Terminó la votación por la revocación de mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO); la consulta fue única en el mundo, aunque es un ejercicio que ya se practica en Venezuela y Bolivia. La revocación de mandato en México se trató de un intento de acortar el período de gobierno de un presidente para sacarlo del cargo antes de que cumpliera el plazo para el que había sido electo, sólo que el principal interesado y promotor de este ejercicio democrático fue el mismo López Obrador.
Un examen sobre su permanencia en el poder, impulsado, difundido, alentado y llevado a cabo bajo la mirada vigilante y severa del poder mismo que no tuvo empacho en mandar a sus empleados a extorsionar a los votantes para que apoyaran a López Obrador si no querían perder los apoyos que, según decían, el propio gobernante, graciosamente, les concedía.
Resultado: ganó el gobernante, pero…el triunfo no vale porque no se alcanzó el porcentaje de votación requerido para que, en palabras técnicas, el resultado fuera vinculante. En términos más rústicos la consulta para la revocación de mandato no afectó el ejercicio del poder del gobernante en turno.
¿Y qué más? Que la votación, inválida legalmente, demostró políticamente que Andrés Manuel López Obrador ya no tiene el apoyo que alguna vez tuvo. Cuando en 2018 se presentó a las urnas para disputar la presidencia de la república, obtuvo 30.1 millones de votos y esa cantidad fue utilizada reiteradamente para ostentar el respaldo que tenía y, por tanto, su poder; no obstante, en la elección intermedia de 2021, los votos que obtuvo su partido y sus aliados, ya se habían reducido a 21.0 millones de votos, poco más de 10 millones de votos menos, aunque, justo es reconocer, que, en ese año, López Obrador, no aparecía en la boleta.
Y finalmente, en este 2022, cuando todos los políticos a sueldo del Gobierno federal y no pocos de gobiernos estatales, así como los que cobran su sueldo en el partido Morena, violando la ley, urgieron a la ciudadanía a acudir a expresar con su voto su respaldo a Andrés Manuel López Obrador que ahora sí aparecía en la boleta, sólo alcanzó 15.1 millones de sufragios, la mitad de los votos con los que fue electo.
A la luz de estos resultados, ¿podría alguien afirmar que los mexicanos están ahora más entusiasmados con Andrés Manuel López Obrador? La respuesta indiscutible es que no.
Si hubo menos casillas para votar, se debió a que la Cámara de Diputados, dominada ampliamente por Morena, le recortó el presupuesto al Instituto Nacional Electoral (INE) y no hubo poder humano ni divino que hiciera corregir al morenismo para que entregara más recursos al INE.
Además, nadie vio casillas abarrotadas que demostraran un gran interés popular porque AMLO se quedara en el cargo y sí se vieron acarreos constantes y hasta al dirigente nacional de Morena que desesperado se ofrecía a echar viajes con votantes en un vehículo rentado.
A mí me parece evidente y esperable que los mexicanos se estén dando cuenta de que el programa de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, de primero los pobres, era, desde el principio, una farsa, una simple forma de atraer votos en un país en el que los pobres son absoluta mayoría.
Así, una vez en el poder, como necesario complemento, se emprendió ruidosa y machaconamente una operación de entrega de ayudas para adormecer a los electores, es decir, de devolución de impuestos a ciertos sectores de la población. AMLO y Morena presentaron esas ayudas como grandes novedades que se otorgaban gracias a la decisión, tino y bondad personal del nuevo gobernante, aunque esas entregas de dinero no son más que los viejos programas de apoyo que el sistema practicaba en diferentes formas, por lo menos, desde el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari ya existen.
Pero la realidad, esa terca, impertinente y desalmada realidad se fue haciendo presente. Las obras representativas del régimen, las que debían dar cuerpo a la tan anunciada primacía de los pobres en el sexenio que se inauguraba, no resultaron ser nuevos hospitales, ni medicinas, ni escuelas, ni viviendas ni servicios urbanos. Por el contrario, se acababan las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo, se cerraban los comedores comunitarios, se cancelaba el viejo programa de salud y, por si no fuera suficiente, se cancelaba la partida federal que llevaba obras y servicios a pueblos y colonias. El pueblo debía conformarse con las ayudas del presidente y agradecerlas cumplidamente.
Las grandes obras insignia, las verdaderas, las que absorbían la parte del león del presupuesto federal y eran presumidas y publicitadas como grandes conquistas del régimen de primero los pobres, esas sí, arrancaban y se levantaban. Un nuevo aeropuerto en un país donde el 92 por ciento de sus habitantes nunca en su vida va a viajar en avión. Una nueva refinería en el puerto de Dos Bocas, pasando por alto que los pobres no tienen fábricas o negocios a los cuales abastecer de combustibles, ni tienen flotillas de transportes ni nada que se le parezca y ya se enteraron de que, cuando funcione la refinería, sólo les va a dar empleo a mil 200 obreros.
Un nuevo tren turístico en la zona Maya. ¿Ya estará planeando su disfrute en ese transporte algún pobre de alguna de las colonias de Iztapalapa o de los pueblos de Chiapas que están más cerca? Creo que con sólo unos 15 o 20 mil pesitos podrá hacer junto con su familia un recorrido de unos 10 o 12 días en sus vacaciones anuales y constatar que el presidente López Obrador cumplió cabalmente su promesa de gobernar primero para los pobres como él. “La gente quiere el tren”, acaba de decir, y se lo encargó al Ejército Méxicano. Y está el otro tren, el transístmico que les permitirá a todos los pobres de México e incluso a los pobres del mundo entero, trasladar las mercancías producidas en sus negocios, del Océano Atlántico al Océano Pacífico (o viceversa), obteniendo un servicio igual o mejor que el que obtienen en el Canal de Panamá y venderlas más rápidamente y a mejor precio.
Poco a poco, pues, la realidad se ha ido imponiendo y los pobres de México han ido cobrando conciencia del verdadero programa de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Las obras faraónicas devoran el presupuesto federal, los grandes contratistas que las construyen se frotan las manos y los que no están considerados en esas obras, pero son consentidos del régimen, se benefician del hecho de que el 90 por ciento de las obras de la 4T no se someten a concurso, se asignan directamente por parte de los funcionarios que están a cargo de ellas. Terminemos con una contundente cita del periódico La Jornada del pasado 6 de abril que ilustra, sin lugar a dudas, para quién ha estado trabajando la Cuarta Transformación y por qué los pobres le están volteando la espalda.
“La fortuna de 15 multimillonarios mexicanos alcanzó este año una cifra récord de 160 mil 900 millones de dólares, reveló Forbes. Hace un año figuraron 13 empresarios nacionales, con una riqueza de 136 mil 300 millones de dólares, mientras en 2020 sumaban 101 mil 400 millones. Forbes divulgó este martes su listado de 2022 sobre las personas más acaudaladas del mundo en el que, en el caso de los mexicanos, figura a la cabeza Carlos Slim, con una fortuna de 81 mil 200 millones de dólares, prácticamente 30 mil millones más que al inicio de la pandemia. En segundo lugar está Germán Larrea, dueño de Grupo México, con 30 mil 800 millones de dólares, 20 mil millones más que hace dos años. En el tercer sitio se ubica Ricardo Salinas Pliego, con 12 mil 400 millones de dólares, monto que supera con 700 millones de dólares la fortuna contabilizada por la publicación en 2020”.
Mientras estas personas aumentan constantemente su impresionante riqueza en el régimen de la 4T, el pueblo aumenta su pobreza y su sufrimiento. En México se producen 15 pobres por hora y, en los últimos dos años, 5.4 millones de personas cayeron en pobreza laboral. Esas son las conquistas indiscutibles del régimen lópezobradorista. ¿Se entiende por qué ha perdido 15 millones de votos y ya sólo salieron a respaldarlo la mitad de los que votaron por él en 2018? El pueblo de México es bueno, muy bueno, pero no es ciego ni sordo.
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