En una colaboración anterior me atreví a tratar de exponer en grandes pinceladas la explicación de cómo se determinan los precios, partiendo del supuesto de que los empresarios y comerciantes venden las mercancías por su verdadero valor; es decir, que el precio y el valor de la mercancía coinciden. Bajo este mismo supuesto, dije, conviene revisar en qué circunstancias el valor real de las mercancías se incrementa o disminuye. ¿Qué es lo que crece o decrece cuando se dice que se incrementa o disminuye el valor?
Fijemos la mirada de nuevo en el valor, destacando cuál es su sustancia y magnitud. Marx demostró que “un bien, sólo tiene valor porque en él está objetivado o materializado trabajo humano abstracto. ¿Cómo medir, entonces, la magnitud de su valor? Por la cantidad de sustancia generadora de valor por la cantidad de trabajo- contenida en ese bien. La cantidad de trabajo misma se mide por su duración, y el tiempo de trabajo, a su vez, reconoce su patrón de medida en determinadas fracciones temporales, tales como hora, día”.
Un bien vale el tiempo de trabajo que se llevó en producirse. Su cantidad de trabajo sólo se puede equiparar y medir mediante otro bien, el cual, a su vez, también es una determinada cantidad de trabajo humano abstracto objetivado o materializado y por ello le sirve de cuerpo para medir su valor.
Totas las mercancías son, desde este punto de vista, trabajo humano materializado y cualquiera sirve para medir el valor de las demás. El uso y los hábitos de milenios de intercambio humano llevaron a establecer diversas mercancías como equivalentes universales temporales para realizar el comercio, hasta que se fijó ese papel al oro, el cual sirvió en sus diferentes fracciones para facilitar el mercadeo. Hoy en la mayoría de los países ya no circula y lo hace en su lugar el papel moneda, el dinero. El valor, entonces no está en el dinero, sino en los bienes de consumo. Pero volvamos al valor.
La magnitud del valor es el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, “tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción y con el grado medio de destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad”. Es decir, en un momento histórico dado, el valor de un bien se debe medir por el promedio del tiempo que les lleva a los diferentes productores producir ese bien.
Así, aunque haya variaciones en cada ejemplar de ese bien, y sus valores individuales varíen porque el tiempo horas que le llevó producirlos a cada productor no es igual, al llegar al mercado tienen todos igual valor. Por ejemplo, supongamos que el tejido de tela de la misma calidad es en promedio de 80 metros en una jornada de 8 horas, y que esa tela tiene un valor en el mercado equivalente a 9.5 pesos mexicanos el metro, de los que 3 pesos, son sin variar el valor de la materia prima, el desgaste de los medios de producción, y pasan completos al valor de cada metro de tela, y 6.5 son el valor agregado por esas 8 horas de trabajo. Esos 9.5 serán su precio (expresión del valor en dinero), aunque algunos tejedores hayan tejido solamente 70 metros y otros 90 metros, o, aunque unos hayan hecho a sus obreros tejedores trabajar solamente las 8 horas y otros, 10 horas. Por supuesto, el que obtuvo más producto en la jornada tiene la ventaja contra los demás productores para obtener más ganancia, pues al obrero se le paga el mismo salario que a los demás, pero de la venta del producto final total obtiene más que los otros productores.
En este mismo ejemplo, si un productor introdujese algún medio de producir más rápido (intensificando el ritmo de trabajo, o haciendo al obrero trabajar más horas, o con mejores herramientas u organización del trabajo) y lograse aumentar la productividad y producir 120 metros de tela, el promedio sería ahora de 100 metros en una jornada de 8 horas, el valor real de cada metro, y el precio, se reduciría a 8.20 pesos (pues estos 100 metros valen lo mismo que aquellos 80, se redujo el valor de cada metro), en detrimento de los que siguen produciendo 70, 80 o 90 metros, que verían reducidas sus ganancias; pero el productor que introdujo las mejoras tiene 120 metros, de manera que recupera la reducción de valor de cada metro y le queda una ganancia extraordinaria.
Si con el tiempo todos introdujeran la misma mejora y lograran producir 120 metros también, el tiempo socialmente necesario para producir cada uno de esos 120 metros en una jornada de 8 horas se equilibraría, el valor de cada metro se reduciría, al igual que su precio en el mercado a 7.3 pesos. Y nadie pierde.
Si, por el contrario, por otras circunstancias ajenas a la voluntad de los productores, se dificultase en general el trabajo productivo y se tejiesen en promedio solamente 60 metros de tela en lugar de 80 en esa misma jornada de 8 horas, el valor de cada metro, al igual que su precio, aumentaría de 9.5 a 11.7 pesos.
En todos estos casos, el capitalista sigue ganando, sin necesidad de hacer ninguna triquiñuela, aunque ganan más los que incrementan su capacidad productiva, siempre y cuando los otros productores no lo hagan, y así logra una ganancia extraordinaria; por ello los capitalistas están en una loca carrera por mejorar la productividad, por superar a sus competidores, y por mantener a la mayoría de los productores en el atraso, para mantener el promedio de tiempo de trabajo socialmente necesario por debajo de lo que él ha logrado mejorar, pues de ese modo crecen sus ganancias.
Si todos los productores incrementaran su productividad, el volumen de producción aumenta, hay más bienes, el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de cada producto individual se reduce, y se reduce así su valor, lo que se refleja en la baja de precios en el mercado, los productos se abaratan, y sin detrimento del productor.
Al contrario, al bajar la productividad se reduce el volumen de producción, aumenta el tiempo necesario para producir cada producto, crece su valor y por ello sube su precio en el mercado. Escases, hambre, carestía y ruina de los otros, son vías para aumentar la ganancia.
En la sociedad de libre mercado, de competencia, en la que existe la libertad para producir cada quien como pueda y quiera, la posibilidad (materialmente probable) de que los productores se pongan de acuerdo para mejorar la producción y abaratar la vida, para beneficio de toda la sociedad, se vuelve no sólo imposible, sino un contrasentido; al contrario, si los señores capitalistas se pudieran poner de acuerdo lo harían para fregar al marchante, o cuando se ha logrado el monopolio y se controla la producción de un determinado producto, en vez de hacer lo posible por abaratarlo para el bien de la sociedad, se sube artificialmente el precio, pues el consumidor no tiene más remedio que comprarlo a ese único productor en las condiciones que él imponga; sólo un loco o un inadaptado pudiera proponerse producir no para obtener ganancias sino para el bien común.
Lo importante es la ganancia, aunque para obtenerla se vea a los demás productores quebrar, obligados a dejar pudrir la producción, pues no les sale llevarla al mercado; y es hasta mejor, pues reduce la competencia y eso puede hacer que suba artificialmente el precio en el mercado, debido al decremento de la oferta e incremento de la demanda. Sí, las fluctuaciones en el mercado también son causa de inflación, pero esto lo veremos en la siguiente oportunidad.
Por lo pronto me interesa dejar claro que la normalidad, en el capitalismo, es, pues, ser un miserable, pues la guerra por la ganancia cobra formas desalmadas, humillantes, viles y hasta sangrientas. Sí, amigo lector, Marx tenía razón, El Capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por cada poro de la cabeza hasta los pies… y así sigue, y así va a morir.
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