El título de este artículo se refiere a los sucesos recientes en varios países latinoamericanos, donde han llegado al poder varios partidos sedicentes de izquierda por la vía democrática. Ya en el gobierno, han conseguido algunos avances que pueden calificarse como importantes. Sin embargo, han cometido un error común o frecuente en su caso: abrir paso en sus gobiernos a la derecha. Un error que analizaremos en este artículo, cuya comisión se debe a la falta de una estricta formación marxista leninista en esos partidos.
El primer país en América Latina que inició un proceso revolucionario para construir un sistema socialista en su territorio fue Cuba, cuyos dirigentes anunciaron la decisión de que su patria sería más justa con la Segunda Declaración de La Habana en 1962. Vale la pena transcribir parte del contenido esencial de ese documento leído por el comandante Fidel Castro Ruz: “En Punta del Este se libró una gran batalla ideológica entre la Revolución Cubana y el imperialismo yanqui. ¿Qué representaban allí, por quién habló cada uno de ellos? Cuba representó los pueblos; los Estados Unidos (EE. UU.) representó los monopolios. Cuba habló por las masas explotadas de América; EE. UU. por los intereses oligárquicos explotadores e imperialistas. Cuba, por la soberanía; EE. UU., por la intervención. Cuba, por la nacionalización de las empresas extranjeras; EE. UU., por nuevas inversiones de capital foráneo.
Cuba, por la cultura; EE. UU., por la ignorancia. Cuba, por la reforma agraria; EE. UU., por el latifundio. Cuba, por la industrialización de América; EE. UU., por el subdesarrollo. Cuba, por el trabajo creador; EE. UU., por el sabotaje y el terror contrarrevolucionario que practican sus agentes, la destrucción de cañaverales y fábricas, los bombardeos de sus aviones piratas contra el trabajo de un pueblo pacífico. Cuba, por los alfabetizadores asesinados; EE. UU., por los asesinos. Cuba, por el pan; EE. UU., por el hambre. Cuba, por la igualdad; EE. UU., por el privilegio y la discriminación. Cuba, por la verdad; EE. UU., por la mentira. Cuba, por la liberación; EE. UU., por la opresión. Cuba, por el porvenir luminoso de la humanidad; EE. UU., por el pasado sin esperanza. Cuba, por los héroes que cayeron en Girón para salvar la Patria del dominio extranjero; EE. UU., por los mercenarios y traidores que sirven al extranjero contra su Patria. Cuba, por la paz entre los pueblos; EE. UU., por la agresión y la guerra. Cuba, por el socialismo; EE. UU., por el capitalismo”.
La guía política e ideológica de Castro Ruz también se reflejó en las tesis y resoluciones del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba: “X. Política Ideológica: El marxismo-leninismo –punto culminante y logro superior de la evolución del pensamiento económico, político, social y filosófico de la humanidad, que hizo suyas las banderas de la lucha por la libertad y la dignidad plena del hombre; concepción científica de la naturaleza y la sociedad; teoría revolucionaria e ideología de la clase obrera– es el fundamento en que se basa la acción del Partido Comunista de Cuba (PCC) en el enfrentamiento exitoso de su tarea histórica”.
Efectivamente, a pesar de que, en 1960, se recrudeció el bloqueo económico impuesto por el imperialismo estadounidense, el pueblo cubano pudo sortear éste y los desafíos de la construcción de una sociedad nueva, más justa y mejor con la ayuda de los países del bloque socialista. Grandes progresos se alcanzaron en materia de salud, educación, deporte, infraestructura social, biotecnología, etc. Antes de la caída del bloque socialista, Castro, como actor político con pensamiento científico, corrigió errores y rectificó tendencias negativas en 1986, tres años antes de la caída del Muro de Berlín.
Gracias a ello, cuando vino la debacle soviética, la población cubana soportó “el maremoto” sin un costo considerable. Los estadounidenses, lejos de mostrar una visión humanista ante la falta de suministros vitales que antes provenían de Rusia a precios preferenciales, recrudecieron el bloqueo comercial con la creencia de que con ello lograrían resquebrajar a la Revolución Cubana.
Conocemos el resultado: pese a las grandes dificultades, la dignidad del pueblo y la guía marxista-leninista del PCC, en cuya cabeza estaba el comandante Fidel Castro, no se doblegaron ante el imperialismo yanqui; y a la fecha la Revolución sigue en pie. Después creyeron que, con la muerte del comandante Castro Ruz, la revolución desaparecería, pero eso no sucedió. Por ello, el PCC debe seguir firme en los principios del marxismo-leninismo y educar a sus nuevas generaciones con esta ideología para fortalecer al socialismo.
Un segundo esfuerzo latinoamericano por alcanzar el socialismo se produjo en Chile. El movimiento llamado la Unidad Popular de Chile llegó al poder mediante elección democrática el tres de noviembre de 1970, conformado por una coalición de partidos de izquierda que ganó los comicios y tuvo a Salvador Guillermo Allende Gossens como candidato para la presidencia. Éste intentó cambios sustanciales para construir el socialismo en el marco de una sociedad capitalista cuyas reglas respondían a sus intereses de clase.
Aunque Allende denominaba marxista al proceso que lideraba, hacía falta un componente fundamental para alcanzar su objetivo revolucionario: la participación decidida del pueblo. En más de una ocasión, los trabajadores le mostraron que era necesaria su participación y que estaban decididos a defender la revolución pacífica y democrática si los llamaba a luchar; sin embargo, por no generar controversias o enfrentarse más abiertamente con la burguesía nacional e internacional, optó siempre por la conciliación.
Cuando le recomendaron disolver el Congreso, no aceptó hacerlo porque “se trataba de una institución con más de un siglo de existencia”. La falta de unidad en las izquierdas, de un partido de corte leninista, de educación, participación política del pueblo y frenado por el propio Allende para evitar tragedias, la derecha chilena llevó al general Augusto Pinochet a organizar un golpe de Estado que finalmente realizó las cosas que Allende combatió: disolver el Congreso.
Además de asesinar a Allende, Pinochet persiguió a todos los líderes de la Unidad Popular y utilizó al Estadio Nacional de Santiago como campo de concentración donde mató a los que representaban mayor peligro para la dictadura naciente y a otros los encarceló. Luego, Pinochet abrió paso a un experimento económico impuesto por el gobierno estadounidense mediante los Chicago Boys, alumnos de Milton Friedman e instrumentadores del proyecto neoliberal o monetarista.
Ya vimos el resultado: en Chile hubo cierto desarrollo, cimentado sobre todo en la extracción de minerales como el cobre; y cuando los imperialistas estadounidenses percibieron que Pinochet ya no era útil, lo acusaron por haber cometido delitos de genocidio, terrorismo y tortura. Es decir, le ocurrió lo mismo que al pañuelo Kleenex: los gringos lo usaron y luego lo desecharon.
Un cambio revolucionario requiere un partido de corte marxista-leninista, como lo evidencia el hecho de que mientras en Cuba se sostenía el socialismo, en Chile, el ensayo de Allende fracasó; y en el pasado reciente ha habido movimientos hacia la izquierda, como los Michelle Bachelet y Gabriel Boric, pero no han avanzado más allá de lo tolerado por la burguesía local. Esto se debe a que en Chile no hay un partido de izquierda basado en los principios marxistas-leninistas que aspire a tomar realmente el poder.
Una prueba de ello se produjo cuando Boric quiso cambiar la constitución chilena y no pudo hacerlo porque el pueblo prefirió la constitución emanada del golpe militar de Pinochet que aceptar una nueva, cuyo contenido fuera diferente. Pero lo peor de este ensayo es que, a falta de una perspectiva de izquierda marxista-leninista, la derecha chilena se está abriendo paso de nuevo y peligrosamente.
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