MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

¿Por qué la embestida contra la UNAM?

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¿No es un mérito bien raro saber juzgar los tiempos a que se pertenece? Hay quienes apuntan su crítica a la cabeza de un hombre cuya profunda nulidad ha quedado contundentemente demostrada, constituyéndolo como el artífice único de la catástrofe nacional. En estos casos, como lo es en el del presidente de México, sucede algo similar a lo que ocurre con un niño que llora por capricho al que, si dejas de escuchar, comienza a quedarse en silencio. Es cierto que el daño que puede hacer un hombre sin capacidad con una excesiva cantidad de poder es a veces inconmensurable, pero atribuir toda la tragedia a su estulticia es tal vez concederle demasiado al poder humano, a las condiciones subjetivas frente a la realidad material y objetiva que, como ha quedado demostrado, siempre da luz a las criaturas que su tiempo requiere, para bien o para mal.

Parecerá producto de la casualidad, una musa a la que la historia siempre desconoce, aunque no por eso deje de hacer sus travesuras en el devenir humano; pero así como en las grandes revoluciones mundiales y nacionales han aparecido colosos dispuestos a llevar sobre sus espaldas el peso de una época, así también en los tiempos de crisis hay hombres que se ponen a la altura de la mediocridad del momento, que son los insignes representantes de la tragedia y que definen en su persona la gris realidad en que se encuentran. De esta manera la historia otorga un papel a los Luis XVI, Nicolás II y Carlos I, todos ellos representantes de una época que agoniza, sepultureros inconscientes de un sistema y detonantes de las tres grandes revoluciones de la historia moderna. Así pues, si pretendemos juzgar con certeza los tiempos a que pertenecemos, es necesario ver la trastornada y oscura figura presidencial no como la causa, sino como el efecto. López Obrador, su camarilla y sus fanáticos son la evidencia más contundente de la crisis política y estructural que vive el país entero.

El último acto de la farsa, que tristemente se supera semana a semana, fue la descalificación que en sus mañaneras el protagonista de esta sombría comedia hizo a la máxima casa de estudios del país, acusándola de neoliberal y de conductas conservadoras, llegando a amenazarla incluso con una “sacudida”; el pequeño dictador está superándose a sí mismo y hoy se atreve, sonrientemente, consciente del poder desmedido que le ha tocado, a amenazar la autonomía de la Universidad. No aludiré aquí a las justificaciones sencillas en las que se ha pretendido encontrar la causa del profundo odio que Obrador ha manifestado a la ciencia, la Universidad e incluso a la superación humana. Justificar un acto tan delicado como producto de una Vendetta a la institución que evidenció su ignorancia otorgándole a sus limitadas aptitudes el reconocimiento que merecían, un 7.4 y un período de 15 años para terminar una carrera de cinco, sería atribuirles demasiado a las pasiones humanas, incluso a las pasioncillas que surgen del rencor. Tampoco me sumaré al corrillo de críticos al presidente que sacan a relucir la pasión universitaria, el sentido de pertenencia a la UNAM y entonan entusiastas el ¡Goya!, como máximo argumento para defender a la Universidad. La Universidad tiene errores y negarlos por pasión y ceguera voluntaria sería tomar como defensa el mismo argumento que los fanáticos del presidente utilizan para atacar; sería rebajarse a su nivel y ahí la batalla estaría perdida. Estas dos perspectivas se entretienen con las hojas, cuando de lo que se trata es de escarbar la raíz.

La crítica del presidente tiene dos objetivos; por un lado sirve, como todo el aparato que ha montado desde que tiene el poder en sus manos, como distractor frente a los verdaderos problemas que aquejan al país. Quien habla demasiado, quiere engañar y Obrador no ha dejado de hacerlo; sufre de una verborrea incontenible cuyas causas más que patológicas son políticas. El circo que ha montado, sus frases vacuas y la ingente cantidad de mentiras pretenden acercar a la masa que no ve soluciones pero que se entretiene con el montaje, con los gritos y descalificaciones. No se soluciona el problema de la violencia, pero se hace una exposición en contra de los videojuegos, como si los niños y adolescentes humildes de nuestro país, viviendo en condiciones de miseria, pudieran distraerse con estos aparatos. La corrupción se multiplica, su familia es la cabeza de esta degradación social y él hace un juicio a los presidentes para que el clamor disminuya. El sistema educativo está sumido en un caos, millones de estudiantes abandonan la escuela por falta de recursos y el presidente culpa a las instituciones académicas recortándoles el presupuesto por conservadoras. No me detendré a enumerar todas las ilusiones que ha sembrado para escapar de los verdaderos problemas, el artículo sería interminable o terminaría en una obra de dos o tres volúmenes.

El segundo de los objetivos de la crítica lanzada a la Universidad es más profundo y elaborado; sus intenciones tienen ya poco que ver con el individuo y más con la estructura social y económica dominante. Es innegable que las tediosas mañaneras se centran en justificar los efectos de una crisis que se venía gestando desde hace décadas y cuyas causas se encuentran, como el presidente ha sabido apuntar, en el sistema económico, más concretamente, en el neoliberalismo. El incremento de la pobreza trae consigo el incremento de la delincuencia y la violencia; la falta de empleo y de salarios dignos exige sacar a los estudiantes de las escuelas y mandarlos en busca de empleos precarios que permitan sostener a la familia, lo que multiplica la deserción escolar; la miseria en todos los hogares hace prácticamente imposible acceder a una salud digna cuyas consecuencias nos han posicionado en el cuarto país con más muertes en esta pandemia. De tal manera que no es necesario ser Cristóbal Colón para descubrir que la desigualdad es la causa última de todos los males que aquejan al país, y que es propiciada por el neoliberalismo imperante que exprime al trabajador hasta la última gota dejando intactos los intereses de los ricos y poderosos.

¿Cuál es la estrategia del morenismo y su paladín para combatir el problema que ellos mismos reconocen como fundamental? Dado que la solución radica en cobrarle más impuestos a las clases acomodadas, mejorar las condiciones de vida de los millones de trabajadores, incrementar el salario real y, en última instancia, hacer más justa la distribución de la riqueza y del presupuesto nacional, es preciso que el gobierno en lugar de cebarse con la suerte de los menesterosos arremeta contra las grandes fortunas. Pero si son precisamente los acaudalados de este país los que sostienen al presidente y los que se sirven de él, sería un parricidio dicha política. La solución, la mágica solución que ha encontrado López Obrador es criticar el sistema y dejarlo intacto, aplicar la política gatopardista de cambiar todo para que nada cambie; lanzar feroces ataques a la forma para proteger el contenido. De esta manera, la UNAM es una institución neoliberal, que educa neoliberales y que mantiene una alianza estrecha con Salinas de Gortari, el diabólico ser que se esconde detrás de todos los males contra los que él imaginariamente pelea. Carlos Slim, el hombre más rico del país, a quien ha adjudicado obras y proyectos, recientemente absuelto por la tragedia de la línea 12 del metro es inocente; Salinas Pliego, cuya fortuna se multiplicó bajo su gobierno y a quien prácticamente rescató de la crisis con presupuesto federal nada tiene que ver con los verdaderos enemigos del país; Alfonso Romo, otro de los hombres más ricos de México y quien hasta hace poco era encargado de la Oficina de la Presidencia, puede quedarse tranquilo, sus ganancias son “justas” y producto de su incansable “esfuerzo”.

¿Cuál es entonces la raíz de la crítica a la Universidad? Dejar intacto al sistema, darle un impulso y perpetuarlo junto con los males que acarrea, pero pretender atacarlo para distraer y manipular, culpar a individuos e instituciones de un problema cuyas causas el mismo gobierno perpetúa. No es la política de la UNAM la culpable del neoliberalismo en México, es el poder político que no se atreve a atacar los intereses de la minoría acaudalada y que prefiere provocar disputas artificiales, acusando a los videojuegos de la violencia; a las organizaciones sociales de quedarse con una riqueza que, desde que comenzó a perseguirlas, jamás se ha visto bajar a la sociedad; a los obreros que pelean por derechos básicos de conservadores, etc. ¿No hay ya, después de tres años, suficiente evidencia para reconocer la farsa que ha montado este gobierno? ¿Es necesario seguir viendo esta cacería de brujas, evidente distractor, para reconocer que el enemigo es precisamente el que las inventa para esconder su perfidia? Sor Juana dejó algo dicho para entender la política morenista: “¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no está claro?”, o, si se quiere más claridad, sustituyamos algunos adjetivos que nos permitan entender la esencia de la crítica que aquí se propone: “López necio que acusáis a la UNAM sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”.

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