MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La falsa izquierda

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Sin lugar a duda, uno de los retos principales dentro de las agendas de los gobiernos revolucionarios es construir el camino para efectuar la soberanía y la autodeterminación de su pueblo. Esta tarea titánica exige a los miembros y dirigentes de dichos movimientos o partidos revolucionarios un conocimiento profundo de la situación social, económica y política de sus naciones y más aún, del mundo.

En el primer paso requerido para efectuar el inicio de un cambio de sociedad a otra se hace indispensable la toma del poder político. La historia ha dado numerosos ejemplos de posibles caminos para conseguirlo, dígase la vía armada, particularmente en esta época, es posible a través de la vía electoral, a través del sufragio popular que brinda un Estado democrático. Ambos caminos representan una serie indescriptible de vicisitudes para quienes reconocen abiertamente la existencia de una sociedad dividida en dos clases antagónicas, donde coexisten explotadores y explotados.

La historia del siglo XX, a nivel mundial, es una prueba irrefutable de la lucha de clases, la cual, si se comprende, se comprenderá igualmente la conjugación del mundo moderno. En el caso latinoamericano, los países integrantes sufrieron numerosos cambios estructurales de ámbito económico, político y social, pasando -aunque no de manera homogénea- por el impulso y desarrollo de sus fuerzas productivas que brinda inicialmente la instauración del capitalismo en cualquier país, sucediendo, posteriormente por la relativa estabilidad económica y en última instancia, en la decadencia. Impera en la mayoría de los países latinoamericanos el régimen productivo del capitalismo que, reitero, hoy se encuentra agotado y su reflejo inmediato se aprecia en la precariedad de trabajos disponibles, la insuficiencia de los salarios, el raquítico acceso a la salud, la educación y el crecimiento constante de la drogadicción, la violencia, la marginación, la corrupción social, guerras y contaminación climática.

Por ello, no debe sorprender a nadie el enorme descontento social, principal y fundamentalmente de las masas empobrecidas, es decir, los trabajadores; que se manifiesta diariamente a través de fenómenos colectivos e individuales tales como las manifestaciones multitudinarias, cuyos caracteres se tornan cada vez más agresivos y violentos -debido a las mencionadas circunstancias- las hordas masivas de inmigración, el desarrollo notorio de las enfermedades físicas y mentales, como la depresión y, lamentablemente, el suicidio.

En suma, la inconformidad es notoria, lo cual, políticamente, ha orillado necesariamente a las masas a acoger y seguir a los partidos políticos cuyos planes de nación indican, según éstos, la alternativa y solución de todas las calamidades de sus países. 

Tal es el caso de México que, durante la elección federal de 2018, en la que 30 millones de electores eligieron al Movimiento Regeneración Nacional (Morena), con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, como responsables de llevar a cabo tan necesaria revolución. Revestido con las telas de una falsa izquierda y en los hechos, AMLO no solo ha dejado en claro que no es, ni lo fue jamás, una alternativa viable para sembrar las bases propicias para el desarrollo económico y el mejoramiento en la calidad de vida de las mayorías. Así lo demuestra el ensanchamiento de la brecha existente entre ricos y pobres. El propio residente aseveró que: “Se ayuda también a los de arriba. Yo les puedo decir que no hay un rico de México que en el tiempo que llevamos gobernando haya perdido dinero, y a las pruebas me remito; al contrario, les ha ido bien”. (Animal Político, 23 de mayo de 2022).

Las estadísticas le dan la razón ya que “[…] un grupo de 13 empresarios mexicanos, liderados por Carlos Slim Helú, aumentó su fortuna 35 por ciento en comparación con 2020. A razón de lo anterior, en 2021, la fortuna de los 13 más acaudalados de México ascendió a 136 mil 300 millones de dólares.” (Forbes, 6 de abril de 2021). En contraposición, la pobreza “[…] creció dos puntos porcentuales entre 2018 y 2020 hasta el 43,9 por ciento de la población. […] El número de mexicanos en situación de pobreza pasó de 51,9 millones a 55,7 millones. […] La población en pobreza extrema también se incrementó al pasar de 7 por ciento a 8,5 por ciento en el mismo lapso. El número de personas en esa situación alcanzó los 10,8 millones en 2020.” (América Economía, 6 de agosto de 2021).

La revelación general de los datos estadísticos indica el carácter neoliberal del gobierno morenista, aunado a ello, ha sido el propio presidente quien públicamente manifestó su simpatía por el capitalismo salvaje y rapaz al comentar que: “Cuando se habla del modelo neoliberal, he llegado a sostener que, si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo. Es que se puede tratar del modelo económico más perfecto, pero con el agravante de la corrupción no sirve nada. Entonces, el fondo es ese, que impera la corrupción” (Forbes, 25 de mayo de 2022).

Obrador ignora que la corrupción es inherente al sistema que elogia, ya que, por su carácter de acumulación irracional y de explotación, el capitalismo y el hombre regido por él no reconoce barrera moral que suponga impedimento para consagrar el valor único de la máxima ganancia.

Otra prueba de desconocimiento de la economía y falsedad ideológica se encuentra en la supuesta búsqueda de la soberanía energética, cuando el partido en el poder pretendió a través de la Reforma Eléctrica, incrementar las operaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) por sobre el sector privado, pese la nula capacidad de infraestructura y desarrollo de la paraestatal. 

¿Pero, por qué la CFE, que es una empresa estatal, al incrementar sus operaciones ante el sector privado, no significaría un avance sustancial para la soberanía energética? Ya August Bebel, reconocida figura del movimiento obrero europeo del siglo XlX, había refutado la efectividad de la mejora en la calidad de vida de las clases trabajadoras a través de la apropiación de las industrias si el Estado permanecía bajo el control de la clase explotadora: “[…] Estos establecimientos administrados por el Estado no son socialistas, como lo estiman erróneamente algunos. Son empresas que el Estado explota sobre las mismas bases capitalistas que las empresas de patronos privados. Ni los empleados ni los obreros sacan de ello la menor ventaja” (August Bebel, La sociedad futura).

Actualmente, los trabajadores de Latinoamérica tienen tareas difíciles, en un contexto donde una nueva ola de políticos de izquierda ha arribado al poder. No solo deben determinar el carácter de clase de sus gobernantes, poder distinguir de falsas y auténticas izquierdas, a través del análisis del sistema económico que se implemente, sino también, y más importante aún, tienen la obligación de organizarse y luchar para efectuar el tan justo y anhelado cambio de nuestras sociedades.

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