Muchos consideran que la democracia consiste en que cada ciudadano acuda a la urna con su credencial de elector a elegir a uno o varios candidatos de los partidos oficiales, y que una vez hecho esto, ha culminado la participación en la vida pública. De ahí en adelante, el ciudadano debe regresar a sus actividades cotidianas para dejar en manos de las nuevas autoridades electas la tarea de gobernar, legislar o impartir justicia, según sea el caso.
Pero en una sociedad democrática se debe fortalecer la participación ciudadana, y sobre todo permitir la existencia de las organizaciones sociales de todo tipo, pues es el mejor antídoto contra los excesos de los gobernantes, que no se cometan actos arbitrarios de algún funcionario, que se escuche la voz de alguien que sufre alguna injusticia.
El desarrollo de una sociedad se puede medir por el respeto y fomento de las autoridades a la libre participación de la sociedad organizada, pues facilita que las propuestas de ciudadanas sean tomadas en cuenta en la asignación de recursos para infraestructura básica y dirigir el gasto social a los grupos menos favorecidos.
Desgraciadamente muchos de quienes con el voto de los mexicanos llegaron a un cargo público, olvidan que se han convertido en servidores públicos, y se vuelven contra el pueblo, no escuchan los justos reclamos y ahora cualquier petición, por respetuosa que sea, es desechada, pero sobre todo ven como a su peor enemigo a cualquier grupo organizado.
Ante la negativa reiterada por escuchar a las voces disidentes, se hace cada vez más necesario darle mayor énfasis a los reclamos ciudadanos.
Le niegan la solución a las demandas planteadas, por muy justas que sean, no reconocen las propuestas de las organizaciones y en cuanto algún grupo de mexicanos decide ejercer su legítimo derecho a la manifestación pública, los dirigentes del movimiento son inmediatamente atacados: “usan a la gente para el beneficio de personal de los líderes”, “son vividores”, “vienen a protestar porque quieren moches”, “no resolvemos con presión”, entre otros muchos ataques.
El ejemplo más claro de este proceder es el actual Gobierno federal, que desde antes de tomar posesión al cargo, se ha dedicado a atacar todo intento de organización popular. Desde la máxima tribuna ha desatado toda su furia contra todo aquel intento de ser escuchado, se ha difamado a los padres de niños con cáncer que no tienen medicamentos, a las madres buscadores, a médicos despedidos, a productores rurales que carecen de apoyos para el campo, a organizaciones que exigen infraestructura básica para colonias y pueblos, etcétera.
Ante la negativa reiterada por escuchar a las voces disidentes, se hace cada vez más necesario darle mayor énfasis a los reclamos ciudadanos: la realidad nos señala que se debe buscar otro rumbo, tomar otro camino, dar un salto y no quedarse solo en el reclamo y la movilización; es necesario que se acelere la formación de un partido político del pueblo, un partido político de nuevo tipo, que no sea un nido de arribistas, que solo buscan “un hueso”, sino que lo conformen mujeres y hombres de bien, que tomen conciencia de la situación actual que atraviesa nuestro país, que se exploren algunos esfuerzos de otras naciones que han tenido interesantes resultados, para sacar de la pobreza a millones de seres humanos, sin llegar a copiar esos éxitos, debemos estudiar nuestra realidad nacional y dar los pasos necesarios.
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