MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Crítica a la popularidad superflua

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La monstruosa concentración de riqueza económica en un grupo bien reducido de familias de nuestra sociedad es el principal obstáculo para la realización plena de la democracia. La riqueza económica es concentración del control político. ¿Cuántas decisiones verdaderamente importantes han pasado por la iniciativa de los trabajadores? O, por otro lado, ¿cuántas leyes o modificaciones a ellas han sido con el fin último y exclusivo del aprovechamiento de las élites financieras o industriales? En un informe de Oxfam, se lee: “cuando la riqueza se apropia de la elaboración de las políticas gubernamentales secuestrándolas, las leyes tienden a favorecer a los ricos, incluso a costa de todos los demás. El resultado es la erosión de la gobernanza democrática, la destrucción de la cohesión social y la desaparición de la igualdad de oportunidades. A menos que se adopten soluciones políticas valientes que pongan freno a la influencia de la riqueza en la política, los gobiernos trabajarán en favor de los intereses de los ricos, y las desigualdades políticas y económicas seguirán aumentando”. Louis Brandeis, quien fuera integrante del Tribunal Supremo de los Estados Unidos fue aún más tajante: “podemos tener democracia, o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas”.

Por supuesto que este monopolio de los ricos en la política excluye a las mayorías. ¿Y es que la democracia, entonces, es una simulación? Se nos ha enseñado que el voto popular es el gran legitimador de la vida política. Pero el abanico de opciones a elegir es más bien reducido. Como se dice coloquialmente: sólo se permite elegir a Chana o a Juana, al diablo amarillo o al diablo guinda. Las opciones para que los intereses populares resuenen en la vida política son prácticamente inexistentes. En la mayoría de los casos, los actores políticos no se proponen realmente enfrentar la pobreza de sus electores, aunque lo acepten públicamente y sea, de hecho, su bandera de campaña, en el fondo, aceptan este monopolio político de los millonarios y simulan que en su actuar van a revertir esta situación de disparidad. Y aquí comienza la gran farsa: presentan soluciones temporales como políticas profundas, instrumentan medidas paliativas como si se tratasen de políticas revolucionarias. Claro está que entregar despensas es más sencillo que robustecer y reorientar el gasto público para mejorar los servicios de salud.

Desde luego, que la representación de los intereses de la clase trabajadora en la política representaría un inexorable enfrentamiento con los poderosos intereses de los más ricos; esto es una dificultad suprema que ningún político, por muy iluminado y valiente que sea, puede sortear. Lo criticable es presentarse, a sí mismo, como la personificación de la solución a todos los problemas que genera la desigualdad social.  Los grandes cambios sociales que la Historia nos ha enseñado son aquellos generados por multitudes bien dispuestas, eso sí, apuntaladas por algunas personalidades brillantes, pero nunca aisladas. La gente en México, por ejemplo, ha creído que los problemas del país se solucionarán sin su participación coordinada, organizada y bien consciente. Piensan, erróneamente, que todo ocurrirá sin su involucramiento, esperando un salvador o grupo de salvadores que haga el trabajo por ellos. Esto es aprovechado por los bufones de la política: juegan a ser caudillos; pero nunca se proponen educar políticamente a sus representados para que ellos entiendan y se conviertan en la fuerza política que sea el soporte de las transformaciones en la estructura social y económica necesarias para un cambio verdaderamente en su favor.

No les interesa. Les basta ser populares y queridos. Y así, en este embobamiento de las mayorías transcurre, otra vez, sin ningún problema, ese monopolio de los ricos en la política generando mayor concentración de riqueza y la consecuente depauperación de los más pobres. El círculo se rompe con una clase trabajadora organizada, más educada políticamente, y arrojada para exigir a esos caricatos faranduleros de la política que cumplan su palabra de representarlos efectivamente o que, en su defecto, se hagan un lado, para que los obreros y campesinos, una vez educados y organizados, gobiernen para ellos mismos.

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