MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Causa, efecto y casualidad en los desastres naturales

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Al tratar de exponer su análisis sobre la materia en movimiento, en su inigualable obra llamada Dialéctica de la Naturaleza, el filósofo alemán Federico Engels dejó lo siguiente ahí para la posteridad:

“La relación causal entre los fenómenos, como forma específica del condicionamiento de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, se expresa en el hecho de que todo fenómeno aislado o conjunto de fenómenos interdependientes en la naturaleza y en la sociedad, provoca o produce otro fenómeno; y a la inversa, todo fenómeno aislado ha sido provocado o producido por otro o por un conjunto de fenómenos”.

Esto quiere decir, entonces, que todo fenómeno que provoca directamente la aparición de otro y que aparece como su origen, recibe el nombre de “causa”; mientras que el fenómeno provocado por determinada causa se determina “efecto”. Aquí, pues, no hay lugar para la confusión. El problema comienza cuando aparece inminentemente el carácter de sucesión y simultaneidad en una cadena interminable de causas y efectos, forma verdadera que adoptan casi siempre todos los fenómenos.

El problema aquí se encuentra, entonces, en saber descubrir, analizar y relacionar, hasta donde se pueda, la “causa primera” del fenómeno que se quiera analizar con el “efecto último” de la cadena que hemos referido. Los que quieren obviar, maliciosamente en muchas ocasiones, todo el análisis que descubrir la “causa primera” implica, se remiten simplista y unilateralmente a presentar los efectos de las causas como meras casualidades.

Pero hacer esto es un flagrante atropello al razonamiento que conduce inevitablemente al error en el momento en que se quiere tratar de reparar de fondo los efectos causados por cualquier fenómeno. 

Este es, precisamente, a mi juicio, el error que cometen las autoridades gubernamentales —y no sólo las de ahora— al tratar de analizar y reparar los efectos ocasionados por fenómenos meteorológicos, y de otro tipo, que invariablemente azotan cada año al estado de Colima. 

La Real Academia Española (RAE) dice que la casualidad es la “combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar”, mientras que la causalidad, la “ley en virtud de la cual se producen efectos”. Pero la definición omite, precisamente, la relación causal que existe invariablemente también, entre causalidad y casualidad.

La casualidad es el carácter fortuito que adopta la manifestación del efecto, es decir, la manifestación de circunstancias de la causa; por tanto, sin causa no hay efecto, y sin efecto, entonces, no habrá fenómeno alguno donde se manifieste la casualidad. 

Colima es uno de los estados del país cuya geografía está asentada, según especialistas, en un lugar donde convergen las placas tectónicas llamadas Rivera, Cocos y Norteamérica; además, comparte ubicación con el Océano Pacífico en un litoral de poco más de 140 kilómetros. Por si fuera poco, comparte también con el sur de Jalisco un volcán activo cuyas erupciones esporádicas, pero seguras, mantienen latente nuestra preocupación y zozobra.

Si no exigimos desde ahora mejores condiciones estructurales, estaremos a merced de la casualidad, pues los gobiernos no asumen una actitud científica, responsable y humanista ante los fenómenos naturales.

Aquí tenemos entonces la “causa primera” de los “efectos últimos” que provocan los terremotos, las tormentas tropicales, los ciclones, huracanes y también las erupciones. ¿Cuándo, dónde, cómo y en qué magnitud se van a presentar los efectos devastadores de estos fenómenos naturales? Eso es precisamente lo que no se puede prever; he aquí la casualidad.

Mientras los gobiernos de ahora no asuman una actitud verdaderamente científica, responsable y humanista ante los fenómenos naturales que fatalmente estamos condenados a padecer todos los colimenses, conforme a las condiciones geográficas que ya he señalado líneas arriba, preparémonos entonces a sufrir año con año las devastadoras consecuencias que de cuando en cuando sabe producir la madre naturaleza.

Y aquí sí, si no exigimos desde ahora mejores condiciones estructurales para nuestras viviendas, colonias o comunidades, estaremos a merced de la casualidad.

Hablando del huracán que recientemente azotó al estado, hoy leí en un diario local lo siguiente: “Presentan balance de atención y reporte de daños tras huracán”, y lo que se dice ahí preocupa. Transcribo para no omitir detalles:

“Marisol Neri León, titular de Seidum, detalló que fueron dañados catorce puentes: dos en Colima, cinco en Coquimatlán, dos en Ixtlahuacán, uno en Minatitlán y cuatro en Villa de Álvarez; algunos tienen daños estructurales, otros sólo requieren rehabilitación, sobre todo en las rampas de acceso. Reportó siete tramos carreteros dañados: en dos casos se partió la carretera, uno en Villa de Álvarez-Minatitlán y otro en Cerro de Ortega-Callejones, en Tecomán; hubo 16 socavones, así como deslaves, derrumbes y baches en otras vialidades y carreteras, que se han estado atendiendo y trabajando en los pasos provisionales en puntos afectados” [sic] (El Noticiero, 13 de octubre de 2023).  

Pero, si así le fue a la estructura carretera en general estatal, ¿cómo estarán las humildes viviendas de las familias más pobres de todo el estado? ¿Y las escuelas, clínicas y hospitales? 

Tal como sucede en cada desastre natural que sufrimos, la historia se repite. En el mismo diario se dijo que Erick González Sánchez, director de la Unidad Estatal de Protección Civil (UEPC), mencionó que a más tardar el 13 de octubre se haría la solicitud formal de la Declaratoria de Desastre.

Son tres días para la corroboración; luego de esto, las autoridades federales tienen cinco días para que se publique en el Diario Oficial de la Federación, se reconozca la Declaratoria y a partir de entonces se trabaje con Comités de Evaluación de Daños por sectores, para que se autoricen los recursos federales. ¿En serio?, ¿así de fácil?

Pero por lo que vemos, el Gobierno de ahora sólo busca hacer lo mismo que los anteriores, es decir, simular preocupación. Como suele decir el pueblo: “pretenden tapar el pozo luego de ahogado el niño”.

Pero la realidad es terca. En la carretera Villa de Álvarez-Minatitlán, apenas habían terminado de tapar un socavón en la vía que el huracán partió hace dos años, cuando ahora, de nuevo, andan echando relleno en la partida de carretera que les puso el huracán del miércoles pasado. Qué ironía.    

La lección es la misma: la salvación del pueblo debe ser obra del pueblo mismo. Exijamos desde ahora un Gobierno que sepa enfrentar en serio las inclemencias de los fenómenos naturales que nos azotan y nos azotarán siempre. El voto razonado puede ser una buena alternativa. No lo olvidemos.

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