MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Guerrero, desastre permanente

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Muchas voces y muchas veces, han denunciado que el estado de Guerrero vive una descomposición social, económica y política permanente, esta situación expone a todos los ciudadanos a numerosas desgracias, que les causan dolor, sufrimientos, impotencia y coraje. A la constante penuria, se suma la habitual inseguridad que ha suscitado cientos de asesinatos, todos terriblemente espantosos, que parecen empequeñecer la capacidad de respuesta de los aparatos de seguridad del estado mexicano y en particular la del gobierno estatal, como el ocurrido hace algunos días en Coyuca de Benítez, en donde fueron masacrados más de una decena de policías municipales. Previo a la llegada del huracán Otis, la tormenta tropical Max, ya había provocado severos daños en la Costa Grande del Estado. La severa sequía, en las regiones más productivas del estado, ha provocado una disminución en la posible cosecha de maíz y de los cultivos que lo acompañan en cada ciclo productivo. Ahora, el huracán Otis trajo a Guerrero, la desgracia más dolorosa jamás vivida por sus habitantes. El huracán Otis con su enorme fuerza, destruyó la ciudad de Acapulco y el municipio de Coyuca de Benítez, y a una gran parte de San Marcos. Cientos de colonias y de comunidades, en donde habitan casi un millón de guerrerenses, quedaron con las viviendas sin techos, sacudidas por los vientos y el agua, que entraron llegando a todos los rincones, y destruyendo todo lo que encontraron a su paso. Años de esfuerzo, quedaron destrozados en minutos.

Hay voces que dicen que Otis fue un huracán democrático, pues su fuerza golpeo a todos, a los grandes y pequeños hoteles, a edificios públicos y privados, a grandes y pequeños negocios, a las zonas habitacionales exclusivas, medias y populares, a las familias acomodadas y a las familias pobres. Esta apreciación a simple vista resulta cierta, pero analizando los hechos con mayor hondura, descubriremos que no hay igualdad democrática entre quien vive para ganar, como es el caso de los hoteleros y comerciantes, y quien trabaja para sobrevivir, que es caso de los miles de trabajadores que hacían posible la maravillosa vida recreativa de sol y mar que millones de mexicanos y extranjeros disfrutaron del Acapulco devastado. Toda la fuerza laboral de Acapulco ocupada, 308 mil trabajadores según datos del INEGI, quedó prácticamente paralizada, y sin ingresos para adquirir lo indispensable para sobrevivir. Aunque antes de Otis, la vida de los trabajadores acapulqueños era de por si difícil, pues la gran mayoría de ellos, el 77 por ciento de los 308 mil, es decir, 238 mil trabajadores percibían un sueldo de 2 salarios mínimos o menos, que tomando lo cara que es la vida en una ciudad turística, este salario no les permitió reservar recursos económicos para enfrentar una contingencia como la provocada por el huracán Otis.

Grandes pérdidas se dan también en el campo, el viento destruyó toda la producción y el agua arrastró el ganado y animales de traspatio en las comunidades rurales. Más de 50 mil hectáreas sembradas de maíz, copra, mango, limón y otros cultivos fueron destruidos por Otis. Veinte mil campesinos y sus familias resultaron con pérdidas totales, y para aumentar su desgracia, la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural del Gobierno del Estado (SAGADEGRO) no adquirió el Seguro Catastrófico para asegurar los cultivos de los campesinos, porque según su titular, resulta muy costoso. Basándonos en los datos históricos de la SADER, la pérdida de la producción asciende a un valor aproximado de 2 mil millones de pesos.

El terror que Otis provocó a casi un millón de guerrerenses, en sus tres horas más intensas de destrucción, se prolonga ahora ante la falta de alimentos, y de su agresivo encarecimiento de los pocos que hay, de tal manera que los posibles apoyos en efectivo, si es que los hay, o cuando los haya, solo servirán para reforzar la elevación de los precios de los productos de la canasta básica. Es necesaria la acción de la ley en defensa de los damnificados, en estos momentos de desasosiego. La solidaridad de los mexicanos, con los Acapulqueños, Coyuquenses y Sanmarqueños, a la que se han sumado sus hermanos antorchistas del país entero, ha sido hasta ahora vital.

La ayuda oficial, como en el pasado, insuficiente y mezquina, y como antes también, cargada de un cúmulo de promesas. Solo un ejemplo, el presidente de la república anunció la entrega semanal de 250 mil despensas semanales a 250 mil hogares, pasados 12 días de la tragedia, la SEDENA informó que ha distribuido 170 mil 905 (EXELSIOR 06-11-23). Miles de hogares aún están en espera de la ayuda prometida. Las noticias que informan sobre la reactivación económica de Acapulco tampoco son para dar certidumbre, se ha anunciado que 35 hoteles reabrirán en marzo-abril, el 10 por ciento de la oferta, anterior al huracán Otis, y en tanto, ¿en qué se ocuparán los empleados?

Contra la gigantesca fuerza destructora del huracán Otis, se requiere de otra gigantesca fuerza que construya a un nuevo Acapulco y a un nuevo Guerrero. Ese gigante es el pueblo guerrerense que habita en Acapulco, en las Costas Grande y Chica, en la Montaña, en el Centro, en la Sierra, en el Norte y en Tierra Caliente. Solo que debe desprenderse valientemente de los atavismos ancestrales y caminar por la ruta que los antorchistas emprendimos hace 50 años.  

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