MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENSAYO | Pequeños capitales y “subdesarrollo” a partir de "El Capital" de Marx (I/II)

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Quizás una de las proposiciones más conocidas de Marx sobre el desarrollo capitalista es aquella que postula la tendencia a “la ruina de los pequeños productores” como consecuencia de la capacidad de los “grandes” para poner en movimiento una mayor productividad del trabajo y, por lo tanto, vender sus productos o servicios “a precios más bajos”.

En términos más precisos, Marx postula la tendencia a la concentración y centralización del capital. La primera se refiere al aumento permanente en la escala de la producción de cada capital individual, y la segunda, a la forma en que una proporción creciente del capital social total se centraliza en cada vez menos capitales individuales. Ambas son el resultado de la competencia capitalista, que es la forma en que se coordina la producción social cuando ésta se realiza por productores privados e independientes, y que obliga a estos a desembolsar crecientes magnitudes de capital para alcanzar una mayor productividad del trabajo. En el proceso, los capitales individuales menos productivos caen, y los exitosos aumentan su participación en el mercado.

La realidad del capitalismo global, y de las naciones subdesarrolladas en particular, parecería contradecir o al menos obligar a matizar estas proposiciones, pues lo que prima en muchas ramas de la producción no son “grandes” unidades productivas con cientos o miles de trabajadores, sino “pequeñas” o micro empresas que generalmente no exceden unas cuantas docenas de obreros, así como millones de “autoempleados” que subsisten a través de actividades de muy baja productividad como llevar las mercancías, literalmente, a las manos del consumidor final en donde quiera que éste se encuentre. Del mismo modo, observamos una heterogeneidad enorme en la capacidad de los distintos capitales individuales para obtener ganancias y, por lo tanto, para crecer, lo que, una vez más, parece contradecir el corazón de la teoría de los precios elaborada por Marx, que es la tendencia a la igualación de las tasas de ganancia entre ramas de la producción.

Sin embargo, lo que se sostiene en este artículo es que estos fenómenos parecen contradecir la teoría de Marx expuesta en "El Capital" porque ésta última se encuentra en un nivel de abstracción distinto del necesario para analizar las dinámicas más específicas de la competencia. Además, sostenemos que Marx no alcanzó a desarrollar las especificidades de la competencia entre capitales individuales dentro de la misma rama de producción, y las implicaciones de ésta para la competencia entre distintas ramas de producción, que sí fue desarrollada en el tomo III de su obra. La tarea no es, por lo tanto, abandonar "El Capital", sino avanzar en su desarrollo. Esta tarea, para el problema concreto que planteamos al inicio, ya ha sido iniciada por los miembros del Centro para la Investigación como Crítica Práctica (CICP)[1] de Argentina, y en lo que sigue explicamos su propuesta acerca de la subsistencia de los pequeños capitales y, en general, sobre lo que denominan la diferenciación de los capitales individuales.

La importancia de entender la naturaleza de los pequeños capitales pasa por dos motivos principales. En el aspecto político, desde el marxismo se han enfatizado siempre los límites para la organización y lucha obrera que impone la primacía de pequeños capitales. En sus términos más sencillos, se reconoce que, de empujar los salarios al alza sustancialmente, la mayoría de estos capitales se irían a la quiebra. En suma, su baja productividad los obliga a aumentar la explotación del trabajo por encima de la observada en capitales de mayor magnitud. En segundo lugar, la primacía de pequeños capitales impone un límite al desarrollo de las fuerzas productivas dada su baja capacidad de valorización. En otras palabras, el llamado “subdesarrollo” puede entenderse como la primacía de pequeños capitales en casi todas las ramas de la producción. Y a pesar de esta importancia crucial, se suele pasar alto la labor teórica cuidadosa al respecto: generalmente, a los pequeños capitales se les trata, o como resabios a ser barridos pronto por el desarrollo capitalista o, en el otro extremo, como formas de producción ajenas a la lógica del sistema. El enfoque presentado en este artículo difiere de ambas perspectivas. En la primera parte de este trabajo se define la naturaleza del pequeño capital. En la segunda se abordan sus implicaciones en términos de la distribución de la plusvalía entre todos los capitales individuales.

La diferenciación de los capitales individuales

El valor de las mercancías está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario (TTSN) para su producción. Aquí “socialmente” quiere decir produciendo con la tecnología y la escala promedio en un momento determinado. Desde este primer punto se desprende la posibilidad (y necesidad) de que aquellos capitales individuales que requieren un mayor (menor) tiempo de trabajo, obtengan una ganancia menor (mayor) que el promedio. En el nivel más concreto de “los precios”, esto quiere decir que, en una misma rama de producción, distintos capitales presentan diferentes costos, mientras que, en términos generales, todos enfrentan el mismo precio de mercado, lo que genera toda una distribución de tasas de ganancia[2] entre esos capitales individuales.

Sin embargo, además de la mención inicial en el capítulo 1 de El Capital y algunas otras desperdigadas a lo largo de la obra, por razones metodológicas, Marx hace abstracción de esta primera diferenciación de los capitales individuales al interior de la misma rama de producción, que emerge de las distintas productividades del trabajo que son capaces de poner en movimiento. Así, cuando Marx introduce en el tomo III de "El Capital" a distintas ramas de producción para explicar la formación de precios, asume que todos los capitales que la componen son capitales normales, es decir que operan con el TTSN promedio. Esto permite ignorar la existencia de múltiples capitales individuales al interior de cada rama de la producción, lo que facilita la determinación de lo que Marx denomina precios de producción. A grandes rasgos, estos emergen de la necesidad del capital (impuesta por la competencia) a emigrar a aquellos sectores que presentan las tasas de ganancia más elevadas y abandonar aquellas que presentan las menores tasas de ganancia. La consecuencia de este movimiento es que, en las ramas que reciben capital, es decir las que presentan mayores tasas de ganancia que el promedio, la expansión de la producción trae consigo una caída en el precio de mercado, mientras que en las segundas sucede lo contrario. Este proceso turbulento de migración de capital entre industrias genera una tendencia a la formación de los precios de producción, que son aquellos que igualan las tasas de ganancia entre todas las ramas de producción, es decir, al surgimiento de lo que Marx denomina la tasa general de ganancia (TGG)[3]. Es “general” porque cada capital individual, sin importar la esfera de la producción en que se encuentre, se valorizaría de acuerdo con esta tasa de ganancia. Así, cada uno se apropiaría de un porcentaje de la plusvalía total proporcional a su tamaño, y no al capital variable desembolsado para su producción.

En el mundo “del tomo III”, pues, si le preguntamos a la tienda de abarrotes de la esquina, a Walmart, y Mercedes Benz cuál es su tasa de ganancia, todos responderían que la misma: todos se valorizarían de acuerdo con la tasa general de ganancia[4].  Como dijimos al inicio, evidentemente este no es el caso, pero no porque la teoría de los precios de producción y la formación de la tasa general de ganancia estén mal, sino, esencialmente, porque se está haciendo abstracción de la heterogeneidad de los capitales individuales al interior de cada rama de producción y las implicaciones que esto tiene para la producción y distribución de la plusvalía entre todos los capitales individuales.

Veamos: la productividad del trabajo que cada capital individual puede poner en movimiento se determina, a grandes rasgos, por la magnitud de su capital global, que determina cuántos y qué tan potentes medios de producción puede adquirir, así como las distintas cualidades de fuerza de trabajo que puede contratar en el mercado. Esto, a su vez, define lo que Marx denomina el precio de costo individual, que es igual al capital global desembolsado dividido entre el total de valores de uso producidos[5]. Como se mencionó anteriormente, en cada rama de producción hay ciertos capitales individuales que están “en la frontera” tecnológica y organizativa: estos son aquellos que han adquirido un grado tal de concentración que pueden operar con la mayor productividad del trabajo y, por lo tanto, con menores precios de costo. Otros capitales individuales se han ido rezagando en el aumento de la productividad del trabajo y, por lo tanto, operan con precios de costo mayores. Los primeros logran apropiarse la tasa general de ganancia, mientras que los segundos, en virtud de que sus precios de costo son mayores, tienen que aceptar una tasa menor de ganancia. Sin embargo, mientras la diferencia entre ellos no sea tan grande, se pueden seguir considerando capitales normales, que son aquellos que operan con la escala y tecnología de producción promedios. Los capitales normales participan en la determinación del valor de las mercancías que producen y en la formación de la tasa general de ganancia.

Sin embargo, los capitales individuales más rezagados, al operar con precios de costo mucho más elevados que los capitales normales, necesitan compensar esta situación aceptando tasas de ganancias sustancialmente más bajas. A partir de cierto umbral, estos capitales, en virtud de su baja productividad, renuncian a la obtención de la tasa general de ganancia y dejan de participar en la determinación del valor de las mercancías que producen. Estos son los pequeños capitales, es decir aquellos que, a consecuencia de su baja productividad, dejan de valorizarse de acuerdo con la tasa general de ganancia.

Esto define la primera respuesta a la objeción sobre “el tamaño de las empresas” planteada al inicio: definir este “tamaño” de acuerdo con el número de trabajadores (como es práctica común en economía) es totalmente superficial: el criterio verdaderamente científico para evaluar el “tamaño” de los capitales individuales es su productividad y capacidad para aproximarse a la obtención de la tasa general de ganancia. El número de trabajadores promedio para un capital normal depende completamente de la rama de la producción social en que se encuentre: una empresa con 15 programadores puede perfectamente ser un capital normal en su industria, mientras que una fábrica de muebles con 15 obreros será, sin lugar a duda, un capital pequeño. No solo eso, un capital individual puede parecer “enorme” en virtud del número de su número de trabajadores, (cientos o miles incluso), pero si opera con medios de producción anticuados, sumamente atrasados con respecto a la frontera tecnológica, ese capital caerá, una vez más, en la categoría de pequeño capital. Entonces, para ilustrar y redondear esta idea, el “changarro” que revende refacciones para automóviles, la tiendita de la esquina, el campesino con media hectárea de tierra, o la gran fábrica con medios de producción “chatarra”, a pesar de su enorme heterogeneidad, compartirían su característica de pequeños capitales.  

Ahora bien, si los pequeños capitales son incapaces de apropiarse la tasa general de ganancia, es preciso preguntarse hasta qué punto permanecerán en el mercado como capitales industriales[6]. Alternativamente, ¿cuál es la ganancia mínima que un pequeño capital debe obtener para que haga sentido económico mantenerse como capital industrial? El único caso analizado por Marx es el de los campesinos parcelarios. Marx los reconoce como “pequeños” en tanto, por la baja productividad y sus altos costos de producción, no pueden aspirar a obtener la tasa general de ganancia. De acuerdo con él, estos permanecerán produciendo siempre y cuando el precio de su cultivo (el trigo en su ejemplo) sea tal que su “ganancia” sea equivalente al salario que se podría obtener vendiendo su fuerza de trabajo. O, en otras palabras, si el campesino contara su salario como costo de producción, permanecería en la producción incluso cuando sus ganancias fueran igual a cero. Si el precio cayera más, lo mejor sería abandonar esa rama de la producción.

Este límite, sin embargo, se corresponde a una etapa muy temprana del modo capitalista de producción y sólo resultaría apropiada para casos en que el valor del capital fijo del pequeño capital en cuestión sea cercano a cero. En caso contrario, el pequeño capital tiene otra alternativa: vender su capital fijo (rematarlo) y “prestar” el dinero obtenido (obteniendo un interés sobre el préstamo). Es decir, tiene la posibilidad de pasar de ser un capital industrial a ser un capital que rinde interés. En este caso, el precio límite sería mayor que en cuando la única alternativa del capitalista es convertirse en trabajador asalariado. Así, el precio mínimo que estaría dispuesto a aceptar este capitalista es aquel que le permite obtener una tasa de ganancia equivalente a la tasa de interés que obtendría de invertir el valor de su capital fijo.

A este precio, que es distinto para cada rama de la producción, se le denomina el precio de producción de los pequeños capitales. Este es el precio que regula su valorización, del mismo modo que el precio de producción es el precio que regula la valorización de los capitales normales.

Esto quiere decir, una vez más, que un pequeño capital permanecerá como capital industrial mientras el precio de mercado de la mercancía que produce sea mayor que su precio de producción individual (el que iguala su tasa de ganancia con su tasa de interés). Con esto, podemos comprender mejor la tesis sobre “la ruina de los pequeños productores”: la tendencia en el capitalismo es a aumentar la fuerza productividad del trabajo aumentando el capital desembolsado y la escala de producción. Un aumento en la productividad implica una caída en el valor de la mercancía producida y, por lo tanto, una caída en su precio de producción. Conforme se desarrolla la productividad del trabajo, pues, el precio de producción en una rama de la industria caerá y, una vez cayendo por debajo del precio de producción de los pequeños capitales, estos últimos quedarán arruinados y esa rama de producción particular quedará dominada por capitales normales. El ritmo desigual de este proceso entre ramas de producción y entre países determina el ritmo igualmente desigual en que los pequeños capitales son expulsados de la producción social.

De hecho, esto abre la posibilidad opuesta: que los pequeños capitales dominen ramas de la producción social en tanto que los capitales normales no podrían obtener la tasa general de ganancia. Este caso, así como sus implicaciones para la distribución social de la plusvalía, serán discutidas en la segunda parte de este trabajo.

 

*Con autorización del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales


Referencias

Caligaris, G. (2019). Distintas tasas de ganancia y tipos de capitales en la crítica de la economía política. Un enfoque alternativo. Karl Marx desde América Latina. Dialéctica, política y teoría del valor, 391-416.

Carrera, J. I. (2016). The general rate of profit and its realisation in the differentiation of industrial capitals. The New International Division of Labour: Global Transformation and Uneven Development, 25-53.

Starosta, G. (2010). Global Commodity Chains and the Marxian Law of Value. Antipode, 42(2), 433–465. https://doi.org/10.1111/j.1467-8330.2009.00753.x

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