"Cuando ha llegado un 5 de febrero más ... la justicia ha sido arrojada de su templo por infames mercaderes y sobre la tumba de la Constitución se alza con cinismo una teocracia inaudita ¿para qué recibir esa fecha, digna de mejor pueblo, con hipócritas muestras de alegría? La Constitución ha muerto, y al enlutarnos hoy con esa frase fatídica, protestamos solemnemente contra los asesinos de ella, que con escarnio sangriento al pueblo que han vejado, celebren este día con muestras de regocijo y satisfacción": Jesús Flores Magón
Acaba de pasar el 161 aniversario de la Constitución de 1857 y el 101 de la de 1917, y cabe recordar que es la nuestra, la primera de todas las Constituciones en el mundo que reconoció y elevó a Ley máxima, al lado de las Garantías Individuales (los Derechos Humanos), a las Garantías Sociales, pero no como artimaña demagógica de gobiernos antipopulares para mediatizar y engañar a su pueblo intranquilo, sino como fruto sazonado de la lucha de las clases populares, como triunfo, parcial, pero triunfo al fin, de la lucha y del sacrificio de los grandes próceres, representantes del pueblo trabajador de México, ávido de justicia que no llegó con la "Independencia".
Al México independiente lo dominó políticamente la Iglesia, el ejército y una clase comercial y usurera poderosas que no querían la unidad nacional y se sublevaban ante cualquier intento de cambio progresista en las estructuras del estado. Después de la deshonrosa derrota en la invasión de Estados Unidos (donde perdimos más de la mitad de nuestro territorio), Antonio López de Santa Anna se autoexilió, pero para 1853 esas mismas clases poderosas, enquistadas en la mayoría de los Gobiernos de los Estados, se rebelaron para traerlo del exilio e instaurar una dictadura que persiguió a quienes intentaban abrir paso al progreso. Fueron víctimas del destierro, entre muchos otros, Guillermo Prieto, Melchor Ocampo, Ponciano Arriaga, José María Mata y Benito Juárez García.
Encabezados por este, esta generación de hombres brillantes y valientes, derrocó a Santa Anna e impulsó reformas que hablan de justicia social y fue una minoría de constitucionalistas (pero que representaban los intereses de la mayoría gigantesca, del pueblo pobre de México) la que defendió sus más radicales reformas sociales: Ignacio Ramírez (el Nigromante), Ponciano Arriaga, Isidoro Olvera, Francisco Zarco y José María Castillo Velasco. Los poderosos, para impedirlo, promovieron otra guerra civil y la invasión francesa que instauró un imperio. Pero los reformistas, con la lucha armada del pueblo, finalmente ganan la guerra y establecieron la Constitución aprobada en 1857.
Este proceso, conocido como La Reforma, fue una revolución burguesa que permitió por fin la unidad nacional y el inicio del desarrollo capitalista, pero estableció una Constitución que ha logrado ser realidad después de 10 años de guerra y contra los deseos de las clases poderosas, que nunca han desistido en tratar de inutilizar sus partes más progresistas.
La Constitución fue letra muerta con el nuevo ascenso político de las clases privilegiadas, que se acentuó con la dictadura de Porfirio Díaz; las masas son explotadas y reprimidas sangrientamente. "La Constitución ha muerto", protestaron los hermanos Flores Magón, desde el periódico El Hijo del Ahuizote, en el 46 Aniversario de la Constitución (1903). Fue entonces cuando Jesús escribió la frase con que inicia esta colaboración.
Pero el proceso que derivó en la Revolución Mexicana lo encabezó Francisco I. Madero, quien logró jalar los hilos de la inconformidad del pueblo, representados principalmente por Francisco Villa y Emiliano Zapata. Madero decía que Porfirio Díaz había roto el orden legal y había que aplicar la Constitución de 1857 y, después de un fraude electoral, que incluyó su encarcelamiento, llega a la presidencia en 1911 gracias al levantamiento popular armado que dio fin a la dictadura Porfirista.
En los siguientes dos años, intentan hacer letra viva la parte progresista de la Constitución Pancho Villa y Emiliano Zapata y le reclaman a Madero su falta de acción. En 1913 Pastor Rouaix redacta la primera Ley Agraria y el primer reparto de tierras lo realizan Francisco J. Múgica y Lucio Blanco.
Los poderosos reaccionan, en febrero de 1913 asesinan a Madero en la Decena Trágica y se alza en el poder Victoriano Huerta contra cuya imposición se destaca el entonces gobernador de Coahuila Venustiano Carranza. Pero él solamente quería derrocar a Huerta: "...Los terratenientes, el clero y los industriales son más poderosos que el gobierno usurpador; hay que acabar primero con este y atacar después los problemas que con juicio entusiasman a todos ustedes", dijo entonces a Francisco J. Múgica y Lucio Blanco, y más adelante a Villa y Zapata, que sí querían una Revolución.
Ya derrotado Victoriano Huerta, se planteó una Convención Revolucionaria para dirimir los conflictos entre los caudillos. Los sectores representativos de las masas campesinas se unificaron y erigieron como triunfadores en la Convención. Pero Villa y Zapata no consolidaron su alianza ni conformaron un gobierno sólido, y sobreviene la mayor guerra civil en la revolución, que fue la lucha entre el ala burguesa contra los sectores representativos de las aspiraciones de las masas, es derrotado Pancho Villa por álvaro Obregón y más tarde los Constitucionalistas destruirían la Comuna de Morelos de Emiliano Zapata. Fue entonces cuando Carranza convocó al Congreso Constituyente; el objetivo era terminar de aplastar los residuos de la Convención Revolucionaria.
De todos modos, al igual que la de 1857, la Constitución de 1917 es resultado del levantamiento armado del pueblo empobrecido, lucha que termina de definirse en un Congreso Constituyente que tuvo que conceder al pueblo trabajador, el reconocimiento de sus derechos.
La guerra en el Congreso no fue menos clara que en el campo de batalla, y gracias al tesón de los delegados del pueblo, Francisco J. Múgica, Esteban Baca Calderón, Amado Aguirre, Juan de Dios Bojórquez, Heriberto Jara, Pastor Rouaix, Luis G. Monzón y Enrique Colunga, se crea la Constitución más progresista jamás elaborada en la tierra antes de las Constituciones Socialistas. No avanzó más, porque las condiciones históricas no lo permitían, pero lo que logró fue, sin duda, fruto de la lucha del pueblo y costó mucha sangre.
Los poderosos nunca han dejado de intentar suprimir lo más progresista, abierta o embozadamente, con la guerra o en la paz. Hoy sólo queda un 20% de la redacción original del 5 de febrero de 1917, los 19 Presidentes que han regido la han reformado, pero fue después de 1982 cuando se realizaron más modificaciones. El mayor número se han realizado durante el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) y lo que va del de Enrique Peña Nieto, con más de 260 modificaciones en 11 años. De los 136 artículos del texto original de 1917, sólo 22 se mantienen intactos. Se han realizado más de 230 decretos de reformas para un total de más de 700 cambios a la Constitución.
En nuestros días, nuevamente, las clases privilegiadas, como siempre con el alegre apoyo del imperio hoy más poderoso y desalmado de todos los tiempos, le cercenan a nuestra Carta Máxima los apartados que defienden los intereses del pueblo y nuestra Constitución muere ante nuestras impotentes (¿o impávidas?) miradas a un ritmo que no se compara con el de los tiempos de Porfirio Díaz. ¿Qué dirían los constitucionalistas Heriberto Jara y el obrero ferrocarrilero yucateco Héctor Victoria, forjadores y defensores imbatibles del artículo que salvaguarda los derechos de los trabajadores, si vieran como en nuestros días la justicia ha sido arrojada de su templo por infames mercaderes, con una reforma laboral que ha castrado el Artículo 123 y le ha convertido en una burla a nuestra historia, a nuestros mártires, y convierte a nuestra generación en vergüenza internacional, no menos castrada que su Constitución? No basta con el honor de ser mexicano, paisano de esos grandes hombres, si somos incapaces de comprender el aberrante evento, su vergonzante alcance y sentir conmovernos el alma. Tampoco basta con maldecir a los protagonistas y esperar a que "alguien" venga a defender nuestro honor.
No hay duda, el poder político lo siguen teniendo las clases privilegiadas y seguirán intentando echar para atrás al país. No hace falta un cambio de partidos ni de personas en el poder, sino que hay que cambiar a la clase en el poder. Eso sería ser patriota y es tiempo de que el pueblo asuma otra vez y en definitiva esa responsabilidad, o la del oprobio de dejarse castrar impasible.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario