Piedras Negras. Dos campesinos nos dieron la primera información sobre el estado de la carretera, no hacía mucho que habíamos dejado el centro de Tenango de Doria. “No se puede pasar, tienen que dejar su camioneta aquí, la carretera está rota”, nos comentaron mientras dejaban sus costales de víveres en el suelo para descansar un poco. Eran entre la una y las dos de la tarde y se notaba en su rostro que su jornada de trabajo había comenzado hacía muchas horas.
Los vecinos damnificados solicitan que, además de que se les ayude a sacar el lodo de sus casas, sanitizar y remover las montañas de lodo de sus calles, buscar alternativas para normalizar la educación de los niños y jóvenes.
No eran los únicos que realizaban el transporte de víveres. Hasta donde el vehículo pudo llegar, había otros estacionados con anterioridad, todos llevando alimentos y enseres destinados a las comunidades ubicadas en el otro extremo. El ir y venir de personas era constante; todas cargaban algún producto: bultos de maíz, cajas de leche o de verduras, bolsas con despensa, pacas de forraje y herramientas hacia la dirección en que se encuentra Huehuetla.
En el río de Piedras Negras, la carretera colapsó por la creciente que provocó la lluvia de la semana pasada; la fuerza de la corriente, alimentada con la precipitación torrencial del pasado jueves 9 de octubre, reblandeció la tierra de sus márgenes laterales y se la llevó aguas abajo, ocasionando el derrumbe de un tramo carretero a un costado de su cruce subterráneo, dejando incomunicadas varias comunidades como Santa María, San Clemente y San Bartolo Tutotepec, que se encuentran camino a Huehuetla.
Después de una semana de la tragedia, la gente ha salido a comprar víveres a Tenango de Doria para llevarlos a sus familias. De regreso a su comunidad, las personas tienen la opción de pasarlos del otro lado del río mediante una tirolesa que se improvisó unos metros antes del punto del colapso carretero. Sin embargo, es tal la cantidad de productos, que el tiempo de espera puede durar, incluso, horas.
Como otra opción, se abrió una brecha entre la vegetación. Hay que subir un tramo de cerro para rodear el daño en la carretera y llevar, entre plantas de café y de plátano, los productos al otro extremo, en donde se puede encontrar algún transporte público que ha comenzado a ofrecer sus servicios o, bien, algunos particulares, previo acuerdo con el dueño de la mercancía que se requiere trasladar.
Por este camino se llevan los víveres a cuestas; no hay otra manera. Los pesados bultos de maíz y otros alimentos son transportados por un camino húmedo, resbaloso, inseguro para el paso, que no impide, sin embargo, el constante fluir en fila india, de una ida y vuelta que se prolonga hasta que la luz del día lo permite.
Sus ojos enrojecidos, la expresión triste de su rostro, el sudor que no refresca su piel, el cansancio, nos indican lo difícil que se ha vuelto la vida a partir del derrumbe de los cerros que bloquearon los caminos y del rompimiento de las carreteras que han impedido o dificultado, en diferentes grados, el tránsito de personas y mercancías hacia sus comunidades. Sin embargo, la comprensión cabal del deber con sus familias los mantiene sin doblegarse en su pesada tarea.
Después del río de Piedras Negras, rumbo a Huehuetla, se observan derrumbes más frecuentes y de una magnitud mayor a los que encontramos antes de llegar a Tenango de Doria. Entre Santa María y San Clemente hay varios lugares en que la carretera se reduce a un carril central, abierto con urgencia entre montículos de lodo, producto de esos desplazamientos de tierra, y por el que únicamente puede pasar un vehículo a la vez.
En Huehuetla, la zona más afectada por las aguas es la que se encuentra cercana a los márgenes del río Pantepec: la zona centro del municipio, con el parque y la presidencia municipal, y la llamada colonia nueva, asentada en la zona marginal del centro y que se encuentra en medio del delta que forma la corriente principal y la de otro más pequeño, Arroyo Negro, un vástago que le nace un poco más arriba.

Los daños
A una semana de la inundación, y a pesar del trabajo de las familias, aún pueden verse calles y casas inundadas de lodo, con los vidrios rotos, las puertas desprendidas, paredes resquebrajadas, muebles, colchones, camas, platos, demás enseres de cocina y las mercancías de los negocios sepultadas por más de un metro y medio de arena que la corriente depositó en la crecida.
Las escuelas no estuvieron exentas de la misma suerte que las casas; las paredes del preescolar, primaria y secundaria sirvieron para contener vehículos y árboles que la corriente arrastró; los patios y salones están llenos de lodo, el mobiliario de los sanitarios desapareció; por lo que, por el momento, no están en condiciones de ofrecer algún servicio y, por tanto, los alumnos no han asistido a clase.
Sólo el Colegio de Bachilleres, ubicado a un costado del arco de bienvenida, por estar en una posición más elevada, quedó intacto y en esta emergencia se utiliza como albergue para toda la población damnificada.
Don Arsilio Guzmán Mendoza, habitante de la cabecera municipal, llegó a casa de su hermano buscando herramientas para limpiar su casa porque el agua se lo llevó todo. Comenta que no recibieron ningún aviso de las autoridades, por lo que, cuando se dio cuenta de la magnitud de la inundación, en pocos minutos tuvo que sacar a un pariente que tiene en su casa enfermo de cáncer en su fase terminal, ya que, de permanecer un poco más de tiempo dentro de la habitación, hubiera perecido: “en menos de cinco minutos la tuve que cargar y sacar”, expresa con semblante de asombro.
“En Huehuetla se metió el río a la cabecera municipal el día 9 de octubre, aproximadamente a las ocho de la noche, afectando un 80 % de las viviendas; no hay ninguna víctima, todo fue material. Nosotros pedimos la ayuda de la presidenta de la república para que nos refortalezca nuestros diques, nuestras viviendas, que todas se las llevó el río; que nos mande ayuda humanitaria para todos los afectados del centro y de varias comunidades más”.
Su cuñada tenía una pequeña cocina económica con lo que se ganaba el sustento diario; ahora se ha quedado sin su fuente de empleo, no tienen dinero para comprar lo necesario y asisten a comer y dormir al albergue del Colegio de Bachilleres, de los cientos de familias de la zona. Sólo bajan a sus casas a sacar el lodo y los enseres inservibles; después regresan a comer y dormir ahí; por el momento es la única alternativa para muchos, los que no se refugiaron en casas de sus parientes o conocidos que, de forma solidaria, les ofrecieron ayuda.
Jorge Guzmán recuerda que en sus treinta y nueve años que lleva viviendo en el lugar no se había presentado algo parecido; ni siquiera la inundación del año 99 fue tan devastadora como la de la semana pasada. Prácticamente todos los de la colonia centro hasta la orilla del pueblo, en la calle Miguel Hidalgo, Felipe Ángeles, la colonia nueva y 16 de enero, prácticamente todos perdieron su patrimonio.
“Cuando llegué, fue desolador ver el panorama; la gente desesperada por los alimentos, que desafortunadamente no fluían como debería, no había un orden. Comenzaron a llegar los helicópteros con ayuda y la gente, desesperada por alimentos, empezó a agarrar de todo lo que se podía. Yo creo que todo ser humano, al no tener alimentos, busca de dónde llevarle a su familia y, la verdad, hasta la fecha, el panorama es muy devastador. Lo único que le pido al pueblo es que nos veamos como paisanos, que nos apoyemos porque, desafortunadamente, empezaron las gentes a robar; poquitas pertenencias que les quedaban a algunos, se las llevaron. Qué mal: están viendo la situación que estamos viviendo todos y, en vez de apoyarnos, vienen a llevarse lo poco que queda; es algo muy complicado”, dice con tristeza.

Detrás del miedo, el pánico
Varios fueron los testimonios que señalaron el pánico que vivieron los vecinos cuando, al siguiente día del desastre, en la comunidad se corrió el rumor del rompimiento de una presa ubicada cerros arriba: “Se propagó el comentario de que venía una nueva creciente del río y que teníamos menos de cinco minutos para salir y resguardarnos. Se veía a los hombres y mujeres correr, saliendo rápido de las casas que fueron a limpiar, jalando a sus niños pequeños, espantados, gritando, buscando la manera de salvarse”, señala uno de ellos.
La información es corroborada por la dueña de una tienda sin productos, como varias de la comunidad que están ubicadas en la parte superior del camino rumbo a Tenango de Doria.
A estas misceláneas no les afectó la creciente; sus productos no se echaron a perder por el efecto nocivo de la inundación, como sucedió con las del centro; sus estantes quedaron vacíos a partir de la huida precipitada de los habitantes a partir de ese rumor: “Lo compraron todo, no tenemos nada que vender; quizá alguien escuchó el ruido de un derrumbe y se imaginó que venía el río otra vez y comenzó a regar la noticia a todos”, platica la dueña del negocio vacío.
Don Arsilio comenta que él tuvo que llamarle la atención a un regidor del municipio, cuyo nombre no mencionó, por propagar este tipo de información, en lugar de mantener la calma entre los habitantes que, ya de por sí, se encontraban asustados por la experiencia de la noche anterior.
No avisaron a tiempo
Aunque de manera oficial no se reporta ningún fallecimiento por la inundación, los vecinos señalan que no hubo un aviso de los funcionarios del gobierno municipal. Los entrevistados coinciden cuando señalan que fue al percatarse del aumento del nivel del agua dentro de sus viviendas cuando decidieron salir por su cuenta y buscaron refugio en las azoteas, segundos pisos de sus casas o en las de sus vecinos.
“La patrulla sí andaba, para arriba y para abajo; en ningún momento nos dijo que empezáramos a desalojar o que estuviéramos pendientes porque el río subía. Creo que ellos corrieron; la mayoría de los vecinos ya nos habíamos salido porque fue la misma gente la que nos avisó que el río se había llevado el puente y que nos saliéramos. La policía no nos dijo nada”, comenta doña Ángela Guerrero, vecina de la llamada colonia nueva.
Unas cuarenta personas, de acuerdo con don Arsilio, alcanzaron a llegar al puente y, al verse rodeados por el agua y sentir todo perdido, se pusieron a rezar, como resignados a su suerte.
La vecina de la casa contigua a la de doña Ángela cuenta, mientras intenta rescatar sus platos y cucharas, su metate de piedra y sus tejidos tepehuas, secándolos al sol, que salieron de su vivienda como a las siete, cuando ya oscurecía, y que la patrulla no avisó. Por eso no sacaron ni ropa ni sus pertenencias; sólo los papeles oficiales, y se refugiaron en casa de su cuñada, que vive en la parte de arriba de la comunidad. Al siguiente día se mudaron al albergue, donde comen y descansan. Señalan que lo bueno es que su hijo, que es taxista, no se encontraba en ese momento en casa, por lo que el vehículo se salvó de ser arrastrado por la corriente; sin embargo, no tiene trabajo, pues las calles quedaron intransitables por el cúmulo de lodo y suciedad.

¡Ayuda!
Los vecinos reconocen que la actitud del gobierno federal y estatal frente al desastre no fue la adecuada; no hubo prontitud ni eficacia, como se debería en situaciones como esta. Con respecto a la actuación del gobierno municipal, bajo la responsabilidad de la maestra Yaralén Cortez, sus expresiones son más amargas.
Además de reafirmar que la autoridad no avisó y que los vecinos salieron por sus propios medios, el propietario de un negocio de abarrotes, que, al igual que otros, lo perdió todo, expresa: “Esta autoridad no nos ha apoyado en nada. ¿Por qué crees que la tres B la fueron a saquear? Absolutamente nada. Apenas vino el día lunes a andar por aquí y le gritamos: ‘¿Por qué hasta ahorita despertó? Si nunca vino a apoyarnos. Ni siquiera viene con los vecinos de esta colonia, que es la más pobre’. Le dijimos: ‘Ahora ya no queremos nada de usted; váyase’, porque la gente está muy molesta, está inconforme con usted, porque no está haciendo nada por nosotros”.
Una de las entrevistadas señaló que la carencia principal, con respecto a los alimentos —aunque en las misceláneas ya no tengan productos—, son las verduras. No hay forma de conseguirlas tan fácilmente, ya que los productores no son de la comunidad y, al no resolverse el problema de la carretera en el río de Piedras Negras, no llegarán con facilidad a la comunidad.
En las calles centrales del municipio, hoy llegó una camioneta a repartir algo de frutas y verduras; alrededor de ella se congregaron más de un centenar de personas, por lo que no todas alcanzaron lo suficiente. En otro punto de la misma cabecera se distribuyeron pequeñas despensas a manera de “mandado” que contienen piezas de chile verde, una o dos cebollas pequeñas, dos jitomates, un paquete de galletas tipo María y dos bolillos: una dotación por familia.
Los vecinos damnificados solicitan que, además de que se les ayude a sacar el lodo de sus casas, sanitizar y remover las montañas de lodo de sus calles, buscar alternativas para normalizar la educación de los niños y jóvenes, se proporcione un abasto de alimentos eficaz, se les apoye económicamente para la adquisición de los muebles y enseres domésticos que perdieron y se les ofrezcan alternativas de trabajo y de crédito a quienes perdieron sus pequeños negocios.
Huehuetla es un caso en donde se conjuga el efecto devastador de las lluvias y la falta de una prevención adecuada; sin embargo, no es el único: en este momento hay comunidades, como San Bartolo y otras, donde también se vive una situación de emergencia y de las cuales no se tiene mucha información.
Postdata: es domingo 19 de octubre por la tarde. La lluvia ha comenzado a caer de nuevo en Huehuetla; la red de energía eléctrica, apenas rehabilitada en el centro, se ha caído de nuevo, dejando a las familias entre la oscuridad y el lodo, entre el miedo y la desesperación.
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