MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La ceguera solo es para los desesperanzados

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“Siempre llega un momento en que no hay más remedio que arriesgarse”, es lo que nos dice José Saramago en una de sus novelas que relata una realidad en que una ceguera blanca se extiende en una ciudad, seguramente en Portugal país natal del autor, y que afecta a un gran número de personas que hacen todo tipo de cosas impensables por sobrevivir. Esto a nivel general crea un colapso social y lo que se conocía como sociedad moral, solo es ahora un recuerdo.  

Para quienes no han leído este libro, el Ensayo sobre la ceguera comienza con la narración de un hombre que mientras espera le ceda el paso verde del semáforo, una nube blanca comienza a cubrir toda su visión. Esta ceguera no es la tradicional, pues es como si un mar de leche te nublara la visión y además es contagiosa como una epidemia a través del aire. De forma que este primer ciego empieza a contagiar primero a su esposa, luego al médico al que acude en búsqueda de una solución y así consecutivamente hasta dejar ciegos a buena parte de los citadinos. Niños, ancianos, ladrones, ricos, pobres; la ceguera se propaga como un virus contaminando a todos excepto a la esposa del doctor que inspeccionó al primer contagiado.

Ante esta epidemia, las autoridades deciden poner en cuarentena a todos los infectados y los concentran en un edificio que fue en su momento un asilo, pero se olvidan de invertir recursos y condiciones suficientes de forma que los ciegos encuarentenados desarrollan aquello a lo que, en última instancia, recurre el ser humano para sobrevivir. Cada día más personas se ubican en esta condición y el caos impera en el hospicio: los individuos asumen un comportamiento de supervivencia irracional, exacerbando sus instintos éticos, sexuales, animales, sociales, matan sin motivo, se comen entre sí, se aprovechan unos de otros. Pero la mujer del doctor, quien es la única que no se contagió y algunos otros personajes más que pugnan por restablecer el orden en medio del caos, procuran salvarse no solo de no ser devorados sino también de ceder a estos instintos que en nada los definía como seres.

Este grupo limitado de sobrevivientes sale del asilo y se dan cuenta de que en las calles hay cuerpos putrefactos, basura y todo tipo de inmundicias. De ahí todo gira en torno a sobrevivir, ya no luchando por conseguir trabajo o un salario, ahora buscar ganancias, dinero o el “éxito” ya no es una prioridad, ahora solo les importa encontrar que comer, donde pasar la noche: sobrevivir, en fin, fuera del asilo.

Decía Marx que el ser humano es un ser dependiente, sufriente, lo que quiere decir que los objetos de sus impulsos existen fuera de él, como objetos independientes de él, pero que estos objetos son objetos de sus necesidades, objetos imprescindibles, objetos esenciales para la confirmación de las fuerzas de su propio ser. En la actualidad algunos se han referido a esos impulsos de los que habla Marx como instinto, término que su significado en latín es impulso y motivación que viene de dentro de uno mismo, y que se produce generalmente de forma inconsciente pero que responde a necesidades concretas. En el caso del libro de Saramago, a la necesidad de supervivencia

Este instinto de supervivencia es la capacidad que tienen todos los seres que habitan el planeta para hacerle frente a cualquier agresión externa o interna que nos impida vivir o nos induzca a la extinción.

Cada especie ha desarrollado habilidades para defender su existencia frente a cualquier situación, pero en el caso de los humanos, que somos más susceptibles a los daños externos debido a que no contamos con suficiente fuerza, o garras, o pelaje que nos permita defendernos, vivimos desde siempre en colectivo lo que nos ha permitido crear mecanismos de defensa y el comportamiento que nos caracteriza es racional.

Es decir que el desarrollo de la humanidad y su necesidad de supervivencia, nos permite ser seres que actúan usando la razón ante cualquier situación, eliminando así esta característica natural del instinto.

Por esta razón, cualquiera que atente contra la unión, contra todo tipo de organización, contra todo intento de trabajo colectivo en pos de la prosperidad, va en contra del desarrollo de la humanidad y su fortalecimiento como raza humana como tal que nos diferencia del resto de los seres vivos. El trabajo colectivo, ese por el que pugna el Movimiento Antorchista y que cada que puede menosprecia el gobierno, es lo que nos permitirá desarrollarnos y crecer como sociedad. Pero el utilizar los ojos, ver la realidad y actuar sobre ella, es lo que le permitirá a esa sociedad, transformarse realmente.

Ensayo sobre la ceguera es la ficción del autor que le permite al lector explorar lo que las personas son capaces de hacer para sobrevivir en un lugar donde cada uno tiene que adaptarse para mantenerse vivo y mantener ardiendo la llama de la esperanza de volver a ver. El autor nos alerta sobre la responsabilidad de tener ojos en un momento en que todos han perdido la capacidad de ver.

Y la realidad mexicana, en todos sus aspectos tanto económicamente, como social y político, exige, a gritos, que veamos y actuemos sobre ella, de lo contrario, las mentiras, falsas noticias, las necesidades impuestas, etc., con la que nos quiere tapar los ojos las autoridades políticas y económicas nacionales e internacionales, nos cegarán y nos será casi imposible utilizar la razón para discernir entre el bien, el mal, la verdad y la mentira.

No todos han dejado de ver. Hay todavía en nuestro país mucho pueblo que necesita quitarse la neblina blanca que le impide ver la verdad y para lograrlo, el Movimiento Antorchista se ha venido esforzando a lo largo de casi 45 años para poder ver la verdad y la necesidad de un cambio a través de educación, cultura, deporte y lucha, lo único que queda es que se atrevan a arriesgarse a pensar que un cambio es posible, a unirse a nuestros esfuerzos colectivos para así, todos juntos, transformar realmente a nuestro país.

“Hay una cosa que no tiene nombre y esa cosa es lo que somos, el deseo humano de poder darse a sí mismo el nombre que le falta”.

José Saramago.

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