MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Infancia perdida en trabajos que destruyen 

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¿No fue el señor quien dijo
el reino es de los niños
el que no sea chiquillo
no entrará en el paraíso?

Cuánta razón en el dicho
Aqueste que he susodicho
pues, ¿hay acaso en el mundo
algo más puro que un niño?

El Día del Niño resulta imposible ignorarlo, pues sobre esta fecha se vierte una cantidad enorme de propaganda por parte de la clase empresarial que pretende convencernos de que es necesario hacer felices a los niños a través de regalos, algunos de ellos muy costosos para la mayoría de la población que apenas tiene para satisfacer sus necesidades básicas. 

También abundan algunos personajes de la política que se empeñan en discursos edulcorantes para convencernos de que ellos están preocupados por la niñez, pero a los unos como a los otros no los mueve ningún interés genuino de preocupación por los niños.

Cifras de organismos internacionales nos dicen que hay 160 millones de niños y niñas víctimas del trabajo infantil, de estas, casi la mitad (72.5 millones) ejercen alguna de las peores formas de trabajo infantil, como esclavitud, trata, reclutamiento para conflictos armados o trabajo forzoso, es decir, uno de cada 10 niños del planeta se encuentra en tan espantosa situación.

En esta ocasión sólo me referiré al trabajo infantil que desempeñan millones de niños en el mundo cuya raíz es la pobreza. Ya el genial pensador alemán Carlos Marx nos habló en su obra cumbre “El capital” sobre la degeneración física de los niños y jóvenes a quienes la maquinaria somete a la explotación; a la enorme mortalidad de niños obreros en temprana edad y cómo “en el célebre distrito londinense de Bethanal Green se celebran todos los lunes y martes, por las mañanas, un mercado público, en que los niños de ambos sexos, de 9 años para arriba, se ofrecían en alquiler a las manufacturas sederas de Londres” (El Capital, Pág. 326).

Han transcurrido 155 años desde que esta extraordinaria obra fue publicada, pero la niñez sigue sufriendo los embates aterradores de una sociedad que desde su nacimiento le condena al hambre y a jornadas agotadoras; el diario El País publicó en sus páginas cómo en Nepal el 15 por ciento de la fuerza laboral de los hornos de ladrillo está formado por niños (entre 20 mil y 30 mil niños) y sí, como lo dijo el sabio Marx, estos niños están expuestos a condiciones muy dura e insalubres: “Presentan problemas con las manos, la espalda y las rodillas debido a los movimientos repetitivos, al llevar cargas pesadas o al estar sentados durante muchas horas mientras fabrican los bloques de arcilla. El polvo y el humo del horno también son dañinos para los ojos y pulmones”.

Quisiera pensar que esto sólo ocurre en ese lejano país asiático, pero si pensamos en México, la situación se torna desalentadora. La subsecretaria adjunta de Asuntos Laborales Internacionales del Departamento del Trabajo de Estados Unidos (EE. UU.), Thea Lee, comentó que, por la pandemia, la tasa de trabajo infantil en México crecerá 5.5 por ciento, pasando de 3.1 millones en 2019, a 3.3 millones en 2022, cifra realmente estremecedora y que contrasta con la propaganda que nos quiere hacer creer que la niñez está primero.

Basta con visitar el campo mexicano para darnos cuenta de que millones de niños trabajan en la producción agrícola, como es en el corte de cítricos, bajo temperaturas extremas en las tierras calientes, con jornadas agotadoras que implican levantarse desde las 4 de la madrugada hasta las 6 o 7 de la tarde, bajo el riesgo de que alguna serpiente o alacrán termine con su vida.

Esto que narro, lo sufren tantos adultos como niños que trabajan en los municipios de Apatzingán, Nueva Italia, Parácuaro, Buenavista, en Michoacán, pero en este extenso y fértil territorio que es México, la mayoría de los niños trabajan en corte de café, de la uva,  de fresa, de arándano, de zarzamora y frambuesa para satisfacer a los paladares más exigentes de los poderosos consumidores de otras partes del mundo. 

Esas infantiles manos en enormes extensiones de tierra crean, en el mundo y en México, a costa de sudor, lágrimas y sufrimiento, la ganancia de los grandes capitalistas; y sólo llegado el Día del Niño o el Día del Trabajo Infantil se desgarran las vestiduras para hacernos creer que les importan los niños y jóvenes ¡cuánta hipocresía y engaño reúne su propaganda!

Sólo el pueblo, que conoce la desgracia que sufren sus hijos y que seguramente también ha vivido en su infancia, saben el sufrimiento que se vive cada día, por eso es necesario una clase política diferente, inteligente, verdaderamente humanista y con otra visión de país, para liberar de tanta crueldad a los niños y jóvenes del trabajo que los destruye física, intelectual y moralmente.

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