MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Lo que niños y madres merecen y urgentemente necesitan

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En estos días, todavía y a pesar de estar casi terminando el mes de mayo, se realizan entre los grupos Antorchistas en Campeche (y en todo el país) eventos y fiestas para celebrar a los niños y a las madres.

Tales eventos, unos más grandes o modestos, acatando inevitablemente las circunstancias y las posibilidades de cada grupo Antorchista, pues son los mismos grupos Antorchistas quienes los organizan y realizan, tienen todos motivaciones profundas y un gran respeto por los festejados.

Para nosotros no es sólo un buen motivo para homenajear, convivir un rato y fortalecer los lazos de unidad, lo cual es ya, de por sí, vital para quienes queremos unir y organizar al pueblo y convertirlo de una masa amorfa y flácida que es hoy en una poderosa fuerza transformadora y revolucionaria, sino que es, también y sobre todo, un asunto de principios y, así, una obligación educar y forjar a nuestros compañeros en ellos.

Estos principios se refieren a la comprensión sincera de que los niños y las madres representan la continuidad de la sociedad y de la misma especie, y requieren especial atención y cuidados que ahora se les niega, sobre todo a los de las familias humildes, pues en ellos se reflejan de la manera más viva los efectos negativos de la división de la sociedad en clases.

No, amigo lector, no estoy forzando la lógica y metiendo a chaleco y a ultranza el enfoque ideológico o político en un asunto que muchos pensarán que no tiene nada que ver con la política o que sería incorrecto y hasta perverso meter el “rollo político” en el asunto. Con toda honestidad y saludables intenciones, creo que es precisamente todo lo contrario. 

La mejor manera de profesar verdadero respeto y cariño por niños y madres, y el único modo de hacer algo efectivo para que ellos sean felices de verdad, no sólo en su día sino toda la vida, requiere necesariamente este enfoque.

Estoy afirmando, y sostengo, que usted, amable lector, y todos mis paisanos deberíamos abrir nuestra mente a estas razones, por nuestro bien y, ahora también, por el cariño que le profesamos a nuestros seres queridos, destacadamente a nuestras madres y nuestros niños.

La verdadera felicidad de una madre, pregúnteles si tiene duda, consiste en ver a sus hijos en buena vida, sanos, salvos, realizados y en el camino del bien. Pero la mayoría de las madres NO pueden ser felices, pues no tienen suficientes recursos para eso.

Las más pobres no les pueden dar ni siquiera de comer hasta que se llenen (¡aunque fuera de frijoles y tortilla!), ni quitándose el pan de la boca para dárselos, y aun las que tienen menos carencias no pueden verlos estudiar una carrera universitaria y con el dolor de su corazón les tienen que decir que ya no les pueden sostener sus estudios.

Algunos niños, desde la edad en que deberían estar en la primaria, deben dejar de estudiar para vender chicles y fritangas en las calles, para ayudar al gasto familiar. Todo esto porque a los padres no les alcanza el salario para cubrir todas las necesidades.

La infelicidad de madres y niños es un asunto de injusticia social y es causado no por un asunto moral o cultural, sino por el sistema económico que está diseñado para que ellos sean pobres y la riqueza se concentre en unas cuantas manos.

Como lo dice el maestro Aquiles Córdova Morán, líder de nuestra organización: 

“… las duras realidades de la vida no pueden suprimirse ni olvidarse voluntariamente ni siquiera en tal fecha (día de la madre), pues el modelo económico actual, dominado por la empresa privada y la producción de mercancías a base del trabajo asalariado, separa a los seres humanos en poseedores y desposeídos, entre estos las madres mexicanas”.

Es necesario entender que esta desigualdad no es un problema moral o de conciencia, sino de raíces económicas.

La explicación, refiriéndose a los derechos de los más débiles (mujeres y niños) en una sociedad como reflejo del avance de la justicia, la igualdad y la libertad en general, la dieron Carlos Marx y Federico Engels:  (C. Marx y F. Engels, La sagrada familia).

Así, la felicidad de mujeres y niños se logrará con la felicidad de todos en general, en una sociedad más justa en la que no haya pobreza, ni hambre, ni ignorancia ni injusticia. Pero, ¿esto es posible? SÍ, pero se necesita quitar el poder político a quienes hoy lo tienen, poner en el poder al pueblo trabajador, quien tiene las posibilidades y la fuerza para hacer los cambios necesarios, construir sobre las ruinas de un modelo explotador y rapaz esa nueva sociedad en la que, por fin, madres y niños, junto con los padres y todas las familias trabajadoras, puedan ser realmente felices. Es posible y es urgente.

Vea usted lo que ocurre en la Franja de Gaza, Medio Oriente, como un ejemplo de lo que esta sociedad injusta hace a las madres e hijos de las familias humildes; este es solamente el más vivo ejemplo de lo que ocurre en todo el planeta, de la soberbia de los poderosos quienes, en cuanto puedan, van a apretar aún más las cadenas de la explotación y la injusticia y a quitar de en medio a todos los que se les opongan, sin importar si son madres o niños. 

El estado sionista de Israel (no todos los israelitas ni todos los judíos, sino la élite sionista y fascista hoy empoderada), con el pretexto de responder al ataque del ocho de octubre perpetrado por el grupo árabe extremista Hamás, realiza un genocidio con las declaradas pretensiones de exterminar a los palestinos y robarles su nación. 

Esta campaña es vieja y se ha repetido en periodos extremos con el ascenso del fascismo con diferentes caretas, cuya perversidad y criminalidad no son asunto moral, sino que el fascismo es el ariete, el mastín del imperio que quiere mantener el dominio del mundo.

En este genocidio se han asesinado ya casi 30 mil palestinos, y el 70 por ciento son mujeres (madres) y niños. Esto no es casualidad o accidente, ni “daño colateral”, como lo demuestran las declaraciones de los mismos sionistas, como la del rabino sionista Yosef Mizrachi:

“Si hay que lanzar una bomba en un edificio con ocho niños árabes dentro, hay que hacerlo, porque esos niños se convertirán en terroristas. No tengas piedad de los niños, mátalos a todos, no hay diferencias entre ellos y sus hijos, Dios lo sabe”.

No, no es asunto de Dios, es un asunto del imperio y de la explotación de una clase sobre otra, al que se le debe responder no con argumentos y razones (ellos, ya se ve, no usan razones), sino con la condena mundial y, en cuanto sea posible, con el castigo ejemplar para que nunca más el fascismo asome la cabeza en nuestra sociedad.

Las imágenes del genocidio abundan y son terribles, mas no por ello debemos cerrar los ojos o voltear para otro lado. No podemos ir a Palestina a luchar contra los genocidas, pero sí podemos hacer algo efectivo por las madres y los niños de nuestra patria, algo más que festejarlos y agasajarlos (que nunca estará mal), sino organizarlos y luchar con ellos por una sociedad más justa, sin desigualdades, donde puedan ser por fin felices.

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