La migración forzada de millones de personas hacia Estados Unidos no es un fenómeno aislado ni una simple casualidad. Es la consecuencia directa de un sistema económico global que depreda a los países periféricos en beneficio de las élites.
Frente a la depredación capitalista, los migrantes y el proletariado no tienen otra opción que unirse en un frente común.
Durante la administración de Donald Trump, este fenómeno adquirió tintes aún más sombríos con políticas abiertamente xenófobas y represivas que, aunque dirigidas hacia “los otros”, en realidad reforzaron los pilares de un sistema profundamente desigual.
Las caravanas de migrantes, compuestas por hombres, mujeres y niños que abandonan sus hogares en busca de una vida digna, son el reflejo de la pobreza estructural impuesta por el capitalismo en sus países de origen. En América Latina, las potencias económicas, encabezadas por Estados Unidos, han saqueado recursos, explotado a la fuerza laboral y desmantelado cualquier posibilidad de desarrollo soberano.
El resultado es claro: contingentes enteros ven en la migración su única salida, expuestos a la represión, la extorsión, los muros, los campos de detención y la posibilidad constante de morir en el camino o, en el mejor de los casos, ser deportados. Esta triste realidad la vive cada migrante sin que nadie se preocupe por resolver el problema desde sus raíces.
La política migratoria de Donald Trump no es más que una extensión del sistema capitalista que perpetúa la desigualdad global. Su discurso antiinmigrante sirvió para reforzar prejuicios raciales y desviar la atención de las verdaderas causas de la crisis social en Estados Unidos: el desmantelamiento de los derechos laborales, el colapso de los servicios públicos y la creciente concentración de riqueza. En este contexto, culpar a los migrantes por “robar empleos” o “colapsar el sistema de bienestar” no sólo es falso, sino perverso.
Sin embargo, el retorno de estos migrantes a sus países de origen no significa una solución, sino un regreso a la miseria, obligados a marcharse por las “buenas o por las malas”.
En México, muchos de estos migrantes enfrentan un gobierno incapaz de garantizar lo elemental que necesita un ser humano: empleos dignos, educación de calidad y acceso a los servicios básicos.
Los programas asistencialistas son una burla para la dignidad humana, un simple paliativo totalmente insuficiente frente a las condiciones estructurales que perpetúan la pobreza.
El capitalismo no sólo empuja a las personas a emigrar; además, desarticula cualquier forma de resistencia colectiva, divide, individualiza y promueve la falsa ilusión de que el éxito personal es posible sin cuestionar las bases del sistema.
Ante esta realidad, el proletariado —no sólo los trabajadores urbanos, sino también los campesinos, jornaleros y migrantes— tiene la tarea urgente de organizarse.
En este panorama, se necesita una organización vanguardista, sólida ideológicamente, estructurada y en acción. Es la única opción viable para salvar a México de un desastre socioeconómico que afectaría principalmente a la clase proletaria.
Esta organización debe marcar la diferencia respecto a los discursos vacíos de la política tradicional, un movimiento que verdaderamente plantee una lucha colectiva basada en la organización de los sectores vulnerables para exigir mejores condiciones de vida, sin quedarse en promesas populistas, sino con una estrategia concreta para enfrentar al sistema desde su base.
Ante lo dicho, el Movimiento Antorchista Nacional promueve y defiende que la solución a los problemas de los migrantes y de los trabajadores en general no radica en asistencialismos ni en soluciones individuales. Se busca la construcción de una sociedad más justa a través de la colectivización educada y organizada de la clase laboral.
Frente a la depredación capitalista, los migrantes y el proletariado no tienen otra opción que unirse en un frente común. Es necesario que no solo se defiendan los derechos laborales, sino que también se cuestionen las raíces del problema, nacidas de un sistema económico que concentra la riqueza y perpetúa la pobreza.
La situación de los migrantes nos recuerda que el capitalismo no tiene fronteras, pero tampoco debería tenerlas la lucha de los trabajadores. Los desafíos que enfrentan los deportados al regresar a su realidad son una muestra de que la solución no está en el sueño americano, sino en la construcción de un país donde nadie tenga que emigrar para sobrevivir.
El Movimiento Antorchista Nacional, liderado por el Ing. Aquiles Córdova Morán, ofrece una vía concreta para avanzar en este objetivo, pero requiere de la participación activa de todos los sectores.
No se puede esperar que las soluciones vengan desde arriba; deben construirse desde las bases, con organización, educación y conciencia de clase. En un mundo donde el capitalismo parece invencible, la organización proletaria sigue siendo la única esperanza real de cambio.
Por lo anterior, contra viento y marea, debemos estar dispuestos a dar la lucha por un mundo mejor para todos. Es la tarea que se tiene que llevar a cabo.
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