Dos personajes que ya no son lo que solían ser: Canuto, un ex payaso y Sebastián, un antiguo combatiente de la guerra de Korea, comparten, en su nuevo hogar, un clásico basurero donde tienen su refugio miles de personas sin hogar, sus experiencias. Sebastián con la firme creencia de haber cumplido con el máximo deber de todo ciudadano patriota: la defensa de su país. Canuto, inquieto como su anterior profesión, cuestiona aquello que le llama la atención sobre las actividades de su compañero de suerte.
Esos diálogos, en los que Sebastián responde las dudas de Canuto, nos van clarificando, además de los horrores de las guerras, las secuelas que sufren aquellos que se ven, por diferentes razones, obligados a participar en ella; algunos como defensores, otros como invasores. Para los excombatientes, tropa común, el equivalente a las clases bajas de la sociedad, carne de cañón en todas las guerras de dominio, queda sólo el abandono, el olvido y los problemas psicológicos que ahora no les permiten aceptar la realidad tal como es, su condición de seres vilipendiados por aquellos que supieron sacar jugo a su posición social.
Canuto, en su mayéutica socrática elemental, va quitando el velo que recubre el verdadero interés de quienes promueven las guerras de invasión, los verdaderos intereses económicos que están ocultos tras los conceptos abstractos de civilización, patria y honor.
La historia que pudo haber sucedido en cualquier basurero de algún país capitalista, donde las personas buscan desesperadamente sobrevivir, termina trágicamente cuando entra en escena un coronel, también ex combatiente en la misma guerra que Sebastián y con los mismos problemas psicológicos. El asesinato de Canuto a manos del coronel, nos recuerda que es el pueblo quien tiene que pagar los costos de todas las guerras.
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