MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

No se quedan solos

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A las 6:30 de la mañana suena mi alarma. La semana estuvo pesada, pensaba mientras abría los ojos, pero ese pensamiento no duró más de cinco segundos en mi cabeza y fue abatido por un sentimiento de molestia al recordar el motivo por el que debíamos viajar a Tlaxcala.

“¿Ya están listos? Ya nos vamos”, escribían en el grupo de WhatsApp. Todos a la combi, con sus chamarras, aún con sueño y otros ya con hambre. “¡El cuchillo! Espérenme. Voy por el cuchillo”. Nos acordamos que en la guardia pasada, en la Casa del Estudiante “Tlahuicole”, de Tlaxcala, ayudamos a cocinar, pero no había cuchillos suficientes. Llevaremos el nuestro, hay que ayudar en todo lo que podamos.

“¿Quién falta? ¡Los nacionales! Son 19, háganse flaquitos”. Qué chido —pensé—, con ellos siempre es ameno convivir. Llegaron y emprendimos camino a Tlaxcala. Conforme los kilómetros se hacían menos, una sensación se apoderaba de la combi, era extraña. No sabría decir: tristeza o enojo, creo que era ambas.

“Estuvo bien feo ¿no? ¡Pobrecitos!”, decíamos mientras recapitulábamos los hechos que nos hacían visitar la casa “Tlahuicole” otra vez. Llegamos, como siempre, con cariño y agradecimiento los chavos nos recibieron, todos nos abrazamos.

- ¿Cómo estás?

- Pues estoy, ya es ganancia.

- ¿En qué les ayudamos?

- ¡Falta el aseo!Zas, a poner las rolas chidas. En un, dos por tres, nos coordinamos para hacer el aseo de las zonas que albergaban a las guardias. Otros se fueron a la malla, para vigilar que nada ni nadie arremeta contra nosotros otra vez.

Terminando decidimos ponernos a jugar, cambió la escuadra de rondín y el resto le entramos a la reta de fut, de beis, luego a la de voli, otra de fut y hasta a las atrapadas le entramos. ¡Qué chido!

Podrían pensarnos acostumbrados a la violencia en México, pero nosotros no. No somos así, nosotros sentimos como nuestra, hasta la más pequeña injusticia ejecutada contra el ser humano.

Por eso nos da tanta rabia, recordar, cómo es que 30 hombres armados irrumpieron en la casa del estudiante y golpearon a los jóvenes, destruyendo su hogar y robando sus pertenencias. ¡Hasta a Pantero se llevaron! Y eso que es un perro grande. Malditos. Sí, malditos. Porque usan su poder para oprimir a aquellos que no lo tienen.

Llegó la hora de la comida, a todos nos rugía la tripa. Ya era tarde, pero no nos quejamos, sabemos que hacer comida para 30 no es fácil. “¡Ya vengan a comer!” ¡El último compra la coca! Y ahí estábamos, todos echando taquito, bien a gusto platicando, a las risas, disfrutando de la compañía. Lástima, qué lástima que los motivos por los que nos reunimos todos, son tristes, violentos e injustos.

Vamonos, de regreso a cuidar. Ya está oscureciendo, vayan juntando leña para armar fogatita, porque los fríos de Tlaxcala no están fáciles. Todos le entramos, la armonía hacía menos pesado el esfuerzo físico. 

Pusimos música, pero bajito, porque debemos alcanzar a escuchar si regresan. Compartiendo la chamarra y trayendo las cosas para poner el café de olla, se dieron las 9. ¡Ya casi llega la guardia de la noche! Quién sabe a qué equipo le toque, pero cuando lleguen ya habrá café.

Dante, el perrito más pequeño de la casa, estuvo con nosotros. El también era valiente, él también cuidaba a sus hermanos de clase. 

Cuando la guardia te toca de día está bien. Cuando te toca de noche, también. No importa el horario en el que te toque presentarse para cuidar la seguridad de los compañeros. No nos importa pasar todo el día teniendo que dar vueltas y vueltas a la malla para asegurarse que todo está bien. 

¡Ya nos vamos! Ya llegaron los otros. 11:30 pm. No importa el cansancio. Nos vamos tranquilos  porque no se quedan solos.

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