MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El Materialismo Histórico y Dialéctico, Ciencia de la Historia (II/III)

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Cuando afirmamos que el materialismo histórico y dialéctico es la ciencia de la realidad, no pretendemos con ello fomentar una creencia absoluta, ciega y dogmática. El marxismo, expresión sintética del MHD, no es, ni puede ser, una cuestión de fe; no es la interpretación de una escritura sagrada, ni la adoración de un genio con un corazón profundamente humano cuyas investigaciones hayan buscado favorecer a la clase históricamente humillada y mancillada. Concebir así el carácter de ciencia del marxismo lo rebajaría a mera ideología. 

¿Qué le da entonces al materialismo histórico y dialéctico supremacía sobre las diversas interpretaciones que existen de la historia y del hombre? Fundamentalmente se lo otorga el método del que hace uso para acercarse a la realidad: el método dialéctico. A pesar de que sus raíces se encuentran en la filosofía idealista, más concretamente en la hegeliana, que Marx llevó del terreno especulativo al histórico, la dialéctica como método permite la concepción correcta del universo y del hombre, al entenderlo no como un fenómeno estático, al estilo aristotélico o del materialismo contemplativo, sino en constante transformación y, a su vez, al comprenderlo como unidad dentro del todo, es decir, asimilando cada fenómeno en constante relación con todo lo que le rodea. 

La dialéctica materialista no concibe cosas aisladas, sino busca en todas las cosas la relación histórica que las determina. A diferencia de las ciencias sociales dominantes y formalmente reconocidas: el derecho, la economía, la sociología; el marxismo no reconoce las leyes propias de estas ciencias como existentes per se, más allá de su relación histórica. Cada una de ellas está determinada por el momento histórico que le corresponde, por las circunstancias humanas y sociales que exigen un servicio específico a estas leyes que a los ojos de los hombres se presentan como eternas e inmutables. Estas leyes imperecederas sólo se explican en el marxismo como parte de un momento concreto (en este caso el capitalismo) que tendrá que desecharlas cuando no le sean ya útiles, cuando no coincidan con la totalidad de la que originalmente emanan. “La totalidad concreta –dice Lukács– es la categoría propiamente dicha de la realidad”.

En segundo lugar, y como una de las categorías fundamentales de la dialéctica materialista, el marxismo estudia los fenómenos despojándolos de su apariencia y extrayendo el conocimiento de la esencia de los mismos, es decir, de la razón de ser de cada uno de ellos. No se limita a interpretar lo que observa en el devenir humano, sino a encontrar las causas de su existencia. 

Toda ciencia es un conocimiento de las causas y, en el caso del MHD, las causas de la historia se encuentran en el hombre mismo, más concretamente, en las relaciones que existen entre los hombres en «la producción y la reproducción de la vida». Despoja a la historia de las interpretaciones especulativas que en la filosofía han jugado el papel predominante; no pretende explicarse la realidad desde alguno de sus aspectos o valores universales. La historia del hombre no es, ni puede ser, la historia de la lucha por la libertad tampoco es la búsqueda de la felicidad o, en términos hegelianos la realización del espíritu absoluto. La historia de la humanidad es, científicamente hablando, la historia de las relaciones entre los hombres a partir del papzl que ocupan en la producción o, en términos más exactos, «el motor de la historia es la lucha de clases».

En palabras de Marx: «La configuración ya cuajada de las relaciones económicas, tal como se muestra en la superficie, en su existencia real y por tanto también en las representaciones con las cuales los portadores y agentes de esas relaciones intentan aclarárselas, son muy distintas de su estructura nuclear interna, esencial, pero oculta».

Ahora bien, más allá de la fetichización de la vida, en la que se pretende hacer pasar la realidad social como una relación entre cosas y no como una relación entre personas, el marxismo descubre la esencia de la historia al sacar a relucir, detrás de esta aparente relación, la verdadera y única existente: la lucha perpetua entre dos clases sociales (propietarios de los medios de producción y propietarios de fuerza de trabajo) que, desde el nacimiento de la propiedad privada, se ha buscado esconder bajo velos de nacionalidad, raza, credo, etc. «La economía –dice Engels– no trata de cosas, sino de relaciones entre personas y, en última instancia, entre clases, pero esas relaciones están siempre vinculadas con cosas, y aparecen como cosas»

Queda, sin embargo, una pregunta por resolver y sin la cual todo lo dicho anteriormente perdería trascendencia. Si el marxismo es la ciencia de la totalidad, y la totalidad la entendemos, siguiendo a Lukácks, como «el conocimiento de la realidad del acaecer social», ¿Quién es el protagonista de este acaecer social? ¿A quién le corresponde hacer la historia? ¿Cómo definimos, más allá de nuestra posición de clase o nuestra subjetiva posición política, el papel que desempeña cada una de las clases sociales? En la respuesta a esta interrogante radica el significado del ser revolucionario. ¿Quién es el verdadero sujeto de la historia? Dado que mi objetivo no es abrumar al lector, este problema tendrá que resolverse en la última parte de este análisis. 

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