MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Qatar: fútbol, sangre y desigualdad

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Decía el genial Eduardo Galeano sobre el fútbol que el juego se ha convertido en un espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue.

El mundial de Qatar 2022 está a la vuelta de la esquina y conviene hacer una breve reflexión sobre el fútbol, esa mágica experiencia que se ha convertido en una industria negada para millones en el mundo, y claro de México.

Desde que se anunció que el mundial de fútbol de 2022 se realizaría en Qatar, se han registrado 6,500 muertes de migrantes, un dato que pese a ser respaldado por diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos, podría ser mayor debido a la opacidad de los datos, el 70% de las muertes se registraba como muertes naturales. Los obreros migrantes “estaban sujetos a un nuevo modelo esclavista donde trabajaban de 18 a 19 horas al día, sin comida y alojamiento dignos”, a lo anterior se suma la infernal temperatura de Qatar que oscila entre los 25° y 50°, una ecuación mortal que provocaba el deceso de 15 obreros cada semana.

Ante la inocultable masacre laboral, el gobierno de Qatar creó el fondo de seguro de trabajadores, órgano que nació con la intención de garantizar derechos y salarios, pero en los hechos ha sido inútil y muy criticado, Qatar como gobierno ha respondido con una espantosa frivolidad que “la tasa de mortalidad entre estas comunidades está dentro del rango y tamaño esperado para el tamaño y demografía de la población…”. Por su parte, la FIFA, con no más humanidad ha declarado “la frecuencia de muertes en las obras del mundial fue baja en comparación con otros grandes proyectos de construcción en todo el mundo”.

El terror visto en Qatar brinca por la gran difusión a la increíble cifra de decesos registrados en la construcción de los estadios en un país con menos de tres millones de habitantes, donde el 80% de ellos son migrantes, y se tiene la certeza de que la mayoría de estos majestuosos estadios quedarán en el olvido para siempre o serán desarmados, justo después del pitazo final del evento. Los derechos humanos, las agresiones a la mujer, los homosexuales y sobre todo la inhumana explotación laboral, ya por sí sola constituye un tema. Podríamos abordar al mundial de Qatar como el núcleo de la discusión, sin embargo, este evento no es más que un punto de fuga de toda la podredumbre gestada en las vísceras de la Federación Internacional de Fútbol y Asociados (FIFA) y en todo el deporte.

El mundial de la FIFA ha pasado de ser un desprendido de las olimpiadas para exponer el talento futbolístico de las naciones a convertirse en un jugoso negocio mediático atractivo para todos los países con intención de potenciarse a los ojos del mundo. Según los datos de la propia FIFA, los ojos de la mitad de la población mundial se encuentran a la expectativa del evento, 3.500 millones de personas vieron la Copa del Mundo de 2018. Pero no solo el evento mundial ha alcanzado proporciones comerciales nunca antes vistas, sino todo el juego en sí.

Hoy, Kylian Mbappé, delantero del París Saint-Germain tiene un valor de 205,6 millones de euros, seguido por Vinícius Júnior del Real Madrid que, según las estadísticas recopiladas por el CIES, vale unos 185,3 millones. Ambos jugadores han batido el récord de valor de figuras mundialmente conocidas como Messi o el Bicho. El fútbol parece ser hoy, más allá del deporte, una competencia comercial de multimillonarios que ambicionan las piernas más valiosas del momento. El juego, a su vez, para los menores, aquellos espectadores pasivos que ven desde sus hogares los partidos más despampanantes de la temporada, miran con más asombro las obesas carteras con que se despacha a los mejores jugadores del momento que al espectáculo del deporte en sí.

Y ojo, no está mal hablar de que los deportistas tengan un salario digno, pues esta condición debería ser imperante para todos los que decidieran dedicarse a vivir de esa respetable manera, así como a cualquier trabajador. Lo que de verdad debería de ocupar nuestra atención es el desorbitado fenómeno de desigualdad en torno al deporte en México y el mundo.

En México no hay datos, según datos del INEGI, la población activa físicamente que realiza deporte o ejercicio físico en instalaciones o lugares privados pasó de 11.2% en 2020 a 21.8% en 2021. En contraparte, el número de personas que declararon realizar su actividad física en una casa o domicilio particular disminuyó de 28.8% en 2020 a 15.9% en 2021. Lo anterior no es un dato para nada ajeno a que el 70% de los mexicanos padecen de sobrepeso y que una tercera parte de los mexicanos padece obesidad, hasta por matemáticas el problema parece cuadrarse.

Aunque claro, lo anterior no es un problema de solo dos caras donde los que no hacen ejercicio están condenados a la obesidad, sino que los factores económicos también determinan en primera instancia que la mayoría de los mexicanos no puedan tener acceso a una alimentación sana, ni mucho menos hábitos saludables, el deporte y su masificación es una particularidad nada despreciable. La gran desigualdad económica en México ha condicionado en gran medida que los mexicanos no solo no tengamos acceso a una calidad de vida digna, sino también a una vida sana, los mexicanos estamos condenados a ver el deporte solo a través de una pantalla pero no a practicarlo. 
 

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