Los fenómenos naturales y sociales que azotan a México año con año no dejan de ser una constante. Sin embargo, desde hace tres años, a los viejos problemas se suman aceleradamente otros sin que el Gobierno federal, encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), emprenda acciones concretas para resolverlos o evitarlos. Si en campaña para llegar a la presidencia de la república la solución de los males del país se quedaba en retórica, hoy, como presidente, más retórica e indiferencia se han vuelto su sello distintivo, mientras el número de afectados crece.
Los damnificados de los desastres naturales, de la pandemia, de la delincuencia, de la crisis económica; los campesinos, los obreros, los estudiantes, los profesionistas, los jóvenes, los niños, las madres solteras, las amas de casa, del campo y de la ciudad, si bien les va, sólo reciben promesas que medio se cumplen o nunca se materializan, y el país lejos de avanzar, retrocede. Basten algunos ejemplos.
Los primeros días de octubre de 2020 varios de los municipios más marginados de Tabasco quedaron inundados por decisión de su paisano y presidente, Andrés Manuel, quien para que no se inundara la capital del estado, Villahermosa, ordenó que se abrieran las compuertas de la presa Peñitas. Sin pena aseguró desde el helicóptero: “tuvimos que optar no inundar Villahermosa y que el agua saliera por el Samaria, desde luego se perjudicó a la gente de Nacajuca, las zonas chontales, los más pobres, pero teníamos que tomar una decisión”. Más de 100 mil personas resultaron afectadas y 25 mil perdieron sus viviendas y escasos bienes. El presidente anunció que censarían casa por casa a los damnificados para hacerles llegar un apoyo de 10 mil pesos. Sólo 38 mil 160 personas recibieron ese minúsculo recurso; es decir, menos de un tercio de los afectados fueron beneficiarios. A esos pocos el hambre se les quitó por unos días, pero corren el riesgo de volverse a inundar, pues la ayuda económica emergente no atendió la obsoleta y escasa infraestructura hidráulica que provocan que las torrenciales lluvias no siguieran su cauce normal.
Este 2021, entre la noche y madrugada del 6 y 7 de septiembre, los casi 115 mil habitantes de Tula, Hidalgo fueron víctimas de una inundación que rebasó el metro y medio de altura y cobró la vida de 16 pacientes covid-19, cuyos respiradores dejaron de funcionar por la inundación del Hospital General Zona 5 del Instituto Mexicano del Seguro Social, ubicado a 250 metros del río. Diez mil habitantes de las colonias más pobres tuvieron que ser evacuados. Nuevamente la respuesta del presidente de México fue anunciar un nuevo censo casa por casa. A dos meses del percance miles de damnificados hidalguenses siguen esperando la ayuda y que se castigue a los culpables. Pero la retórica oficial, otra vez se escuchó por respuesta. El lunes 15 de noviembre, el presidente afirmó desde su mañanera: “soy responsable (de la inundación), pero no culpable” y que un dictamen de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) aseguraba que la causa principal fueron las fuertes lluvias que azotaron la ciudad en aquellos días. El miércoles 17, luego de las desafortunadas declaraciones, el Gobierno federal cambió de versión y admitió en un escueto informe que “no fue la lluvia local, sino los escurrimientos de los ríos, presas y las obras de desagüe del Valle de México y del estado de Hidalgo, lo que provocó la inundación. La muerte de estas personas ocurrió a raíz de una concatenación de hechos inesperados, extraordinarios, inevitables e incontrolables para las instituciones y servidores públicos que atendieron los hechos”. Para este gobierno de “primero los pobres” no hay y, probablemente, no habrá funcionarios culpables que paguen por esta nueva negligencia, de la que ya habían sido advertidos previamente por la Secretaría de Medio Ambiente.
La normalización de la muerte de los pobres también es una constante para este gobierno. El desplante más reciente del Gobierno morenista lo vivieron en carne propia madres sonorenses, quienes han tenido que sacrificar su vida personal, e incluso, han sido víctimas a manos de la delincuencia en su afán por encontrar a sus hijos y familiarizados desaparecidos, y que en reiteradas ocasiones han solicitado ayuda al gobernador Alfonso Durazo, para que les proporcione una camioneta que les facilite la búsqueda. Desde sus redes sociales, el colectivo Madres Buscadoras de Sonora desmintieron a los funcionarios morenistas: “Hoy (12 de noviembre) el presidente @lopezobrador_ vino a Sonora a lucirse con su Mañanera junto a @AlfonsoDurazo. Se les olvidó traer un plan para protegernos a los colectivos de búsqueda y para encontrar a nuestros desaparecidos. Con saliva y simulación no se soluciona nada”. Cecilia Patricia, presidenta del colectivo dijo a la periodista Azucena Uresti: “el presidente López Obrador ha dicho que apoya a las víctimas, eso es mentira, no tenemos nada ni siquiera dinero para la gasolina”.
Las inundaciones y los problemas de cualquier otra índole que enfrentan los mexicanos requieren de políticas públicas que ataquen los problemas de raíz y no de escasos apoyos económicos irrisorios y temporales. Para que Tabasco, Veracruz, Yucatán, Quintana Roo, Sinaloa, Sonora y ningún otro estado del país vuelva a inundarse no hace falta que llueva menos, sino infraestructura hidráulica suficiente y en buenas condiciones que impida que el agua se acumule e inunde pueblos y ciudades enteras.
El Gobierno federal de extracción morenista, lejos de priorizar a los mexicanos más marginados para lograr su aclamada cuarta transformación del país, ha hecho de las repuestas retóricas una política de Gobierno. Un discurso de promesas que ha encontrado terreno fértil en un pueblo mexicano atomizado y pasivo ante sus múltiples problemas y que no ha comprendido masivamente el poder de estar unido y luchar por su verdadero bienestar, en lugar de que otros se lo lleven mediante tarjetas. El día que decida organizarse, protestar contra los malos gobiernos y participar en política y no dejarla en manos de los que lo han sumido en el estado actual de cosas, no volverá a votar por gente que no hace otra cosa que ofrecer dádivas y culpar a la lluvia sobre hechos evitables y controlables.
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