MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El funeral de Héctor 

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No se trata aquí del suceso ocurrido durante el último año de la legendaria guerra de Troya; se trata de lo acontecido en otra guerra que hubo, hace relativamente poco tiempo por acá cerca, en la mixteca poblana. Y cuando utilizo el término guerra, considero que no estoy exagerando demasiado, pues se trató del intento de exterminio, mediante la violencia, de la organización que nacía en ese momento entre los campesinos y que se denominaba Antorcha Campesina. 

Los campesinos organizados se dieron cuenta que para resolver los múltiples problemas que les afectaban, era necesario tener en sus manos el poder político del municipio, así que la primera presidencia municipal que lograron conquistar fue la de Tecomatlán, Puebla, y unos pocos años después la de Cuayuca de Andrade. Aquí el primer presidente municipal campesino y antorchista fue, Miguel Alonso Vázquez, recientemente fallecido. Recordarlo a él es recordar a varios personajes de aquellos días; por ejemplo, a Héctor Martínez Palacios. 

Héctor era un joven campesino de alrededor de 20 años. Es necesario decir que sabía leer, escribir, y, a pesar de su juventud, gozaba del reconocimiento de toda su comunidad, gracias eso, democráticamente, fue electo inspector municipal. 

Conocí a Héctor un domingo que fuimos a visitar su comunidad, era una tarde llena de sol, en el centro del poblado un frondoso laurel proyectaba una sombra agradable, el verde follaje del árbol brillaba intensamente haciendo un contraste, que producía cierta nostalgia, con el paisaje semiárido de los montes que rodeaban aquel lugar. Héctor nos recibió con una sonrisa amable, era un joven esbelto, llevaba una gorra negra tipo militar y entre sus morenas manos traía un libro del autor Nicolás Bujarin. Seguramente él hubiera llegado a ser uno de nuestros próximos candidatos a la presidencia municipal.       

Esa posibilidad no pudo ser porque, como lo dije en mi colaboración de la semana pasada, un 23 de febrero, él y un grupo de compañeros fueron víctimas de una salvaje agresión, los enemigos de la organización del pueblo les tendieron una emboscada muy de mañana en el camino de la comunidad hacia la cabecera municipal. En el sitio murieron Paulino y José, el primero activista de la organización y el segundo un campesino antorchista; a Héctor, junto con varios más, lo trasladaron herido a un centro hospitalario de Izúcar de Matamoros.   

Don Miguel Alonso, nuestro presidente municipal, nos llevó la trágica noticia hasta Tecomatlán. Después él y una comitiva trasladaron el cadáver del compañero Paulino para entregarlo a sus familiares en su lugar de origen y darle sepultura. Otros nos quedamos para estar en el sepelio del campesino antorchista José.

Un día después de haber sepultado a José, vimos llegar a Miguel Alonso con la comitiva que fue a entregar a Paulino, el semblante del presidente municipal era el de un hombre fatigado, preocupado, afligido, su rostro demacrado y con ojeras. Por esos días las calles de la cabecera municipal estaban sombrías, prácticamente nadie transitaba por ellas, solamente el viento levantaba la hojarasca y el polvo, pues todo era terracería. Nosotros aún no podíamos asimilar nuestra aflicción, cuando los que estaban pendientes de los heridos, nos mandaron el mensaje de que Héctor no había logrado sobrevivir.   

Héctor, el joven campesino, quien seguramente hubiera llegado a ser un auténtico líder y dirigente de sus hermanos de clase, no pudo sobrevivir al artero atentado perpetrado por los enemigos de la organización popular. Nos trasladamos ya de noche a su comunidad a ponerlos sobre aviso y tras de nosotros vimos llegar en la oscuridad un cortejo funerario llevando el ataúd del infortunado joven. 

Cuando bajaron el féretro y lo metieron a la casa paterna, la joven esposa de Héctor lanzó una terrible maldición que seguramente fue a retumbar en las entrañas del profundo abismo. En ese momento la sufrida y sufriente madre de él, increpó enérgicamente a la joven y dolorida esposa y esta ahogó su grito y su dolor en lo más profundo de su corazón y no volvió a pronunciar más palabras durante todo el tiempo que duraron las honras fúnebres.

Ya muy avanzado el día siguiente trasladamos el cadáver de Héctor al panteón, unas manos solícitas e inteligentes cubrieron el ataúd con la bandera tricolor. Y la comitiva que llegó de Tecomatlán cuando sepultamos al compañero campesino José, esta vez se multiplicó formando una verdadera manifestación; la monotonía y tranquilidad que de ordinario había en ese lugar, fue interrumpida por la algarabía y numerosa presencia de campesinos y estudiantes que coreaban las consignas que hoy todos conocemos, por ejemplo: “Antorcha Campesina, tiene que existir y la defenderemos, hasta morir”. 

En Débora Carrizal, no hubo, y probablemente no habrá, otros funerales como los que se le rindieron al compañero Héctor. En un momento dado, la aflicción se tornó en deseo de seguir la lucha iniciada hasta lograr el objetivo de construir un país más justo y equitativo. Ante el cuerpo presente hablaron varios campesinos y algunos estudiantes también hicieron uso de la palabra para despedir al joven Inspector Municipal. Esas fueron horas cargadas de pasión, aquellos fueron días cargados de enseñanzas que obligaban a los individuos a definirse ante la vida, ser o no ser; algunos activistas, muy pocos realmente, desertaron después de esos acontecimientos.

Los grupos campesinos se hicieron más numerosos en toda la región. El primer presidente municipal de Cuayuca de Andrade, Miguel Alonso Vázquez, pudo haber renunciado al cargo y nadie hubiera podido impedírselo, pero se mantuvo firme y logró terminar con buenos resultados de mejoras sociales su mandato. Y esto sin más agregados habla bien de él. Y por esto es digno de vivir en el recuerdo, igual que digno es el compañero Héctor. 

Dicen que el día de la emboscada, un conejo se atravesó en el camino y les salvó la vida a muchos, porque como todavía no estaba muy clara la mañana, la camioneta que encabezaba la caravana se detuvo y siguieron con las luces el trayecto del conejo. Los asesinos agazapados se pusieron nerviosos y comenzaron a disparar antes de tiempo; de no haber sido así, el saldo trágico hubiera sido más grave aún. 

El conejo tal vez terminó devorado por los coyotes, o quizás sea el mismo que por sus buenas acciones está gravado en el disco de la luna llena. No estoy seguro de eso, pero de lo que sí estoy seguro es de que el recuerdo de los personajes que escribieron la historia de aquellos días, tratando de mejorar un pedacito del mundo, ese souvenir digo, permanecerá gravado en nuestra memoria y en medio de nuestros corazones. 

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