MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El gran truco 

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Ahora que el país se encuentra sumido en una crisis económica, social y política, para muchos inimaginable hace algunos años; ahora que la pobreza creció, en apenas cuatro años, en diez millones más de mexicanos; ahora que no hay trabajo, que el salario no alcanza y que hay que buscar dos o tres empleos para sostener a una familia; ahora que vivimos el sexenio más violento de la historia moderna y que la delincuencia ha llegado a hacerse con el poder de estados enteros; ahora, justo ahora, convendría preguntarnos, y muy sensatamente, ¿Hicimos lo correcto?

No sólo aquellos que, desde el principio advertimos que el gobierno en turno era el capitán perfecto en tiempos de tormenta para garantizar la destrucción absoluta del barco y el naufragio de todos sus tripulantes, sino principalmente quienes le dieron su confianza al partido en el poder, a los que creyeron que un hombre podría salvar a un país  que llevaba décadas en caída libre, a quienes llenaron plazas y zócalos gritando a muerte su adherencia al presidente Andrés Manuel López Obrador porque proponía acabar con la corrupción con una homilía predicando abrazos, con la pobreza aludiendo al discurso falso y perverso del: todos somos iguales, tanto ricos como pobres, con la delincuencia predicando amor y con la ignorancia atentando contra la ciencia y las artes; así, según él, quitando el espejo donde se pudiera revelar la decadencia de nuestro pueblo, el mal desaparecería.

No pretendo en este análisis centrarme en el mago, en el prestidigitador, malabarista y artífice del truco. La realidad se encargará de desenmascararlo y la historia pondrá a cada quien en el lugar que le corresponde. Es necesario, más aún que enjuiciar al objeto del engaño, revelar el truco, precisamente porque es el mismo con el que año tras año el pueblo mexicano, como la mayoría de los pueblos del mundo, es engañado.

La estafa política se ha perfeccionado a grado tal que no sólo beneficia al estafador, sino que el timado aplaude, celebra y patalea de gusto por haberse dejado robar con tanta destreza: “¡Qué maestría! ¡Cuánto arte!”, exclama el pueblo engatusado y, cuando algún insensato acude a develar la trampa en el sombrero, el público, negándose a aceptar que fue engañado, le grita furibundo: “¡Embustero! ¡Provocador!”; “Dejad que nos mientan y nos engañen”, “No necesitamos a nadie que nos diga que hicimos mal”; y, sin embargo, hay que hacerlo, no ser escuchado no es razón para guardar silencio. 

La gran estafa política consiste en hacerle creer a la gente que tiene poder de decisión en este sistema tal y como está estructurado. Que el hecho de que cada tres años deposite un papelito en una urna le hace partícipe de las decisiones trascendentes en este país. Dado que el truco debe ser complejo para no ser descubierto, los maestros del engaño, ocultos entre el humo, sacan dos opciones de la chistera, aparentemente contrarias una de otra: izquierda y derecha nos dicen, escoge la que quieras; recuerda que son opuestas, si eliges la primera te salvas de la segunda; si eliges la segunda, evitas la primera.

Sin embargo, hay quienes, entre la audiencia, gritan indignados: “¡Pero señores, a mí no me convence ninguna opción, yo quiero algo distinto!”, más allá de la salida fácil de hacer saltar un tercer conejo del sombrero y decir: ¡Perfecto, aquí tienes, este tercer partido representa a los profesores, a las mujeres o a los ecologistas, seguro en alguno cabes!”; el ilusionista, inteligente como es, advierte: “si no votas por una, ganará la otra, puede que no te guste, pero la política consiste en elegir el mal menor”.

 La participación de los mexicanos en política consiste en realidad, precisamente en eso, en aprender a elegir el mal menor. Ya no pensamos en beneficiarnos de nuestro propio gobierno, ya no queremos siquiera recibir lo que nos corresponde, nos hemos olvidado de reclamar y defender nuestros intereses. Hemos llegado a un nivel tal de degradación política que nos conformamos con no salir tan dañados del proceso, con salvar un poco de lo que teníamos entre un gobierno y otro. La política mexicana se reduce a esto: elegir al verdugo en turno y esperar que sólo nos corte una mano y nos deje a salvo la cabeza, para poder seguir sufriendo lo que nos reste de vida. 

La partidocracia es, sencillamente, una estafa en la que los poderosos nos ofrecen las mismas opciones disfrazadas de derecha e izquierda, dos cosas que hoy en nuestro país no tienen más que diferencias de forma y de apariencia. Los políticos en turno se cambian de bando y de partido con el mismo movimiento del péndulo; a veces van a la derecha, a veces a la izquierda, no importa, al fin y al cabo es el mismo movimiento.

Ningún partido, ninguno, representa los intereses del gran público, de la gente, de la audiencia. Estos están sólo para observar, y cuidado si alguien pretende descubrir lo que hay tras el telón, pues será perseguido y vituperado. Algunos intelectuales o rebeldes de facultad, gritan desde afuera: ¡no entren al espectáculo, no participen!, la solución está en no votar por nadie, no seamos parte de este mecanismo. ¿Ha resuelto alguna vez algo la abstención en política? ¡Jamás!, a no ser apagar el ruido de la conciencia de los pseudorevolucionarios. No importa si el poder, ya sea disfrazado de derecha o izquierda, gana diez votos contra nueve, sigue gobernando. 

¿Cuál es la solución, entonces, para escapar de esta gran estafa? Ya vimos que no es escoger entre las opciones que el mismo mago fabrica, tampoco reclamar una tercera que saldrá, indudablemente, de los artificios del hipnotizador. Mucho menos podemos pensar en abandonar la función, somos parte de ella queramos o no, y quedarse sin levantar la mano solo nos hace cómplices del vencedor, que es siempre el mismo. La única manera de desmontar la estafa, la salida real, consiste en crear una fuerza distinta, un poder, un partido que no emane del truco sino que surja de fuera, cuya raíz se extienda entre el pueblo y que no surja de las entrañas del sistema.

Para acabar con la estafa, es necesario crear un partido político desde abajo, que unifique los intereses de todos los defraudados, que les haga saber que la política consiste no en elegir el mal menor sino en crear las condiciones que nos permitan desterrar el mal de manera definitiva. ¿La solución, entonces? Organicemos a todos los inconformes, espabilemos a los encantados, eduquemos a los engañados y, por qué no, convenzamos a los críticos, a los intelectuales, de que la salida de la función no resuelve nada. Lo único que puede salvar a México del desastre al que nos ha llevado esta práctica fatal, es la creación inmediata de un partido verdaderamente de masas, representado y defendido por el mismo pueblo que hoy se queja lastimeramente de su suerte, pero no actúa para cambiar su realidad. A ello hay que abocarnos para desmontar, de una vez y para siempre, el truco que ha trascendido la línea entre el espectáculo y la catástrofe. 

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