I
¡Los árboles, al sentir
la ráfaga, se doblegan
y tal parece que bregan
por desprenderse y huir!
¡Caos de plata y zafir
que la vaga niebla esfuma!
¡Las olas entre la bruma
hierven, se encrespan, batallan,
y son volcanes que estallan en explosiones de espuma!
¡Fulgurante culebreo
que rasga el negro capuz
-trémula grieta de luz
que simula un parpadeo,
repentino centelleo
que fascina y amedrenta-;
el relámpago y revienta,
y, a los ojos del pavor,
es un gesto de furor
en la faz de la tormenta!
¡Desde el fondo del follaje,
plañidera algarabía
responde, en la sinfonía
del viento y del oleaje,
al trueno, fragor salvaje,
que rueda, retumba, aterra,
cual si en formidable guerra
titanes de férreos brazos,
rompieran en mil pedazos
el cielo sobre la tierra!
II
¡Al influjo creador,
el firmamento es abismo,
el planeta es cataclismo
y el espíritu es dolor!
¡En mí y a mi alrededor
palpita el astro que hiere...!
¡Y, voz de cisne que muere,
mi acento crepuscular
canta y llora, y es al par
Te Deum y Miserere!
¡Soy la larva que procura
en su cárcel azarosa
convertirse en mariposa
y esmaltar el aura pura!
¡Soy la linfa que siempre oscura
que ama el sol canicular
porque quiere arder, brotar
del pantano que la estanca,
transformarse en nube blanca,
ser espléndida y volar!
¡Soy la cumbre cuyo anhelo
es mover un cráter roto,
y, en medio de un terremoto,
lanzar su erupción al cielo!
¡Soy el aterido suelo
en que el nuevo abril germina!
¡Soy la rama que se inclina
mientras un pájaro en ella
mira con ansia una estrella
y despliega el ala y trina!
III
¡En las garras del dolor,
el hombre, que es polvo vil,
se eleva...como reptil
asido por el cóndor!
¡El fuego exterminador
trueca la arena en cristal,
y de la goma oriental
-áspera y acre resina-
hace la esencia divina
que perfuma el ideal!
¡El numen –virtud suprema
que el mundo insulta y aclama-
es una llama, y la llama
resplandece, pero quema!
¡Bajo un sublime anatema,
el genio, foco y crisol,
sube, envuelto en su arrebol,
hasta el cenit de la gloria,
y, luminar de la historia,
sufre el tormento del sol!
IV
Seres-faros que, al lucir,
tenéis por fuerza que arder,
cumplid con vuestro deber.
¡Alumbrad hasta morir!
¡Luchar por el porvenir,
alzados sobre la insidia,
que no triunfa quien no lidia,
ni es grande el que se levanta
sin sentir bajo su planta
el pedestal de la envidia!
¡No hay en el campo una flor
que, sin un huésped voraz,
sea, en el aura fugaz,
el aroma y el color!
Agresivo mediador
que ese doble halago hechiza,
el insecto se desliza...
y, en su misión errabunda,
devora, pero fecunda;
mata, pero inmortaliza.
¡El iris, claro dosel,
tras la borrasca violenta;
después de la lid sangrienta,
la corona de laurel!
¡Oh humanidad! ¡Oh Israel!
¡El bien prometido es cierto!
¡Mas Canaán es un huerto
a donde no ha de llegar
quien no sepa atravesar
el Mar Rojo y el desierto!