MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El gran roble

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Su hermano mayor logró colocarse en la fábrica, y entonces le apoyó para que él (el menor) estudiara, lo mandó a la escuela a la ciudad de Puebla. Tenía escasos 10 años, era una escuela dirigida por curas, su avance fue importante, a los dos años pudo ir en un período vacacional a visitar a sus padres, no le gustó lo que vio, y decidió regresar para hacerse cargo de ellos. El cura responsable de la escuela le aconsejaba terminar sus estudios para que realmente pudiera ayudarles. Sin embargo, él regresó para con sus padres. 

A pesar de sus trece años, uno de los obreros con mayor antigüedad lo aceptó como aprendiz sin goce de sueldo. No importaba, pues ya estaba dentro de la fábrica y pronto, muy pronto, podría recibir un salario, ¡su primer salario!, para poder hacerse cargo de sus padres. Este fue el inicio de una vida de obrero, de la cual nunca vi que faltara a la fábrica, nunca le vi tomar, dejar de hacer sus trabajos, a las 5:00 de la mañana ya estaba listo para partir. En estos años que lo recuerdo era ya el turbinero, él tenía que llegar primero, pues era el responsable de que la fábrica tuviera movimiento, energía necesaria para echar a andar el monstruo (la maquinaria) que permanecía muerto parte de la noche.

Desde el año 1870 se proyecta la construcción de la fábrica La Trinidad, en 1879 inicia su construcción, a lo largo del Río Tequixquiac, afluente y origen del Río Zahuapan, se establecieron varias fábricas. Se construye una presa y canales por los cuales se conducía el agua, se almacenaba en grandes depósitos, de donde se conducía a una caída de 100mts, sobre unas aspas de la turbina que hacía girar el generador produciéndose la energía eléctrica que movía toda la maquinaría. Así nacieron: Apizaquito, San Miguel, La Trinidad, Santa Elena, La Covadonga, etc. 

Él fue el turbinero hasta que el dueño de la fábrica fue emplazado a huelga por los obreros y en 1968 cerró sus puertas definitivamente. En su larga vida de obrero no sólo pasó por todos los puestos de trabajo, sino también por los del sindicato, rechazando únicamente el de Secretario General. Me recuerdo sentado en sus piernas en una mesa al frente de un salón enorme lleno de obreros, le acompañaba los sábados de cada mes, pues había que engrasar la turbina y me permitía ayudarle. Al terminar, camino a la salida, pasábamos por el almacén del algodón, entonces al dar vuelta le decía que había olvidado algo y regresaba corriendo solo para tirarme en el algodón, pues yo quería salir de la fábrica como los obreros, con algodón en la cabeza.

Nos ayudaba en las tareas, cosa que aprovechaba para revisar nuestros cuadernos y libros, sabía mucho y era muy exigente en el horario y con nuestro trabajo. No podíamos ir a jugar si antes no habíamos terminado la tarea y/o los deberes: dar de comer y hacer el aseo a unos cerdos, pollos de engorda, dos vacas y dos caballos. Lo esperábamos los sábados que salía más temprano, a la una de la tarde, silbaba el silbato de la fábrica con su potente sonido, nos veíamos bajo el Pirúl (árbol) y nos encaminábamos a las aguas cristalinas del Río Tequixquiatl, donde nos enseñó a nadar.

Todos los domingos me llevaba con él, al campo de béisbol a ver el partido, él jugó de joven en el equipo de la fábrica, me enseñó a jugar y como sabía el oficio de sastre, pues hacía pantalones, él me hacía mis pantalones, nos hizo los guantes y la manopla del catcher para el béisbol, la careta forrando un pedazo de la parte del comedero de los pollos que servía para que metieran la cabeza y no desperdiciar el alimento, lo cortó y lo forró y esa era la careta del catcher. Me enseñó a hacer los papalotes con carrizo, del que sacábamos tiras con el cuchillo y se armaban en triángulos con hilos, luego se forraban con papel de china y engrudo, se les ponía la cola con pedazos de trapo y estaban listos para surcar los cielos, era increíble verlos volar y poder tirar hilo y más hilo para que se elevarán cuánto quisiéramos.

Tenía una escopeta calibre 12 y le gustaba la cacería, los domingos a las 4 de la tarde nos juntábamos con sus amigos, Luis Torres, Reynaldo y sus hijos, salíamos con los perros, el Yuri, el Tigelino, nuestros y los de ellos, y caminábamos al cerro donde los perros venteaban a los conejos, entraban a los matorrales y de repente salía corriendo el conejo, al que se le tiraba en plena carrera, había que tener mucha destreza para poder casarlos. El Tigelino al descubrir las codornices se paraba en señal de atención, levantaba una pata trasera y movía la cola, el tirador se preparaba y cuando el perro se arrojaba, la codorniz salía volando hacia arriba como helicóptero y luego se extendía en el vuelo, era el momento de tirarle, sobre todo al machito, pues la hembra tiene sus calzoncitos (plumas) de color y a esas no se les tiraba. En cada vacación salían a cazar a varias partes de la República Mexicana. Me había prometido llevarme, pues ya había aprendido y crecido, ya aguantaba las caminatas.

Al darse la huelga en la fábrica y cerrar sus puertas, todo se acabó ¡todo! Se fue a México al D.F., a buscar trabajo para que nosotros siguiéramos estudiando. Por su edad 42 años y por ser tlaxcalteca no le daban trabajo, un tío lo pudo colocar como intendente en una fábrica japonesa de remaches tubulares que fabricaba desde remaches milimétricos, hasta remaches de 15 cm. Terminó siendo jefe del área de máquinas y le proponían mandarlo a especializarse a Japón, dijo que no, pues ya había logrado lo que quería: trabajo para poder ayudar a sus hijos a terminar sus estudios. 

Yo terminé la primaria, se abrió en mi pueblo (Santa Cruz) una telesecundaria por las tardes que atendían los propios maestros de la primaria, no quiso que estudiara en esa escuela y me llevó a la capital del estado, Cd. de Tlaxcala, entré a la Secundaria Técnica que tenía más de mil alumnos y al salir me llevó a México a estudiar el bachillerato en la vocacional “Wilfrido Massieu”, en el casco de Santo Tomás. En la fábrica le ofrecieron trabajo para mí, dijo que él quería que yo estudiará. 

Al terminar la vocacional le dije que quería entrar a Chapingo, me dijo que estaba de acuerdo, fui a presentar el examen, no llegó El telegrama, me dijo presentará el examen en la UPIISA, del IPN, lo presenté y entré al politécnico. A los 3 meses llegó el telegrama que fui aceptado en Chapingo, al llegar del trabajo se lo mostré y me dijo, adelante. Estando en Chapingo le informé de mi decisión de luchar por un México mejor para los obreros, para el pueblo, y me dijo: ¡Sólo te pido que, si vas a hacerlo, sea algo serio! 

Cumplió 95 años el día 10 de mayo, está informado, lee mucho, lee el periódico, ve los noticieros, está preocupado por el desastre que vive el país. Nos impulsa, nos alienta e insiste que nosotros hagamos bien las cosas. Sigue como el gran roble: firme y entusiasta con la lucha. 

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