Es común escuchar a actores políticos, empresarios, líderes sindicales, funcionarios de todos los niveles, entre otros, hablar acaloradamente de la pobreza, decir sentir en carne propia el sufrimiento del pueblo pobre y lo hacen de una manera que muchas veces convence a sus espectadores, los conmueve y, de alguna manera, hace sentir a las víctimas como culpables de su propio destino y situación.
Los mexicanos, para alcanzar una vida plena, necesitan organizarse, educarse y luchar, como un solo hombre y con un solo ideal. Y para eso están las puertas abiertas del Movimiento Antorchista.
Es ya una costumbre ver desfilar a quienes buscan, “democráticamente”, un espacio en la vida pública de nuestro país, caminar por las calles sin pavimentar, visitar los pueblos más apartados, las colonias más pobres, caminar entre charcos y basureros, abrazar a los niños y niñas, hasta agarrar la pala de los albañiles para demostrar su empatía, su claro entendimiento de que ellos sí saben qué es ser pobre y que por eso el pueblo debe votar por ellos, pues se presentan como los salvadores, los redentores que van a cambiar la situación de millones de familias. Y lo peor de todo es que el pueblo, cada tres y seis años, cree en esas promesas.
Pero, si todos los que hablan de la pobreza conocen el sufrimiento del pueblo y tienen la solución a este mal social, ¿por qué no la combaten?
Para muestra de ello tenemos el discurso con el que ganó el aún presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al vender la idea de que en su Gobierno los más beneficiados serían los pobres.
Las cifras oficiales de medición de la pobreza y pobreza extrema evidencian que no sólo no se reduce, sino que cada día aumenta el número de pobres. Es decir, el mismo mandatario ha incumplido con esa promesa y solo se ha limitado a regalar dinero, como si con eso se acabara la falta de educación de calidad, el mal servicio de salud, la falta de acceso a los servicios básicos, más y mejores empleos, el claro problema de inseguridad.
Claro que no, eso no va a pasar, pues regalar dinero no es la solución, es como darle un billete de cien pesos a un niño de ocho años, creyendo que lo va a usar para salir adelante.
En realidad lo que provoca es todo lo contrario: convierte al niño en una persona que siempre va a depender del paternalismo oficial, condenándolo a vivir siempre en esa condición de miseria.
Eso lo saben todos los políticos, y también saben que si en verdad sacan de la pobreza a los millones de mexicanos que viven en esa situación se les acabarán los votos que los mantienen viviendo del erario. Por eso se escucha decir a AMLO que con los pobres uno va a la segura.
Sin embargo, la pobreza no se combate sólo con discursos, con buenos deseos, con abrazos y promesas que no se van a cumplir; la pobreza se debe combatir con acciones reales, cambiando el modelo económico actual, ese modelo capitalista que se ha caracterizado por darle más valor a la mercancía, a lo que se produce, que a quien produce, viendo al obrero como un engranaje más, como algo desechable que fácilmente se sustituye.
Urge cambiar este modelo inhumano y generador de pobreza por uno mejor, y para ello, el pueblo se debe organizar y luchar para construir esa sociedad, y, definitivamente, debe dejar de creer en los discursos de los políticos de siempre.
Los mexicanos, pueblo aguerrido y muy trabajador, merecen una vida mejor y para lograrlo hace falta que ya no caigan en las mentiras de los falsos redentores.
Los mexicanos, para alcanzar una vida plena, necesitan organizarse, educarse y luchar, como un solo hombre y con un solo ideal. Y para eso están las puertas abiertas del Movimiento Antorchista Nacional, que desde hace cincuenta años le declaró la guerra a la pobreza y ha demostrado con hechos cómo se combate este terrible mal, así como lo hizo en Tecomatlán, municipio del Estado de Puebla, y Chimalhuacán en el Estado de México, entre otros muchos municipios. M
Por eso y muchas razones más, la organización es la única esperanza real de todos.
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