A lo largo de la historia, el teatro no ha sido un mero entretenimiento, sino un termómetro fiel del espíritu de los pueblos y un arma poderosa en la lucha ideológica. En la Grecia democrática que derrotó al imperio persa, el teatro floreció como expresión de un pueblo que se defendía a sí mismo, no a un rey; asimismo, en la Inglaterra isabelina, en su ascenso capitalista, el drama shakespeariano reflejó las contradicciones y ambiciones de una era. El teatro grande nace con los pueblos en movimiento, con las sociedades que forjan su destino.
Buscamos que el obrero, el campesino, el estudiante, la ama de casa, vean reflejadas en Antígona su propia lucha contra las leyes injustas; que en el dilema de Hamlet identifiquen la indecisión que frena; que en la avaricia de Shylock reconozcan el rostro del capitalismo explotador.
Hoy, sin embargo, esa potencia educativa y crítica ha sido secuestrada. La clase en el poder, la oligarquía rapaz que mantiene a México en el atraso y la pobreza, ha convertido las artes escénicas en un instrumento más de su dominio. Como bien denunció el dramaturgo Víctor Puebla, el teatro ha sido manipulado y puesto al servicio del consumismo mercenario; lo que llega a las masas, cuando llega, es un producto vacío, enajenante, carente de cualquier mensaje que cuestione el orden establecido o que despierte la conciencia dormida de los oprimidos. Es un teatro que adormece, no que despierta; que distrae, no que moviliza.

Frente a esta manipulación, el Movimiento Antorchista Nacional levanta una bandera de lucha cultural. Nosotros no concebimos el arte como un lujo para minorías, sino como un alimento espiritual indispensable para el pueblo trabajador. Un pueblo con hambre y sed de justicia necesita también alimentar su mente y su espíritu para comprender las causas de su miseria y forjar la voluntad colectiva para transformarla. Un pueblo que sólo consume basura cultural es un pueblo fácil de manipular con las migajas de los programas asistencialistas y los discursos demagógicos de una clase política corrupta.

Por eso, durante más de dos décadas, hemos impulsado el Encuentro Nacional de Teatro. No es un evento folclórico, es un acto de resistencia y una escuela política. Al llevar a escena los grandes clásicos de la dramaturgia universal, no buscamos una simple recreación histórica. Buscamos que el obrero, el campesino, el estudiante, la ama de casa, vean reflejadas en Antígona su propia lucha contra las leyes injustas; que en el dilema de Hamlet identifiquen la indecisión que a veces frena nuestra acción; que en la avaricia de Shylock reconozcan el rostro del capitalismo explotador.

Este año, en el simbólico teatro “Aquiles Córdova Morán” —obra física de nuestra convicción—, se celebrará la XXIV edición de este encuentro. 32 puestas en escena y más de 600 actores, en su mayoría surgidos de las entrañas del pueblo, demostrarán que el arte verdadero no tiene por qué costar un boleto inalcanzable. Será gratuito, porque la cultura es un derecho, no un privilegio.

Invitamos a todos los tlaxcaltecas y mexicanos a que asistan, ya sea en persona o a través de nuestras transmisiones. No vengan sólo a “ver una obra”, vengan a pensar, a cuestionar, a indignarse y a inspirarse. El teatro que promovemos es un taller donde se forja la conciencia revolucionaria. Es aquí, en la reflexión colectiva, que provoca un buen drama, donde comenzamos a entender que la pobreza no es una maldición divina, sino el resultado de un sistema económico injusto que debe y puede ser cambiado. El teatro, en manos del pueblo, deja de ser un opio y se convierte en un martillo para forjar un nuevo destino.
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