MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Muertes por fentanilo, Estados Unidos ante el espejo

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En los Estados Unidos se ha gestado desde hace años una espantosa crisis que provoca decenas de miles de muertes por el consumo de fentanilo y otras drogas y, como es habitual, los gobernantes de esa potencia, en vez de revisar las causas que provocan en su propio país el tráfico descontrolado de esas sustancias, así como la promoción del consumo y la adicción a las mismas que conduce a la muerte por sobredosis o suicidio y el desmantelamiento de las redes que distribuyen los narcóticos en el mundo y en su propio territorio, ha iniciado una cruzada para responsabilizar a otros países de suministrar drogas a los norteamericanos y han enfilado sus baterías mediáticas responsabilizando a China y México de introducir a EE. UU. opioides sintéticos, principalmente fentanilo, una droga barata, muy adictiva y altamente letal. 

Hace décadas, las acusaciones eran contra los sudamericanos que producían y luego transportaban y vendían cocaína en los Estados Unidos, o contra los mexicanos que hacían lo mismo con la marihuana. Pero tanto antes como ahora, los grandes ausentes en los informes de organismos públicos norteamericanos y en los titulares de los corporativos mediáticos son las causas internas que provocan que Estados Unidos sea el mayor consumidor de drogas de la historia y brillan por su ausencia tanto las operaciones sociales profundas y efectivas para alejar de los estupefacientes a la población, como las medidas policíacas y de inteligencia para impedir el ingreso de narcóticos y para romper las cadenas de suministro de drogas en todo el territorio norteamericano, acciones que solo ocurren con éxito en algunas películas de Hollywood, pero no en una realidad donde hay poderosos intereses detrás del flujo de estupefacientes y de los millones de dólares que dejan de ganancia. 

El Informe Mundial sobre las Drogas 2022 (publicación de las Naciones Unidas) es elocuente al plantear los problemas que provoca el multimillonario negocio del tráfico de drogas:

“Las drogas matan. La adicción puede ser una lucha interminable y angustiosa para quienes consumen drogas, cuyo sufrimiento se agrava innecesariamente cuando no pueden recibir una atención de base empírica o son objeto de discriminación. El consumo de drogas puede tener efectos en cadena que repercuten en las familias, posiblemente en varias generaciones, así como en los amigos y compañeros. El consumo de drogas pone en peligro la salud en general y la salud mental en particular y es especialmente dañino en la primera etapa de la adolescencia. Los mercados de las drogas ilícitas están vinculados con la violencia y otras formas de delincuencia. Las drogas alimentan y prolongan los conflictos, y sus efectos desestabilizadores, así como su costo social y económico, obstaculizan el desarrollo sostenible”. En ese reporte destaca la gran mortandad, que ya se acerca a 110 mil personas fallecidas al año, que ocurre al norte de nuestro país: “En los Estados Unidos y el Canadá se mantienen en niveles históricos las cifras de muertes por sobredosis, provocadas predominantemente por el consumo de fentanilos. Estos se suelen mezclar con heroína u otras drogas ya de por sí adulteradas y también se comercializan como medicamentos falsificados”.

Y una vez hecho este diagnóstico, o cualquier otro similar que leamos, empieza por parte de los gobernantes norteamericanos el deslinde de responsabilidades, la falta de autocrítica que llega al cinismo, los juegos de manos para evadir responsabilidades y ocultar a quienes trafican y se enriquecen con las drogas en territorio estadounidense. Resulta que los daños a la salud mental, las afectaciones a la vida presente y futura del adicto, de su familia y de la sociedad, los enormes costos sociales entre los que destaca la violencia, son culpa de otros países y no de un sistema económico y social, el capitalismo, que en nuestros días tiene su exponente y modelo máximo en los Estados Unidos, capaz de hacer negocio con lo que sea que deje mucho dinero aunque cueste vidas… como ocurre con el narcotráfico tolerado. 

Hacer del tráfico de drogas un gran negocio no es nuevo en el capitalismo, que no le hace el feo a envenenar gente aunque se precie de humanista y piadoso. A mediados del siglo XIX, cuando la burguesía de Inglaterra, en ese entonces la principal potencia capitalista, hacía grandes fortunas intoxicando al pueblo de China con opio cultivado y llevado desde la India en barcos escoltados por cañoneros británicos, un escritor inglés, Martin Montgomery, escribió, comparando el tráfico de esclavos con el tráfico de opio: “Pues sí, la trata de esclavos era un acto de caridad, comparada con el comercio del opio; no destruiamos los organismos de los africanos, porque estábamos directamente interesados en conservarles la vida; no humillabamos su naturaleza humana, ni corrompiamos su espíritu, ni destruiamos sus almas. Pero el vendedor de opio mata el cuerpo después de haber corrompido, degradado y aniquilado el ser moral de los desdichados pecadores; un Moloch insaciable se lleva cada hora nuevas víctimas, y el asesino inglés y el suicida chino compiten en ofrendar sacrificios a su altar”. 

Ese Moloch insaciable es el que opera ahora en los Estados Unidos y en el mundo, quiere dólares aunque se lleve la vida de millones. Y no es descabellado afirmar que ahora, como antes, el comercio de drogas a gran escala es comandado por las potencias capitalistas dominantes que desde hace siglos incluyen el tráfico de drogas entre las ramas “industriales” más lucrativas. Carlos Marx escribió el modus operandi de los ingleses para introducir opio en China, que ya entonces era el país más poblado del mundo y, por lo tanto, un mercado gigantesco para la droga: El imperio británico -escribió Marx en 1858- “obliga a una parte de los campesinos indios a cultivar la adormidera (planta de donde se estrae el opio. HAE); seduce a otra parte a hacer lo mismo, concediendoles créditos; no suelta de sus manos el monopolio cerrado de la producción de esta nociva droga; vigila, mediante todo un ejército de espías oficiales, el cultivo de la adormidera, su acarreo a determinados lugares, su condensación y la preparación del opio conforme a los gustos de los consumidores chinos, su embalaje en fardos especialmente adaptados a las conveniencias del contrabando y, finalmente, su transporte a Calcuta, donde se pone en venta en subasta pública por funcionarios públicos a especuladores, para pasar luego a manos de los contrabandistas que lo introducen en China”. 

¿Dónde encontrar ahora, en el siglo XXI, a los responsables del escalamiento del tráfico de drogas y sus efectos demoledores sobre millones de seres humanos? El Gobierno estadounidense podría empezar por verse en el espejo. 

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