos, y que nunca llegaron a ser candidatos. La misma situación pero con desenlace diferente está ocurriendo en nuestro pequeño estado de Aguascalientes, y la pelea por el poder político está cada día más fuerte, sería bueno que el pueblo organizado, sentara a sus candidatos y les hiciera firmar un documento similar al de los amigos de la sierra norte de Puebla, y les aseguro que no habría tal pelea, nos evitaríamos un montón de recursos gastados en propaganda y buenas intenciones, alcanzaría para realizar obras y servicios en comunidades y colonias que aún no cuentan con agua potable, drenaje, electrificación, pavimento, escuelas, etc., aunque se escuche utópico esto puede realizarse, un gobierno del pueblo, donde sean los más humildes los que gobiernen, sin enriquecerse a costa de sus semejantes, solo es cuestión de hacer lo que los campesinos indígenas de este relato, organizarse, politizarse y juntos llevar las riendas de su pueblo.
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