Todos nos hemos dado cuenta de las distintas caravanas migrantes que atraviesan nuestro estado y de las incontables historias que nuestros hermanos cuentan sobre su travesía y los vericuetos hostiles que han tenido que cruzar.
Distintas caravanas con nombres que parecen describir en síntesis el sufrimiento de quienes las integran, atraviesan nuestro estado con rumbo a los Estados Unidos.
Una de las que mayormente resonó en nuestro estado fue la caravana llamada “Viacrucis”. Era común ver cómo cargaban cruces de madera improvisadas con leyendas que aludían al sacrificio del hijo de Dios, equiparando ese esfuerzo con las dificultades enormes que caían sobre sus pies.
Hay que limpiar bien nuestra casa, hay que cambiar de raíz nuestro país para poder apoyar también a los demás y así recibirlos en un espacio más que digno.
Pero las cruces más pesadas fueron: el hambre, el sol abrasador, la sed, la desesperación, la discriminación, entre otros grandes factores que golpeaban el cuerpo y el corazón de los cientos de hombres y mujeres que entraron a nuestro estado por la frontera de Tapachula.
Un artículo del sitio electrónico voz de américa.com describía el paso de los más de 2 mil migrantes por nuestro estado, bajo los siguientes párrafos:
“Con la movilización, que partió al amanecer desde la ciudad fronteriza de Tapachula, en el estado de Chiapas, los migrantes buscan mostrar el dolor humano y las dificultades que padecen en su travesía por México, como los robos, las violaciones, las extorsiones, los secuestros e incluso la muerte, indicaron activistas que acompañan el contingente”.
El sacerdote Heyman Vázquez consideró que la política migratoria de México no ha sido clara porque no resuelve los trámites de regularización e impide a los migrantes abordar el transporte público para avanzar hacia el norte, pero los deja caminar por las carreteras donde los detienen para deportarlos.
Lo cierto es que la política de migración en nuestro estado no atiende las necesidades de las caravanas cuantiosas que atraviesan y seguirán atravesando el estado.
Aquí, en la entidad más pobre del país, resulta hasta imposible sostener sobre nuestros hombros un peso mayor; sin embargo, hoy resulta imposible no sentir empatía por los miles de huérfanos de patria que buscan cómo abrirse paso por las pesadas carreteras, huyendo de la injusticia de su país y enfrentando la que vivimos día con día.
Es imposible no sentir en carne propia el dolor de los padres que cargan a sus pequeños hijos, de los jóvenes que derriten sus suelas en el asfalto, de las incontables injusticias a las que son sometidos, sobre todo cuando nosotros también tenemos familiares que han tenido que atravesar estas vicisitudes con el único fin de buscar un mundo mejor.
¿Qué debemos hacer al respecto? La pregunta es difícil, pues tendríamos que atender a los distintos niveles de participación dentro de nuestra sociedad para encontrar el eslabón que incumple con su actividad.
Sin embargo, me gustaría contar una breve historia para ilustrar el pensamiento que a mi mente viene:
“Cuenta una historia que en cierta ocasión, dos vecinas se encontraban limpiando el patio de sus respectivos hogares. —¿Para qué limpias, Sonia? —le dijo una de ellas—.
—Fíjate, Toñita, que hoy viene el padre a visitarme. Dice que anda buscando el sitio donde vestiremos al niño Dios este año, entonces ando arreglando todo para recibirlo. —Pero ¿para qué te desgastas? —le dijo Toñita— Si el padre va a venir a ver dónde van a vestir al niño Dios, basta con que limpies el recibidor y el altar, o ¿crees que el cura va a mirar debajo de tu cama? Además, recibir a tanta gente es un lío. Vas a terminar agotada de tanto andar limpiando.
—Tienes razón —le contestó Sonia—, pero en realidad sé quiénes vienen a mi casa y, para poder recibir a la gente que uno quiere, uno tiene que limpiar hasta donde no pasan. No es una cosa de costumbre nada más, sino entender que antes de cargar con algo que no está en tu casa, es la casa de uno la que debe estar limpia de todo polvo, hasta el de la ociosidad”.
Así pues, resulta indispensable llamarnos compañeros a seguir unidos, fraternos, combativos, pues en nuestra lucha diaria por mejorar las condiciones de vida de los más necesitados, estamos haciendo no sólo girar la rueda de la historia, sino preparando el terreno para las futuras generaciones.
El “luchar por los que no luchan” no implica combatir por aquellos que nada hacen, sino fabricar las condiciones y los métodos, y servir de ejemplo para mover a los demás y demostrarles que los saltos más altos no se dan en Rodas, sino que Rodas está aquí y aquí debemos saltar.
Hay que limpiar bien nuestra casa, hay que cambiar de raíz nuestro país para poder apoyar también a los demás y así recibirlos en un espacio más que digno. Mientras tanto, no hay otra forma de poder apoyar en serio y de forma radical que seguir combativos y organizados, compañeros. Por su atención, muchas gracias.
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