MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Larga vida a Carlos Marx

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El 14 de marzo de 1883, murió en Londres, Inglaterra, el científico social y revolucionario más grande que ha visto la humanidad, Carlos Marx. Se han cumplido 140 años de su fallecimiento y, a pesar de tanto tiempo transcurrido, su nombre y sus ideas siguen siendo motivo de acalorados debates.

El marxismo, como concepción científica del mundo, ha sido deformado, vulgarizado y tergiversado en sumo grado por sus enemigos abiertos o velados que, como señala Bertolt Brecht, el gran dramaturgo alemán: “Se ha escrito tanto sobre Marx que éste acabó por ser un desconocido”.
Es muy difícil, sino imposible, reseñar en un breve artículo la vastísima obra de Marx y sus grandiosas aportaciones al conocimiento científico, así que me permitiré tomar algunos extractos del discurso pronunciado por Federico Engels, su gran amigo y compañero de batallas, el 17 de marzo de 1883, ante la tumba de Marx. Un breve texto que sintetiza muy bien la revolución científica que supuso la obra de este genial hombre.
“Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana”, ni más ni menos, la comparación no es para nada metafórica, sino estrictamente real, Engels continúa “el hecho tan sencillo, pero oculto hasta el momento bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de hacer política, ciencia, arte, religión; por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o de una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo”.
Tal es en esencia del materialismo histórico, la ciencia social desarrollada por Marx, que tiene como punto de partida la negación de que el desarrollo de la sociedad está determinada por el simple azar o por una fuerza externa y superior a la voluntad de los hombres. Al contrario, la historia del desarrollo de la humanidad, es creada por los propios hombres, y no es más que la historia de las formas en cómo estos se han organizado para producir y distribuir los productos para satisfacer sus necesidades: la base económica, material, que precede a todo el aparato social. Proceso que está lleno de contradicciones que permiten el avance de la sociedad en su conjunto.
Marx, científico consecuente como era, no se conformó con revelar esta verdad a la humanidad, sino que aplicó sus descubrimientos al estudio concreto de la sociedad en la que le había tocado nacer, la moderna sociedad capitalista.

En palabras de Engels: “Marx descubrió la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto la de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas”.
Se trata, sin duda, de uno de los más grandes descubrimientos de la humanidad, entender que lo que le da el valor a todas las mercancías es la fuerza de trabajo de los obreros en las fábricas, que dicho valor se crea en el momento mismo de la producción y no en el mercado, como sostenían algunos autores; que el precio de esta fuerza de trabajo, el salario de los obreros, no corresponde en realidad a la totalidad del valor creado por el trabajador durante sus largas y tediosas horas laborales, sino simplemente una parte, lo suficiente para que pueda subsistir, mientras que la mayor parte del valor creado en la producción se queda en manos del dueño de la fábrica, el patrón, por lo que constituye la plusvalía, la ganancia del capitalista, dueño de los medios de producción, que acrecienta con ella su capital y riqueza personal. Este hecho engendra la contradicción permanente y el antagonismo entre las dos clases sociales fundamentales del capitalismo: burguesía y proletariado.
Esta contradicción, generada al interior del proceso mismo de la producción y concentrada, como en cada célula del cuerpo humano, en cada mercancía que el capitalismo alumbra al mundo, constituye la base misma sobre la que se sostienen las contradicciones de la moderna sociedad capitalista: la acelerada concentración de los medios de producción en menos manos, por un lado, y el crecimiento de la masa de desposeídos que solo tienen su fuerza de trabajo para vivir, del otro; la estricta organización al interior de las fábricas frente a la anarquía total en la producción y en la competencia en el mercado; y, todas las demás contradicciones entre riqueza y pobreza.
Estos grandes descubrimientos científicos fueron el resultado de muchos años de estudio profundo, para nada superficial, de la ciencia creada hasta ese momento, principalmente del estudio de la economía política clásica inglesa, sin embargo, tales conclusiones no hubieran sido posibles si antes Marx no hubiera adquirido el dominio del materialismo dialéctico, el método de análisis más completo creado hasta nuestros días, fruto del estudio y crítica científica de todo el materialismo filosófico anterior a él, desde Demócrito hasta Feuerbach, y de la dialéctica de Hegel.
En palabras de Lenin, otro gran revolucionario, la dialéctica materialista sintetizada genialmente por Marx explica que “la unidad de los contrarios constituye el descubrimiento de la existencia de tendencias contradictorias, que se excluyen mutuamente, y antagónicas en todos los fenómenos y procesos de la naturaleza, incluidos los de la sociedad y el pensamiento. La condición para conocer todos los procesos del mundo en su automovimiento, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es conocerlos como una unidad de contrarios. El desarrollo es lucha de contrarios”.

De ahí que Marx y Engels comenzaran el Manifiesto del Partido Comunista afirmando crudamente que “la historia de todas las sociedades hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases”.
Sobra decir que, en ninguno de estos descubrimientos, puede asomarse una gota de prejuicio o maniqueo, puesto que, como sostiene Engels, Marx era un hombre de ciencia. Sin embargo, “para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quien él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación, tal era la verdadera misión de su vida”. 
Marx en vida siempre luchó en contra de la sociedad explotadora y, a través de sus geniales descubrimientos científicos, llegó a la conclusión de que, tal como la sociedad capitalista había surgido de las entrañas del modo de producción feudal, tal como la burguesía como clase social había jugado un papel revolucionario en todos los terrenos de la vida al derrumbarse la sociedad feudal, igualmente el capitalismo tarde o temprano, debido a sus propias contradicciones, daría paso a una sociedad diferente, superior, en la cual los grandes avances de este modo de producción se combinarán con formas de producción y distribución de la riqueza más equitativas. 

Para ello, los obreros, los proletarios, deben jugar el papel de vanguardia en la transformación revolucionaria de la sociedad, tal como la burguesía lo había hecho anteriormente, de tal suerte que sus aportaciones al desarrollo científico debían tornarse en herramientas, en armas teóricas que en manos de las clases trabajadoras sirvieran como fundamento científico a sus aspiraciones y luchas por conseguir un mundo mejor.
Este hecho, el que llegara a la conclusión de que el capitalismo y la dominación de la burguesía como clase social no eran eternos ni fruto de ningún designio divino y que, tarde o temprano, debían quedar atrás en el desarrollo social, es lo que volvió a Marx “el hombre más odiado y calumniado de su tiempo”, agregaría yo, de todos los tiempos. Y esto es así, precisamente, porque sus investigaciones y conclusiones científicas chocan frontalmente con los intereses de las clases dominantes, las que detentan el control de los medios de producción en la sociedad, y que esperan  que sus privilegios y las de su descendencia sea eterna e inamovible, por ello es que se ha tratado de de ocultar las ideas de Marx, deformarlas y tergiversarlas desde que vieron la luz y hasta hoy.
Pero, muy a pesar de sus detractores y calumniadores, el desarrollo de la sociedad capitalista no ha hecho más que confirmar la validez científica de los descubrimientos legados por Marx. El marxismo es una ciencia vigente y en constante desarrollo, cuya grandeza no ha podido ser igualada ni refutada, una ciencia que debe ser estudiada de forma rigurosa y, al mismo tiempo, que debe ser utilizada como herramienta para la acción práctica de todos lo que aspiramos a construir un mundo mejor para los más humildes. Han resultado proféticas las palabras de Engels en cuanto a que “su nombre [el de Marx] vivirá a través de los siglos, y con él su obra”. Larga vida a Marx.
 

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