MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Historia de los movimientos socialistas en EE.UU. (I/III)

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En esta serie de artículos pretendemos dar a conocer la historia de los movimientos socialistas en Estados Unidos. El trabajo está dividido cronológicamente en tres partes: primero, abordamos el desarrollo del movimiento obrero y el nacimiento del movimiento socialista a finales del siglo XIX y principios del XX; segundo, exponemos los cambios de tendencia en el movimiento socialista desde la Gran Depresión hasta los años ochenta; finalmente, presentamos esos mismos cambios en el periodo que va del surgimiento del neoliberalismo a la actualidad. Es importante notar, en primer lugar, que utilizamos una definición amplia de socialismo: incluimos eventos y movimientos políticos que no necesariamente tenían un carácter conscientemente socialista, pero que, a pesar de eso, son parte del linaje socialista en EE. UU. En segundo lugar, este trabajo representa una historia general del pensamiento y movimiento socialista durante más de dos siglos; no pretende ser un análisis exhaustivo, por lo que muchos actores, grupos y eventos importantes necesariamente quedan fuera.

Presentamos una narrativa amplia que liga el desarrollo de la conciencia de clase obrera con el desarrollo histórico del sistema capitalista. Conforme la industrialización se afianzó, el siglo XIX fue testigo de los inicios del movimiento obrero, la difusión de las ideas socialistas y, posteriormente, la introducción del marxismo en la conciencia obrera. Estos movimientos evolucionaron hacia formas más organizadas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, construyendo partidos socialistas y, posteriormente, comunistas. La Primera Guerra Mundial fue un momento crítico en esta historia, pues desencadenó una serie de huelgas lideradas por militantes socialistas que, a su vez, provocaron la respuesta de la clase dominante en lo que se conoce como el “Primer Temor Rojo”, que mandó a los movimientos socialistas a la defensiva. Sin embargo, pocos años después, durante la Gran Depresión, se experimentaría el mayor potencial para una revolución socialista en los EE. UU. hasta la fecha. El pico en la membresía del Partido Comunista a finales de los cuarenta fue recibido con una resistencia feroz por parte de la clase dominante, que se fijó el objetivo de exterminar a las fuerzas marxistas, al mismo tiempo que promovía violentas campañas anticomunistas en el exterior. Aunque en los sesenta hubo un breve renacimiento de la acción revolucionaria, así como el surgimiento de la “Nueva Izquierda”, la represión doméstica y la aparición del neoliberalismo se conjugaron para erradicar cualquier potencial de revolución en el corazón del capitalismo global. Así, aunque las fuerzas marxistas han prácticamente desaparecido al entrar el siglo XXI, no lo han hecho las contradicciones del capitalismo, y el fracaso del neoliberalismo ha creado las condiciones para el desarrollo de nuevas fuerzas socialistas.

Siglo XIX

Al iniciar el siglo XIX, la economía de EE. UU. estaba caracterizada, principalmente, por la agricultura de subsistencia. En este periodo, la nueva nación experimentó tres transformaciones fundamentales: primero, la expansión territorial por la compra de Luisiana y la extensión, a menudo con medios violentos, hacia el oeste; el aumento dramático de la población y, finalmente, el crecimiento y la mejora de los medios de transporte como caminos, canales, barcos de vapor y sistemas ferroviarios. Simultáneamente, la industria textil —primer paso en el proceso de industrialización en la mayoría de los países— comenzó a desarrollarse en Nueva Inglaterra. Con esas condiciones, a mediados del siglo XIX, EE. UU.  inició su proceso de industrialización a gran escala: los medios de transporte se expandieron dramáticamente y con ellos las fábricas y el trabajo asalariado. En este punto, donde comienza nuestra exposición del movimiento socialista, la economía de EE. UU.  estaba conformada por el norte manufacturero-industrial, principalmente el noreste textil, el oeste agrícola con relaciones de subsistencia y mercantiles simples, y el sur, que utilizaba trabajo esclavo para la producción de algodón, tabaco y azúcar, entre otros cultivos.

Del mismo modo que en varios países europeos, gran parte del primer socialismo estadounidense se inscribe en lo que Marx y Engels definieron como socialismo utópico. Esta forma de socialismo se caracteriza por aspirar a implantar modelos ideales de sociedad, sin ligar el desarrollo histórico real y, en particular, la dinámica de la lucha de clases, con ese modelo.  Robert Owen, un industrial galés famoso por su papel en el movimiento socialista utópico inglés, llegó a Estados Unidos en 1824 e intentó crear una de estas nuevas sociedades en New Harmony, Indiana, que duró alrededor de dos años. Pero el intento de Robert Owen no fue el único en el país; diversas corrientes realizaron intentos semejantes: sociedades basadas en sistemas comunitarios de trabajo, comunidades cooperativas, y empresas propiedad de los trabajadores, son algunos ejemplos. Sin embargo, ninguna duró mucho más que la utopía owenista de New Harmony.

Aunque no estrictamente socialista, un movimiento social clave a mediados del siglo fue el abolicionismo, cuya bandera era, precisamente, la abolición inmediata de la esclavitud en los estados del sur. El abolicionismo tuvo su base principal en el norte, en parte porque era ilegal en el sur, en donde la pena iba desde la prisión hasta el azotamiento público. Uno de los líderes de este movimiento fue Frederick Douglas, quien escapó de la esclavitud en Maryland y se convirtió rápidamente en una de las figuras más visibles e importantes del abolicionismo. Su liderazgo y habilidades para la oratoria y la escritura sirvieron de prueba para mucha gente de que los ex-esclavos eran capaces de alcanzar el mismo nivel de desarrollo intelectual que los blancos.

Estas fuerzas sociales progresistas, a su vez, se conjugaron con las contradicciones inherentes a la formación social estadounidense. La principal era la obstrucción al desarrollo capitalista que representaba la esclavitud, antítesis absoluta del trabajo libre asalariado. Fundamentalmente por este motivo, el Partido Republicano buscaba alcanzar su gradual abolición. Así, la victoria del norte en 1865 creó las condiciones para una fase dinámica de desarrollo capitalista; en particular, para el despegue de la industrialización durante el siguiente medio siglo. Como en las experiencias de Europa occidental, esto trajo consigo el crecimiento descomunal de una clase obrera norteamericana súper explotada, compuesta principalmente por inmigrantes de Italia, Alemania, Irlanda a Inglaterra.

Cuando comenzaron estas oleadas migratorias hacia los  EE.UU. —incluso antes de la Guerra Civil— el socialismo científico, inaugurado con la publicación del Manifiesto Comunista, comenzaba lentamente a tener influencia entre los obreros europeos, que trajeron consigo estas ideas al llegar a EE.UU. Varios sindicatos norteamericanos, por ejemplo, formaban parte de la Primera Internacional, que fue el primer intento por formar un movimiento obrero global e, incluso, el consejo general migró a Nueva York en 1872, poco antes de la disolución de la organización.

Los inmigrantes traían consigo no solo las ideas del socialismo en general y del socialismo científico en particular, sino décadas de experiencia en la organización sindical y la lucha política, lo que facilitó la formación del movimiento obrero conforme el desarrollo industrial capitalista se aceleraba. Pero, incluso antes, tuvieron lugar varios eventos pequeños y aislados, pero significativos para el desarrollo posterior. Un ejemplo importante es lo ocurrido en Lowell, Massachusetts, protagonizado por las obreras jóvenes de los molinos textiles, conocidas como “las Chicas de Lowell”. Estas obreras no solo trabajaban, sino que vivían juntas, y eran conocidas por sus intentos permanentes de alcanzar niveles más altos de educación y formación intelectual. Después de algunas huelgas provocadas por caídas salariales en los años treinta, crearon el primer sindicato de obreras: la Asociación Femenina Reforma Laboral de Lowell, en 1845. Lucharon, principalmente, por reducir la jornada laboral de 12 a 10 horas. Aunque no lograron el objetivo final, después de meses y años de presión permanente a patrones y políticos, consiguieron disminuir la jornada 30 minutos y eventualmente una hora. Debido a su organización y constante búsqueda de auto superación, su lucha excedió los límites económicos y tuvo un carácter político. La conciencia de las Chicas de Lowell queda palmariamente reflejada en la siguiente cita de una de ellas:

Cuando vendes tu producto, retienes tu persona. Pero cuando vendes tu trabajo, te vendes a ti mismo, perdiendo los derechos de los hombres libres y convirtiéndote en vasallo de establecimientos mastodónticos, propiedad de una aristocracia adinerada que amenaza con aniquilar a cualquiera que cuestione su derecho a esclavizar y oprimir. Quienes trabajan en los ingenios deberían ser dueños de ellos, no tener el estatus de máquinas gobernadas por déspotas privados que fortalecen los principios monárquicos en suelo democrático, mientras laceran la libertad y los derechos, la civilización, la salud, la moral y la intelectualidad en un nuevo feudalismo comercial. 

Después de la Guerra Civil, y con la llegada del marxismo, el movimiento obrero estadounidense gana en organización y consolidación. La crisis económica que azotó al país y a gran parte del mundo capitalista desencadenó varias huelgas y luchas, que, en general, fueron derrotadas, en ocasiones violentamente, con el uso de la policía y el ejército. Estas experiencias llevaron a los trabajadores a la conclusión de que necesitaban formas de lucha mucho más organizadas y racionales.

Uno de los grupos que emergió en este periodo fue el Partido de los Trabajadores de Estados Unidos (WPUS). Se fundó en Philadelphia en 1876 con un congreso de alrededor de 3,000 miembros de la entonces disuelta Primera Internacional, así como de otros pequeños grupos. Poco después de su fundación, se cambió el nombre a Partido Obrero Socialista (SLP). El partido, influenciado por las ideas de Marx y Engels, estuvo integrado al inicio, principalmente, por inmigrantes germano-parlantes y trabajadores con conciencia socialista de distintas corrientes. El SLP, sin embargo, no contemplaba la acción revolucionaria, sino que consideraba al sindicalismo y la participación electoral como la vía adecuada para la transformación de la sociedad. El SLP tuvo varios éxitos electorales en Chicago a finales de los setenta, tenía el apoyo de varios periódicos, y participó en la organización de muchas huelgas exitosas. Sin embargo, tenía una influencia muy limitada a nivel nacional. Más aún, el partido se escindió en diversas ramas en ese mismo periodo. En 1878, los miembros que consideraban la labor sindical la más importante fundaron el Sindicato Internacional, que llegó a tener cerca de 15 mil miembros y vivió poco menos de diez años, siendo partícipe de importantes huelgas en Nueva Inglaterra. El SLP también perdió a militantes que formaron o se integraron a la Asociación de Internacional de Trabajadores (IWPA) que se formó en 1881, también conocida como “la Internacional Negra”, por su adhesión ideológica al anarquismo. Finalmente, en 1899, muchos miembros abandonaron el SLP y se unieron más tarde al Partido Social Demócrata de Estados Unidos, para formar el Partido Socialista de Estados Unidos (SPA) en 1901.

Otro grupo importante que emergió en el mismo periodo fue el de los Caballeros del Trabajo, que operaba como una gran confederación, organizando a trabajadores sin importar género, raza, o nivel de escolaridad. Por eso, este grupo fue la primera organización de masas de la clase trabajadora estadounidense, y fue especialmente activa en los ochenta, cuando su membresía alcanzó su pico con 800 mil afiliados en 1886, 20% del total de la fuerza laboral en ese momento. Lucharon por la jornada de ocho horas, y pasaron a la historia por asentar la tradición de componer y utilizar canciones de protesta en las jornadas de lucha. Pero su débil nivel de organización y financiamiento cobraron factura, y después del pico se aceleró su pérdida de miembros, lo que se explica por razones económicas y el creciente sentimiento anti-obrero en la clase dominante de EE. UU.

En 1881, socialistas y no socialistas, crearon la Federación de Sindicatos Organizados de Estados Unidos y Canadá (FOTLU). Buscaba tener una organización superior a la de los Caballeros del Trabajo y objetivos más estrechos. Intencionalmente o no, la FOTLU inició con la tradición en el movimiento obrero de EE. UU. del sindicalismo puro, despreciando la actividad política radical. Después de controversias, se decidió que la FOLTU debería estar formada exclusivamente por miembros de sindicatos, una decisión que terminó restringiendo su membresía a los trabajadores calificados de entonces, en contraste con los Caballeros del Trabajo, que buscaban incluir al conjunto de la clase obrera.

En una convención en octubre de 1884, se acordó en establecer el primero de mayo de 1886 como la fecha para una huelga general en apoyo a la demanda por la jornada de ocho horas. Así, 40 mil trabajadores, principalmente del norte del país, iniciaron la huelga en la fecha acordada. Chicago fue el epicentro de este movimiento, en donde tuvo lugar una concentración de miles de trabajadores radicalizados -muchos pertenecientes a la IWPA, liderados por ocho personas, popularmente conocidas como los Ocho de Chicago o los Mártires de Chicago. El 3 de mayo, encabezaron a cerca de 3 mil trabajadores en una manifestación afuera de una fábrica; la manifestación estaba infiltrada por la policía y rápidamente se tornó violenta, dejando un saldo de seis huelguistas asesinados y muchos otros lesionados. En respuesta, al día siguiente tuvo lugar una protesta contra la brutalidad policial en la Plaza Haymarket (Haymarket Square). Cerca de 15 mil trabajadores se congregaron en este evento de carácter pacífico. Sin embargo, al final de la protesta, explotó una bomba, lo que desencadenó la represión policial a balazos. Fue una verdadera masacre de trabajadores; muchísimos fueron encarcelados, incluidos los Ocho de Chicago, quienes fueron acusados de conspiración, y siete condenados a muerte. Después de estos eventos, el movimiento obrero estadounidense pasó a la defensiva por un periodo prolongado. El movimiento obrero mundial, que, desde tiempos de la Primera Internacional y Marx, buscaba asignar un día al año para una jornada global de lucha obrera, eligió el primero de mayo a propósito de los eventos en la Plaza Haymarket.

Mientras tanto, la FOTLU, en conjunto con otros sindicatos de artesanos, se fusionaron y se cambiaron el nombre a la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL) en diciembre de ese mismo año —1886— y creció hasta convertirse en una de las organizaciones más importantes del sindicalismo estadounidense, existente y dominante hasta nuestros días. Aunque la AFL tuvo orígenes verdaderamente proletarios al momento de su creación, esto cambió rápidamente. El acelerado desarrollo capitalista en EE. UU. comenzó a cambiar la composición de la clase obrera: los capitalistas ahora eran capaces de pagar salarios elevados a unos cuantos trabajadores. Esta división entre obreros era evidente al interior de la AFL. En 1894, la AFL expulsó a los socialistas, y desde ahí se convirtió en uno de los principales obstáculos para la organización independiente de los trabajadores, en EE. UU. y en todo el mundo.

Este crecimiento del movimiento obrero en el siglo XIX no estuvo exento de grandes retos. Además de la represión del ejército y la policía, otros grupos anti-sindicatos ayudaron al gobierno de EE. UU. a domeñar al movimiento obrero. Una persona importante con este papel fue Alan Pinkerton. Llegó de Escocia en 1842, y dos años después comenzó a trabajar con los líderes abolicionistas de Chicago. Su casa era una parada de tren subterránea, parte de una red de rutas secretas y hogares seguros para que los esclavos escaparan a los estados libres o a Canadá. Poco después, creo una agencia de espionaje, que realizó trabajos de contrainteligencia para los estados del norte durante la Guerra Civil. Después de que la guerra terminó, su actividad tomó un curso distinto. El gobierno español lo contrató en 1872 para ayudar a suprimir una revolución en Cuba que buscaba abolir la esclavitud y dar a los ciudadanos el derecho a votar. Tras su muerte en 1884, su agencia y legado permanecieron. A finales del siglo XIX, los “Pinkertons” se involucraron en infinidad de acciones anti-obreras, en ocasiones recurriendo a métodos violentos, como los azotes y tiroteos indiscriminados. En la actualidad, la Agencia Pinkerton continúa infiltrándose en los sindicatos e intimidando a los trabajadores.

La Liga Anti-Imperialista es otra organización que, aunque no es parte del movimiento obrero estrictamente hablando, es importante rescatar. Se creó en 1888 como forma de oposición a la anexión de las Filipinas por parte de EE. UU. La argumentación era que el imperialismo era “anti-americano”, en tanto que violaba el principio fundamental de que el gobierno debía provenir de los mismos gobernados. La organización tenía un carácter nacional y numerosas ramificaciones locales, su actividad incluía la difusión de propaganda anti-imperialista. Para 1899, tenía cerca de 100 sucursales y más de 25 mil miembros. Uno de ellos es el famoso escritor Mark Twain y el titán del acero Andrew Carnegie. Sin embargo, la Liga fue derrotada en el terreno de la opinión pública en lucha contra los políticos que favorecían y exaltaban las virtudes de la expansión territorial estadounidense. La Liga -en un comportamiento similar al de la mayoría de Partidos Socialdemócratas europeos- no objetó la Primera Guerra mundial y se desintegró poco después, en 1920.

Siglo XX

A inicios del siglo XX, las fuerzas de la industrialización capitalista habían provocado la formación de un diverso proletariado urbano —especialmente concentrado en el corazón industrial del noreste—, pero presente también en regiones donde la extracción de recursos naturales tenía un peso importante. En conjunto con estas transformaciones sociales emergió un vasto arsenal de ideas revolucionarias que armaban a los trabajadores en su lucha contra la explotación. Estas ideas y nuevas formas de organización continuaron creciendo y evolucionando en las siguientes décadas conforme, primero, el desarrollo capitalista subsumía todos los resquicios pre-capitalistas que habían sobrevivido —como la romantizada agricultura de subsistencia del Medio Oeste—, y, segundo, conforme el capitalismo competitivo del siglo XIX daba lugar a la creciente monopolización y surgimiento del poder bancario y financiero. Simultáneamente a este fortalecimiento de la conciencia y organización de clase, vino también una escalada en la reacción y represión dirigida a aplastar las crecientes fuerzas revolucionarias.

Aunque el movimiento obrero creció aceleradamente en la segunda mitad del siglo XIX, en 1900 la membresía sindical apenas representaba el 10% de la fuerza laboral. Este porcentaje crecería a más del 30% al fin de la Segunda Guerra Mundial. Gran parte del movimiento obrero -especialmente las secciones la interior de la AFL- realizaban actividad exclusivamente sindical, formando una burocracia “sindicalista-empresarial” opuesta a la actividad revolucionaria. En ese contexto, numerosos sectores del movimiento obrero buscaron la forma de conectar las luchas estrictamente económicas con la lucha contra el sistema capitalista mismo.

Un ejemplo de esto fue la formación de la confederación Trabajadores Industriales del Mundo (IWW) en 1905, fundada con el objetivo de formar “un gran sindicato” amplio, no dividido por raza, género o educación. La constitución de la IWW declaraba en su preámbulo que “la clase trabajadora y la clase empleadora no tienen nada en común… Entre estas debe desarrollarse una lucha hasta que los trabajadores del mundo se organicen como clase, tomen posesión de los medios de producción, abolan el sistema de trabajo asalariado, y vivan en harmonía con la Tierra”. La IWW operaba en todo el territorio estadounidense -con una membresía de 150 mil en su auge- y organizaba los centros de trabajo, educaba a los obreros en la lucha de clases, y abocaba la acción huelguista militante. La IWW encabezó varias huelgas a gran escala, que fueron exitosas, como la famosa huelga “Pan y Rosas” en Lawrence, Massachusetts, en 1912, en la que una fuerza de 20 mil trabajadores, principalmente inmigrantes de más de 50 nacionalidades, ignorados por la AFL debido a la composición de los huelguistas, mantuvo valientemente una huelga contra sus patrones en medio de un invierno brutal. Percibida como una amenaza real al orden establecido, la IWW rápidamente se convirtió en objetivo prioritario de la clase dominante; la prensa no escatimó en condenas mordaces, y los miembros eran frecuentemente encarcelados, azotados y ocasionalmente asesinados. La Masacre de Everett en 1916, es un ejemplo de lo último: en esa ocasión, más de 200 “vigilantes” convocados por un sheriff local dispararon a miembros de la IWW, que se reunían para apoyar una huelga de trabajadores de tejas, asesinando al menos a cinco. La membresía de la IWW declinó dramáticamente en los 1920s, pero una sección de la organización se mantuvo y existe hasta nuestros días.

A inicios del siglo XX, además, se formaron los primeros partidos socialistas y comunistas del país. El SPA creció aceleradamente durante las primeras dos décadas del siglo y se convirtió en una importante fuerza política nacional, con más de 100 mil miembros, 1,200 miembros con cargos públicos en 340 municipalidades, y cerca de medio millón de subscriptores a su principal periódico en durante su periodo de auge. Llamando al derrocamiento del sistema capitalista y reemplazarlo por el socialismo, el SPA atrajo a gran variedad de trabajadores, estableció vínculos con e influyó profundamente al movimiento sindical, operando en todo el territorio nacional. Incluso en los estados rurales hasta hoy considerados conservadores, había semilleros de organización socialista: 55 periódicos semanales circulaban en Texas, Arkansas, Luisiana y Oklahoma, y los campamentos socialistas de verano atraían a miles de personas.  El rostro público del SPA era Eugene Debs, quien se radicalizó mientras cumplía su sentencia en prisión resultado de su liderazgo en una huelga de miles de trabajadores ferroviarios. Esta huelga paralizó el transporte de carga en todo el Medio Oeste. Conocido como un orador brillante y un socialista dedicado, Debs, quien fue miembro fundador tanto del SPA como de la IWW, se postuló cinco veces como candidato socialista a la presidencia de EE. UU., obteniendo más de 900,000 votos (el seis por ciento del electorado total) en 1912. Debs se convirtió en una figura histórica venerada por la izquierda estadounidense, e incluso, Bernie Sanders lo definió como uno de sus héroes personales.

El aumento de la militancia en las luchas laborales y el surgimiento de un movimiento socialista organizado rápidamente alarmó a las élites empresariales y políticas. En 1910, fue elegido miembro del Congreso el primer socialista; en 1911 se eligieron a más de 70 alcaldes socialistas y, un año después, Debs tuvo su campaña presidencial más importante. El temor a una insurrección obrera escaló después de una huelga de un año de miles de mineros del carbón en Colorado, dirigida contra la Colorado Fuel and Iron Company, propiedad de Rockefeller. Esta huelga culminó en condiciones similares a las de una guerra civil, y pasó a la historia como “la Guerra de la cuenca carbonífera de Colorado”. Después de que cientos de huelguistas instalaran casas de campaña cerca de las minas para evitar que los esquiroles entraran a trabajar, mercenarios contratados por la compañía dispararon sin piedad con armas de fuego al campamento, asesinando hombres, mujeres y niños, en lo que se conoció como la masacre de Ludlow. Esto provocó un “llamado a las armas” por aparte de los mineros huelguistas, y muchos otros sindicatos enviaron a obreros armados para defender a sus hermanos de clase; la guardia nacional tuvo que intervenir para restablecer el orden. Aunque la huelga fracasó al final, los incidentes atrajeron la atención internacional e incluso una investigación por parte del Congreso. Durante estos años, la prensa advertía de “la creciente ola de socialismo”, mientras un “memorándum circulado internamente sugería a uno de los departamentos de la Federación Nacional Cívica: ‘En vista de la rápida difusión de las ideas socialistas en Estados Unidos’, lo que se necesita es ‘un esfuerzo cuidadosamente dirigido a instruir a la opinión pública sobre el verdadero significado del socialismo’”.

Los socialistas estadounidenses no estaban aislados los eventos políticos en el resto del mundo, y la Primera Guerra Mundial, en particular, tuvo efectos dramáticos en el desarrollo posterior de las fuerzas socialistas. El SPA era miembro de la Segunda Internacional y fue una de las pocas organizaciones que se mantuvo fiel a la posición de oponerse a la guerra imperialista que se avecinaba. Pero el costo de esta postura, cuando EE.UU. se incorporaba a la guerra en 1916, fue una feroz represión. La autoridad a cargo del servicio postal nacional se negó a entregar los periódicos del SPA, obstaculizando la difusión de casi cualquier publicación socialista de importancia. Después de una fracasada insurrección armada de agricultores arrendatarios en Oklahoma -muchos de los cuales eran miembros del SPA o de la IWW- en oposición a la guerra en 1917, el Partido Demócrata aplastó la sección del SPA en Oklahoma -uno de los bastiones del SPA- y de la IWW, provocando prácticamente la desaparición de esas organizaciones en el estado. En 1918, Debs fue arrestado por cargos de sedición después de realizar una serie de discursos denunciando a la guerra como una embestida capitalista e imperialista contra la clase trabajadora. A pesar de competir por la presidencia desde una celda en prisión, su campaña presidencial obtuvo más de 900 mil votos.

Del mismo modo, la Revolución Rusa de 1917 provocó cambios radicales el desarrollo del movimiento socialista en EE.UU. Por un lado, la revolución inspiró el desarrollo de nuevas organizaciones y formas de organización. De igual forma que en el resto del mundo, los socialistas estadounidenses se dividieron en su posición acerca de las perspectivas abiertas por la toma Bolchevique del poder. Estos desacuerdos terminaron provocando la división de los partidos socialistas y la formación de nuevos partidos comunistas, y Estados Unidos no fue la excepción. El cisma más significativo ocurrió en el SPA después de que Lenin invitara a su ala izquierda a unirse a la recién formada Internacional Comunista, o Tercera Internacional, en 1919. Inicialmente, esto resultó en la formación de dos partidos comunistas alineados con los bolcheviques, uno de los cuales estaba encabezado por el famoso periodista John Reed, autor de “Los diez días que estremecieron al mundo”, que es quizás el relato más conocido de los acontecimientos de la revolución de octubre en el mundo. Sin embargo, los dos partidos eventualmente se fusionaron para formar el Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA). El CPUSA se convertiría en la organización revolucionaria más prominente en EE.UU. y mantuvo vínculos muy cercanos con la Unión Soviética, lo que lo convirtió en un enemigo directo de la clase dominante norteamericana.

Por otro lado, el creciente y desesperado temor a una revolución en casa tras la revolución de octubre culminaron en una histeria anticomunista en EE.UU. conocida como “el Primer Temor Rojo”. Este pánico fue el resultado de una serie de luchas nacionales que, al escalar, las élites gobernantes percibieron como la antesala de una erupción de revueltas obreras. Solo el año 1919 fue testigo de peligrosos bombardeos de anarquistas contra las élites políticas y económicas; huelgas raciales, una inquietante y prolongada huelga de policías en Boston, que provocó nueve días de agitación, la amenaza de una huelga general, y la llamada a la guardia nacional para restaurar el orden, y una huelga general en Seattle en la que participaron más de 100 mil trabajadores. La huelga general en Seattle provocó el cierre casi total de la producción industrial, la formación de comités de huelga similares a los soviets, que organizaban la distribución de bienes y servicios esenciales para la población, trabajadores portuarios que se negaban a embarcar armas destinadas a apoyar a la contrarrevolución en la guerra civil rusa, y panfletos revolucionarios inundando las calles llamando a los trabajadores a aprender y tomar inspiración de la hazaña bolchevique. En respuesta a este clímax de la actividad revolucionaria, la clase dominante tomó medidas enérgicas contra el movimiento socialista en ciernes. El gobierno federal llevó a cabo allanamientos e incautaciones ilegales, arrestos injustificados y la supresión de organizaciones radicales, mientras la prensa calumniaba furiosamente a los agitadores socialistas. La “Ley de Espionaje” de 1917 permitió el encarcelamiento de miles de opositores a la Primera Guerra Mundial, y fue utilizada primordialmente contra socialistas, anarquistas y comunistas. El anticomunismo se mezcló con sentimientos racistas, antisemitas y anti inmigrantes, formando una nueva esfera ideológica reaccionaria. Una serie de redadas iniciadas por el presidente Woodrow Wilson -”las redadas de Palmer”- resultaron en la deportación de cientos de sospechosos de ser radicales y forzó al CPUSA a volverse clandestino. En resumen, de la misma forma que en varios países europeos tras estallar la Primera Guerra Mundial y después la Revolución Rusa, el rápido crecimiento de la actividad revolucionaria se encontró con una violenta ola de represión contrarrevolucionaria que hizo retroceder al movimiento socialista.

Así, la represión política del Primer Temor Rojo se combinó con el auge económico de la posguerra para maniatar con éxito el impulso socialista. A mediados de los 1920s, la IWW estaba enormemente mermada y el Partido Socialista perdía su momento. Tras una ola de inflación en la posguerra y una breve depresión en 1920-21, se abrieron paso “los felices años veinte”, durante los cuales el mercado de valores y las ganancias se dispararon, dejando en el proceso algunas migajas para una clase media en ascenso, que ahora podía permitirse comprar nuevos aparatos como radios, refrigeradores y automóviles. Incluso algunos segmentos de la clase obrera ganaron conforme el desempleo cayó y los salarios reales aumentaron. La organización socialista dio un paso atrás. De todos modos, el ingreso y la riqueza estaban fuertemente concentradas en la cima, y enormes sectores de la población estadounidense continuaron viviendo en pobreza extrema y bajo el extenuante ritmo del trabajo industrial. Mientras tanto, la violencia racial continuaba afectando a los negros e inmigrantes en todo Estados Unidos, y la segregación racial seguía estando a la orden del día. En todo caso, el supuesto momento de calma y prosperidad económica, que enmascaró las terribles condiciones de los estadounidenses que quedaron fuera de los felices años veinte, no duraría mucho.

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